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BAFICI 2024 – Al final de la escapada (03)

Por Lautaro Garcia Candela, Lucas Granero, Ramiro Sonzini y Leonardo Bomfim

Ayer en algún momento de la caminata entre el Gaumont -después de haber visto Dejar Romero, de Alejandro Fernández Mouján y Hernán Khourián- y el cóctel organizado por el Bafici en el CCGSM, nos enteramos de más malas noticias. Luego de reorganizar su estructura interna y eliminar la gerencia de fomento, el INCAA ahora dispensó a una buena parte de sus trabajadores: es otro paso gigante del Gobierno hacia el desfinanciamiento del cine nacional. Incluso ayer en el runrún se habló de que no se sabe si el lunes, cuando empiece a correr la resolución que salió ayer, el Gaumont (y supongo que muchas otras áreas del Festival que dependen del Instituto) van a estar funcionando. Puede ser un escándalo, algo que catalice y haga visible el problema e intensifique la situación. Hoy estaremos en la famosa charla de directores de la Competencia Argentina.

Lo más triste de todo era que veníamos de una proyección realmente emocionante, en la que se podía ver un círculo virtuoso pero complejo, una retroalimentación del Estado funcionando a muchos niveles, no necesariamente bien, burocratizado, muchas veces indiferente, pero también atento a los reclamos de la sociedad civil. Dejar Romero es una película que registra el proceso de desmanicomialización de algunos internos del Melchor Romero después de una lucha larga, larguísima, que duró tres gobiernos, del Movimiento por la Desmanicomialización en Romero (MDR). Se construyeron cuatro casas en las afueras de esa localidad para que pudieran salir de esa internación que, por lo que se cuenta, no estaba exenta de maltratos y tortura. En ese sentido, la película le dedica una importante atención a la revisión de los archivos de la institución. El hospital tiene 140 años de vida y una monstruosa y maltratada montaña de historias clínicas en las que se encuentran cartas y fotos de los pacientes de todas las épocas: el maltrato y el encierro eran la norma. Es a través del registro de esas historias, de esos rostros y de la indagación de los trabajadores que la película trae al presente el pasado de dicha institución y nos permite sopesar las similitudes y diferencias con lo que vemos en tiempo presente. La decisión de montar en paralelo estas dos formas de registro del tiempo es lo que le da volumen.

Y cuando muestra el presente es simple, directo hacia esa relación tan especial de los trabajadores del Hospital y los militantes del MDR con los usuarios. Ellos tienen una paciencia, una vocación que se pone de manifiesto en cada pequeño acto de cariño, de escucha atenta, de explicar todo una buena cantidad de veces. Es un juego muy interesante, porque los usuarios los ven como la autoridad, pero es difícil ser malo cuando la autoridad es buena. El documental de Mouján/Khourián cuenta algunas de esas peripecias sin edulcorante pero con una mirada que no excluye el sentido del humor y la picardía. De hecho, en la sala había una buena cantidad de ellos que participaron de la película y festejaron sus propios chistes durante la proyección. Al final pasaron todos adelante y algunos se animaron a decir unas palabras. Ellos sin la presencia estatal estarían a la buena de Dios: pero ahora tienen una casita para vivir, tienen pensiones (probablemente miserables), pudieron verse en un documental filmado por dos de los documentalistas más reconocidos del país, en una sala hermosa y en un contexto muy favorable. En este caso y en el caso de varios documentales digitales de este estilo, el propio proceso de filmación ya tiene una importancia social que excede por mucho el magro presupuesto que el INCAA provee (¿proveía?, ¿proveería?, ¿proverá?). 

Ayer también tuvo su segunda proyección un viejo conocido del BAFICI, Julio Bressane, quien está presente en el Festival (los que hayan visto su retrospectiva hace años saben que sus presentaciones y coloquios son algo único). El año pasado tuvimos su película-monumento, A Longa Viagem do Ônibus Amarelo, y, ahora, casi sin interrupción, nos llega su nueva película. Para hablar de las relaciones entre estas dos obras y demás cuestiones del universo bressaniano, contamos con la ayuda de Leonardo Bomfim, amigo de la casa y asiduo espectador del festival, que todos los abriles deja la ciudad de Porto Alegre para venir a los cines de Buenos Aires. Esto nos cuenta de Leme do Destino:

Julio Bressane –gran maestro del “Cinema de Invenção” brasileño– estrenó en 2023 una película de 7 horas y otra de 70 minutos. Combinación de una galaxia visual-sonora y un catálogo de imágenes, A Longa Viagem do Ônibus Amarelo, codirigida por el montajista Rodrigo Lima (presentada en el BAFICI 24), se convirtió en una especie de evento cinéfilo del año en festivales internacionales. Leme do Destino llegó al mundo discretamente en octubre, en el Festival de Río de Janeiro. Puede parecer anecdótica la comparación de diferentes proyectos, pero es importante saber que esta nueva película se completó mientras se terminaba una inmersión profunda en 60 años de creación cinematográfica que naturalmente deja lugar a una pregunta: ¿qué vendrá después?

