Las nuevas ruinas: arquelogía del futuro presente

Toma mi cable, un dios amable

Don Cornelio y la Zona, Imagen proyectada

Sabemos de sociedades antiguas por sus restos materiales, y por la interpretación que la arqueología hace de los mismos. Objetos como fragmentos de una época permiten imaginar y reconstruir una cotidianidad lejana con la cuál podemos trazar relaciones que nos permitan por lo menos jugar a entenderla. Retazos del paso de una comunidad por el pedacito de tiempo y Tierra que les tocó. 

Un ejercicio: buscar “ruinas” en Google Imágenes. Lo primero que sale: sólidas columnas griegas, imponentes pirámides precolombinas, el mítico coliseo romano. Restos de enormes y macizas construcciones de carácter sagrado pensadas para durar por la eternidad, ofrendas de los humanos a los dioses con una búsqueda trascendental, eventualmente deterioradas, ocultadas o destruidas por el tiempo implacable y traidor. Ahora, ¿qué pasa cuando el objeto ruinado no está pensado para durar? ¿Cuánto tarda lo descartable -lo que se fabrica pensando en su pronta obsolescencia- en convertirse en ruina? ¿Quién dictamina esto? ¿Cómo altera la percepción temporal en todos sus niveles el hecho de que tengamos cosas viejas cada vez más nuevas? Esto se pregunta Manuel Embalse en Las ruinas nuevas.

El viaje que nos propone es poético y político, lúdico y reflexivo, sonoro y táctil, partiendo desde una primera persona intimista: Embalse comienza su narración, acompañado de su gato Pendrive, hablándole a “les que lo conocen”, como si la película fuera primero para ellos, pero continúa inmediatamente abriendo lugar a los nuevos, invitándolos con sentido comunitario a ser parte de ese diario arqueológico urbano.

La película expone los restos materiales recolectados durante una década, usando un manual de arqueología como hilo conductor. Nos encontramos con texturas visuales -un continuum de vidrios rotos, transistores, placas, botoneras, cables, chips y todo tipo de hardware descartado, así como también montones de litio y fumatas industriales-  y sonoras -por un lado sonidos maquinales, industriales y digitales, por otro lado un trabajo de composición de una belleza inquietante que ayuda a la coherencia estética integral de la película bañando todo de una atmósfera de glitch emocional.

Cuando el progreso no solo es indetenible, sino también absurdamente veloz y su destino es un adelante incierto con el único objetivo aparente de dejar atrás lo que no terminó de pasar, perpetuando la cadena comprar-tirar-comprar, las ruinas empiezan a generarse en tiempo real. La obsolescencia programada de los artefactos electrónicos genera enormes cantidades de basura que se acumula a nivel exponencial. El archivo expuesto en Las nuevas ruinas es suficiente para denunciar este flagelo del siglo XXI, pero los mecanismos de la película trascienden rápidamente lo observacional cuando se integra la obra del chino Xu Lizhi. Poeta y obrero en la línea de producción de artefactos electrónicos para la empresa Foxconn, en sus escasos 24 años de vida dejó versos como:

tragué una luna de hierro

que los demás llaman tornillo

tragué las aguas residuales de esta industria y la hoja de desempleo

esos retoños de juventud bajo la línea de producción

hace mucho encontraron su prematura muerte

tragué el arduo trabajo, tragué la indigencia

tragué los puentes peatonales, tragué una vida plagada de herrumbre

ya no puedo tragar más

todo lo que antes tragué

ahora erupciona de mi garganta

y pavimenta el territorio de la Patria

con un poema de la humillación

El circuito de producción escupe los nuevos artefactos casi directamente a la trituradora, con un fugaz paso por el mercado y por la vida de alguien. Una serpiente que más que comerse la cola se traga una luna de hierro. Que ya no puede tragar más lo que antes tragó. La lectura de sus poemas se vuelve parte central de la narración. La primera persona se vuelve compartida, colectiva. Su fantasma se manifiesta a través de la voz del director y usa sus imágenes y sonidos como cable para volver a decir sus versos, tan trágicos y potentes. El tenue contacto de espíritus (por citar una canción que también habla del trance en la aldea electrónica) entre Embalse y Lizhi es el de dos poetas que sin saberlo recorren el mismo camino con vehículos diferentes: es el argentino quien en determinado momento entiende que bajo sus pasos está la huella del ex obrero Foxconn y decide seguir acompañándola. Los sistemas de producción capitalistas no solo tienen terribles consecuencias materiales, sino también otras intangibles y profundas. Bastardean el valor y el uso del tiempo, atrofian la creatividad y empapan de culpa lo que se entiende como no productivo restringiendo las prácticas destinadas a cultivar alma y mente.

alguien me ayudará a escribir aquel poema

que no tuve tiempo de terminar

alguien me ayudará a leer aquel libro

que no tuve tiempo de terminar

alguien me ayudará a encender aquella vela

que no tuve tiempo de encender

Su presencia termina de delinear el tono de elegía cyberpunk y acentúa la perspectiva humanista con la que se habla de la chatarra electrónica: una clave, apoyada en las preguntas propuestas por el manual de arqueología, es indagar en las historias de los objetos, preguntarse por sus propiedades materiales, sí, pero también por su vínculo con la vida de las personas. ¿Quién lo diseñó? ¿Quién lo fabricó? ¿Por cuántas manos pasó en su desplazamiento por la cinta de ensamblaje? ¿Quién y cuánto tiempo lo usó? ¿Por qué fue reemplazado? Al encontrar un teclado destartalado el narrador imagina a alguien que dejó de responder los mails de trabajo. Al encontrar auriculares, piensa en las orejas de las personas, se pregunta qué canción escucharon por última vez. 

Hay un paso más en la cadena humana del descarte electrónico. Después preguntarse quién manufacturó el producto, quién lo usó y descartó, aparece otro eslabón en la cadena: ¿quién y cómo se encarga de ese descarte? Los barrenderos y las barrenderas son los arqueólogos de lo cotidiano, dice la voz en off mientras los vemos trabajar enfundados de llamativos trajes anaranjados, como astronautas tanteando siempre por primera vez un suelo desconocido, de un color novedoso y de un material improbable. El manual nos desliza la instrucción: “recordemos que una exploración es buena no por lo que encuentra sino por cómo lo encuentra”. En los barrenderos vemos la forma colectiva e institucionalizada de la recolección, cada deshecho es tratado burocráticamente y metido en la misma bolsa, con el mismo destino. En contraposición tenemos la recolección sensible e individual de Manuel Embalse que, filmando su propia mano mientras con la otra sostiene la cámara, recoge un cable USB o una letra E metálica que alguna vez conformó un transformador con el mismo gesto de los espigadores que conocemos en Les glaneurs et la glaneuse Agnes Varda, en palabras de ella: “el gesto es el mismo, espigadores agrícolas y urbanos, se agachan para recoger. No se sienten avergonzados sino atribulados”. 

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