Misión Imposible o el apocalipsis digital

Misión imposible: Sentencia final, octava entrega de la saga inaugurada por Brian De Palma hace casi tres décadas, y secuela directa de Misión imposible: Sentencia mortal – Parte 1, supone un (aparente) cierre a la franquicia de acción más importante de su tiempo. Sin hacer un repaso exhaustivo por cada entrega (desde las secuelas de John Woo y JJ Abrams, hasta la etapa más estéticamente homogénea que comienza con Brad Bird en Protocolo Fantasma y continúa con las cuatro películas dirigidas por Christopher McQuarrie), podemos hablar de una regla general que aseguró su éxito: en cada Misión Imposible, Ethan Hunt deberá enfrentar una misión más imposible que la anterior. ¿Cuál es el límite de esto? Bueno… Dios.

En Sentencia mortal – Parte 1 se nos presenta una inteligencia artificial fuera de control que adquiere un poder inimaginable, y el punto de partida en Sentencia final es esta misma IA, conocida como la Entidad:una suerte de mandala cibernético azulado, luminoso y geométrico, como una revelación de ayahuasca digital, una deidad cyberpunk maligna lista para tomar control de todo el arsenal nuclear a nivel mundial y acabar con el mismísimo planeta Tierra. Dios en el siglo XXI. Un dios técnico, un dios del desarrollo. La Entidad nos habla directamente, compilando toda la paranoia bélica actual, de hipervigilancia e hipercontrol, en un discurso profético y terrorífico. 

La película empieza con un discurso dado por esta dickeana fuente de información infinita e inteligente se aprovecha para enlazar los flashbacks pertinentes de modo que cualquiera pueda entender el argumento, en un racconto de la película anterior, un poco largo, pero que premia con la tan deseada golosina: nuestro querido Ethan Hunt, ahora sí, ensayando un escape espectacular, con un llamativo y divertidísimo paso de humor negro ligeramente gore.

Más allá de las virtudes técnicas, de ritmo, de ideas y del delirio que tenga cada Misión Imposible, hay otra virtud, tan cinematográfica como las anteriores, que es la virtud de realidad. Tom Cruise genera un efecto, salvando las distancias, al de la llegada del hombre a la Luna. Virtud que, sumada al resto, se convierten en, tal vez, el objetivo del cine: realidad aumentada. Y esto está dado por la construcción de un verosímil con reglas tan claras y autoconscientes que, sumadas a una ejecución tan precisa, no se rompe ni en sus momentos más absurdos. Pero también está dado, claro, porque sabemos que Tom Cruise no usa dobles de riesgo (a menos que…).  En Sentencia mortal – Parte 1, lo vimos tirarse en moto por un precipicio. Parte de la publicidad en redes del momento tuvo que ver con el tras bambalinas de esa escena, viendo a Tom Cruise avanzar con una moto real, sobre una rampa real, y saltando al vacío que logremos imaginarnos, solamente sujeto por una cuerda elástica que lo salve del infinito fuera de campo. Hasta hace poco (en el último tiempo pre-Eeternauta, digamos) Instagram nos mostraba la proeza técnica de los camarógrafos de Adolescencia, pasándose cámaras el uno al otro como si fuera una pelota de rugby para mostrar que no hay trucaje: la misma idea de usar la dificultad de la hechura como publicidad, en este caso “revelando el truco” y no mostrando, aumentando, o, por qué no, creando, tangibilidad en una era de cine tan poco tangible. En Sentencia final, hay un nivel de peligrosidad parecido en una escena con avionetas (que además incluye otro lindo toque de humor gore). Las redes no bombardean con el backstage, al menos por ahora, y lo que se ve en pantalla es francamente impactante. Y, a esta altura, si lo hizo Tom Cruise, es real. No importa si el hombre llegó o no a la Luna, importa que lo vimos. No importa si Tom Cruise trepó de un biplano en pleno vuelo a otro. Lo vemos. Lo creemos.

Es cierto que hay menos cantidad de escenas espectaculares que en otras entregas, o más bien, menos peleas espectaculares: acá lo Imposible pasa por hazañas visuales menos asociadas al combate cuerpo a cuerpo, como la increíble secuencia subacuática que cumple el cupo antigravedad (en la entrega anterior perteneció a la escena del tren colgante) con tensión e imaginación, con suspenso y con un ritmo más denso que meteórico. También hay bastantes escenas argumentativas. Es tal el nivel de autoconciencia de la saga que algunas cosas se sobreexplican de forma tan enmarañada y difícil que hasta logran efecto humorístico. Sí hay bastante revisión: luego de que el racconto inicial instale el flashback como recurso, tendremos más, de todas las películas de la saga. Para dar un cierre con honores, se intenta rememorar todas las hazañas de la Impossible Mission Force, personajes que pasaron, incluso el curriculum vitae del propio Ethan se repasa en varios diálogos. Por momentos esto aminora la marcha de la película, pero lo interesante es que muchos de estos ganchos al pasado, de repente, tienen que ver con la Entidad: varios eventos de las otras películas, llevaron, sin que los personajes -ni los guionistas, claro-, ni nosotros lo sepamos, a desatar el apocalipsis virtual de Sentencia final. Un apocalipsis que al igual que una película de 1987 como El príncipe de las tinieblas del maestro John Carpenter, se ve en pantallas con textura VHS, porque Misión Imposible existe en el Universo Cine, en ese espacio tiempo donde el apocalipsis, no importa con qué nivel de tecnología contemos, se ve así. Un apocalipsis de conexión total: la Entidad es el Aleph de Misión Imposible. Es la bomba suprema que el único héroe supremo puede desactivar. La llave-crucifijo es el disquete infinito con el código para abrir y cerrar la historia de Ethan, de Luther, de Benji, de Grace, de De Palma, de Woo, de Abrams, de McQuarrie, de Cruise, del Ben Stiller de Mission Improbable, de Lalo Schifrin, del millón de googleadas rezando “misión imposible serie 60s”, del espectador que vio la primera en una sala gigante en el 96 y salió extasiado, del público del festival de Cannes aplaudiendo con un cronómetro cerca para saber cuánto se bancaron aplaudiendo, de quienl que espera el bondi tiritando en la parada del colectivo ante las primeras señales invernales, porque para ver una película subtitulada en el shopping de Adrogué, incluso de una saga tan exitosa como Misión Imposible, tenés que ir a la última función, pero no importa, porque después de años viendo a Ethan soportar torturas y temperaturas extremas, un poco de frío no importa al calor de esta película (con mucha nieve y hielo, por cierto).

A partir de la consistencia de la franquicia -un poco discutida en las primeras dos secuelas y casi unánime en las siguientes- y de otros hits como Top Gun: Maverick, Tom Cruise fue constituyéndose en una figura de aires mesiánicos con la misión imposible de salvar al cine de acción espectacular destinado a la pantalla grande. El aroma a clausura de la película parece no caer solamente sobre la saga, sino también sobre este tipo de cine (ok, sí, tenemos a John Wick). Pero un amofletado Tom Cruise de 62 años con perfecto estado físico y un canonizado Ethan junto con 8 películas en su haber, siempre pueden volver a salvar el mundo. Arriba de un submarino aliado, luego de convencer a la tripulación de que lo ayuden a salvar el mundo, Ethan es atacado por un fanático de la Entidad. La nueva religión genera sus adeptos por peso y poder propio, a fuerza de lavaje cerebral. ¿Advertencia o realidad? No parece ser Ethan sino Tom Cruise el que le dice: pasaste demasiado tiempo en la internet. Y parece querer agregar: y muy poco tiempo en el cine.

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