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Fuerte y suave – Tres momentos de Fourteen

Nos pone muy contentos el estreno de Fourteen. Es una buena puerta de entrada al cine de Dan Sallitt, cuyas películas y textos siempre hemos recomendado. La buena iniciativa la llevó adelante la asociación de directores PCI, en cuya nueva plataforma de estrenos, Puentes de Cine, puede verse la película.

Por Lucas Granero

Un momento de Fourteen:

Jo, problemática y siempre al borde de la crisis, llama desesperada a su amiga Mara. Ella, siempre comprensible, paciente y atenta a las necesidades de su amiga, la atiende sabiendo que sin dudas va a tener que atajar un nuevo ataque de nervios. Aunque no escuchamos lo que dice, se puede intuir que efectivamente se trata de otra crisis. Jo le pide que vaya a verla, que deje todo y que salga ya mismo para su casa. Mara le dice que no puede, que está trabajando y que, además, ya arregló una cena con su madre que no le gustaría cancelar. Jo, desde el otro lado, insiste –a los gritos, tal vez– y Mara comienza a doblegarse. Lucha por mantenerse firme en su decisión aún sabiendo que el round está perdido. Jo volvió a ganar: Mara va a cancelar su cena y apenas termine con su clase va a ir directo para su casa. Ahora la vemos salir del subte, entre agitada y apurada. Se nota que tuvo que hacer un largo viaje para llegar hasta ahí. De repente, saca su celular y lee un mensaje de Jo: “Lo siento, estoy muy mal como para ver a alguien”. La bronca la impulsa a querer tirar el celular contra el asfalto pero se contiene y de todas formas decide ir hasta la casa de su amiga. Una vez allí, su pareja no la deja entrar, le dice que está dormida y que es mejor dejarla descansar. Mara le cuenta todo lo que hizo para poder venir pero es en vano. Una vez más, su amiga le ha pedido todo y no le da nada a cambio. 

En el momento en que esta secuencia aparece la relación entre las dos amigas ha quedado totalmente clarificada. Se conocen desde la infancia, las dos se mudaron a Nueva York al terminar la universidad y se tienen la suficiente confianza como para contarse todo, aún cuando no se dicen nada. Su relación ha llegado a tal punto de unión que un solo gesto o una sola mirada alcanza para que se entiendan. Sin embargo, tal como el momento arriba descrito permite intuir, algo se fue gastando con el paso del tiempo. Jo, siempre a los tumbos y pidiendo auxilio, resulta un peso muerto en el trayecto que Mara tiene en mente para su vida. Ninguna de las dos se va animar a decirlo pero cada cosa que hagan las va a ir alejando hasta que se conviertan en desconocidas. Fourteen es la historia de esa separación.

Dan Sallitt gusta de un cine de emociones. No los ataques de adrenalina ni la tensión ante el descubrimiento de una bomba a punto de estallar, sino otro tipo, más tenues, más delicadas. Le gusta ver qué pasa cuando una persona se desarma anímicamente frente a otra o cómo, después del ataque, se quedan en silencio por un breve momento. Igual que Maurice Pialat, al que tanto admira, Sallitt gusta de poner en escena un par de golpes y en el medio una caricia. Primero fuerte y después suave: las emociones irrumpen de manera inesperada, dan vuelta todo y luego se pasa a acomodar lo destruido.

Las vidas de sus dos protagonistas se desenvuelven de esa misma manera. Algunos éxitos, algunas peleas, algunos amores, algunos fracasos. Esto, que tan poco parece interesar en el resto de las películas contemporáneas -apuradas, ruidosas, aparatosas- no es una tarea sencilla y más bien requiere de una forma particular de cuidado. Hay que ver, en la escena antes descrita o en cualquier otra de Fourteen, las formas en las que cada mirada de repente se fuga, notar las implicancias de cada pausa entre frase y frase y escuchar, sobre todo, lo que se dice en los silencios. Tal vez así podamos llegar a tener una pequeña idea de todo lo que está en juego cada vez que Sallitt pone a dos personas en escena y las hace parte de su mundo de sentimientos que explotan, pulsiones que no se pueden parar y demás catástrofes emocionales que forman el tapiz tumultuoso sobre el que se desarrolla la vida. Podríamos decir que si Brisseau filma “la vida tal cual es” y Kiarostami retrata “la vida y nada más”, Sallitt se encargan de poner en escena una pregunta no exenta de todas las complejidades que la rodean: la vida, ¿pero cómo vivirla?

Otro momento de Fourteen:

Mara camina por un parque con una nueva amiga, alguien que hasta ese momento no habíamos visto. Como siempre, escucha sin decir demasiado. De repente ve, sentada en un banco junto a dos chicos, a Jo. Hace mucho que no se veían. La charla que tienen permite intuir que tampoco estuvieron en contacto. Hay datos que desconocen, pequeñas informaciones que antes hubiesen sido importantes. La conversación no se parece en nada a las que solían tener, ahora hablan como llenando silencios incómodos. Jo le pregunta sobre su hija y Mara responde que está muy bien, que ya tiene dos años. La charla no continúa mucho más y enseguida se despiden, prometiéndose verse pronto; una promesa que las dos saben que no van a cumplir, pero que igualmente se dicen porque es la clase de cosas que uno le dice a una persona con la que antes supo compartir una zona clave de su vida. ¿En qué momento ocurrió esto? ¿Cómo llegamos hasta aquí? La última vez que las vimos estaban juntas. Jo, como siempre, apareció en la casa de Mara en plena crisis y estalló en llanto frente a su amiga, en un estado de agonía total, desgarrada como nunca. Tal vez como una forma de compartir ese momento de catarsis inédito en la vida de su amiga, Mara se animó a contarle acerca de su embarazo y de ahí el momento se fue transformando en otro, pasando, como si nada, del llanto a la risa. 

Un corte, tan solo un corte, es lo que separa a este momento en el parque con aquel del llanto. Nada nos indica el paso del tiempo, tan solo lo descubrimos en la distancia cada vez más grande que separa a las dos amigas cada vez que se encuentran. El trabajo con las elipsis que Sallitt maneja en toda la película es clave para demostrar la brutalidad del tiempo. Entre escena y escena pueden pasar dos días, un mes o cinco años. De esa forma, cada uno de esos encuentros conlleva un peso imposible de disimular. Pesan porque en ellos quedan expuestos todos los rencores, los enojos y toda esa vida que transitaron juntas. 

Algunas escenas más adelante, Jo pasará a ser tan solo un cuento en la vida de Mara y su hija, acaso una pequeña ficción que se inventó en la que todo salía bien y el final era feliz. La vida, para Sallitt, es una misteriosa sucesión de desilusiones.

Un último momento:

Hay una escena en Fourteen que, vista por primera vez, produce una cierta extrañeza. Se trata de ese momento que sucede en la estación de tren. Filmada en un solo plano general sin cortes, la escena nos muestra la llegada de Mara a a la ciudad donde Jo está viviendo con sus padres, recuperándose de una recaída en las drogas. La distancia de la cámara es tal que nos permite ver todos los acontecimientos que allí suceden: el tren que llega, los pasajeros que bajan y suben, y el tren que se va. Por allí aparece la pequeña figura de Mara, que cruza un puente para pasar al otro lado de la calle y finalmente sale de cuadro, camino a la casa de su amiga.Si el plano nos sorprende es porque impulsa un registro que, hasta ese momento, la película venía negando. Su desubicación es tal que uno tiene miedo de que algo explote. Pero nada de eso ocurre. Es más: no pasa nada excepto lo que debe suceder. Y sin embargo recordamos la escena como un momento clave, como si allí la película se jugara todo su potencial, se condensaran todos sus enigmas. ¿Dónde yace lo extraordinario? Será, otra vez, una cuestión de distancia. Al alejarse, Sallitt nos permite ver lo que la cercanía hacía borroso. El entorno en el que se mueven los personajes aparece aquí en todo su esplendor, como haciéndonos acordar que al margen de sus vidas existen muchas otras más, con sus golpes y sus risas. ¿Qué pasa con aquella persona que baja del tren junto con Mara pero en vez de seguir caminando se sube a un auto? ¿Dónde se dirige? ¿Cómo pasará el resto de día? No lo sabremos, pero la sola idea de poder imaginarnos tal cosa demuestra la generosidad de un cineasta como Sallitt, tan aferrado a los pequeños misterios de la vida, tan atento a la fugaz aparición de los sentimientos.

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