Esta pregunta también hay que planteársela al espectador íntimo del cine de Bressane (BAFICI hace posible esta intimidad desde hace muchos años): ¿Me convertiré –después de todo esto– en un catalogador metódico o en un viajero en una galaxia misteriosa? No es un fracaso absoluto entenderse como una mezcla de los dos. En el primer plano de Leme do Destino uno ve la piedra gigante y el mar contemplando la hija de un amor prohibido: la playa; otro ve una nueva imagen de la gran fascinación del director por las rocas prehistóricas y un eco del final de A Longa Viagem…, que muestra a Rosa Dias (su compañera de amor y trabajo) mirando el horizonte en el mar marroquí.

Pero hay algo en el cine de Bressane, potenciado por la colaboración con Lima durante los últimos 20 años, que es capaz de desorientar al catalogador y al viajero al mismo tiempo: el paso de una imagen a otra. De la playa, lo que sigue es una escena larga sin cortes: dos mujeres, una mesa de bar, botella, vasos, una pared de ladrillos amarillos. La conversación es menos un diálogo y más una disputa de relatos, aforismos, sueños, confesiones e inspiraciones literarias. 

Después de este plano que une la dimensión performativa de las palabras y de los cuerpos, habrá muchos otros, silenciosos, ruidosos, oscuros, luminosos, diurnos, encerrados, eróticos, neuróticos… Una pareja se forma, se deforma y el amor puede ser abominable en la sala de juegos de Julio Bressane. Y así el viajero y el catalogador pueden salir de un cine, al final de la noche, con los ojos alucinados, pensando que la respuesta de Leme do destino ante cualquier posibilidad de impasse tras el final de un proyecto monumental es: todo –absolutamente todo– vendrá después.

A la noche tuvo su estreno mundial una película argentina muy esperada, Después de Un buen día, el nuevo documental de Néstor Frenkel sobre… ¿Cómo? ¿No conocen Un buen día? Está en Youtube:

En contra de cualquier expectativa, esta película de Néstor Frenkel sobre, ni más ni menos, la mejor bad movie argentina de los últimos tiempos, no se relame en la obviedad de la burla ni cae en la fácil ridiculización de sus creadores. Al contrario, la película se engrandece en el encuentro con Enrique Torres quien, además de ser el guionista de Un buen día, personifica de una manera muy exacta una especie 100% nacional: la del busca argentino que triunfa en las más insólitas profesiones y aventuras y se da maña para todo. De futbolista a autor principal de las más importantes telenovelas del país, esas del prime time que mantenían en vilo a toda familia argentina durante la cena, su vida es una serie de raros acontecimientos a los que le fue haciendo frente con entusiasmo y viveza criolla. Su necesidad de triunfar en Hollywood es, más que un sueño, una suerte de desafío personal, el último nivel para sentirse totalmente realizado. Lejos estuvo de crear la obra maestra que tanto anhelaba pero, acaso afectada por un giro de guion digno de sus novelas, Un buen día terminó encontrando una vida extra en el panteón de las malas películas. Quentin Tarantino –gran amante de fracasos cinematográficos– decía que si uno hacía una mala película lo mejor que se podía hacer era aceptar el fracaso, hacerse cargo de la falla con altura y sin miedo. Que al fracaso hay que llevarlo con dignidad, digamos. Después de Un buen día relata el camino que llevó a esa aceptación, contando la relación que cada uno de los implicados tuvo con las consecuencias de haber realizado una película a la que se admira por razones insólitas (queda por saber qué sucede con Lucila Solá, protagonista de la película, que aquí permanece en total ausencia). Aunque algunos vivieron el afterlife de la película como un verdadero trauma a superar, hoy en día se encuentran en plena aceptación de esta especie de éxito inesperado que reivindica su trabajo de formas impensadas e incluso estimulando su permanencia como un objeto de culto.

Si parece que hablo en términos de autoayuda es que algo de lección de vida se tantea en los márgenes de la película. Todos los participantes, autores y actores, tuvieron que entender que aquello que hicieron es digno de ser amado. Ahí es donde hace su aparición el segundo factor importante de la película de Frenkel, acaso su verdadero motivo de existencia. Los fans de Un buen día, una (cada vez más) grande comunidad de personas que se han sentido verdaderamente movilizadas por el misterio de la película, son los responsables de haberle dado su condición de mito, verdaderos doctores Frankenstein que le dieron vida a lo desechable. Todo lo que hacen alrededor de Un buen día es digno de tener su propio minidocumental: su “primera vez” con la película, sus obsesiones en descubrir los secretos que la componen, su persecución por dar con los misterios de su origen, esas proyecciones que organizan, verdaderas misas en las que se rezan a los gritos los one liners más delirantes que hayan salido de la pluma de Torres… En fin, todo lo que hace que un fan sea fan. Hay que decir que buena parte de las manifestaciones del fanatismo son dignas de ser fácilmente mostradas con burla o señalando con el dedo, pero, salvo por un momento al inicio de la película en el que se sospecha lo peor, Frenkel se sitúa de su lado, casi sabiéndose un fan más. Un momento sumamente genial es cuando los fanáticos se juntan por primera vez con Torres y lo llevan de sorpresa a una proyección en la que muchos otros fanáticos esperan, por fin, celebrar al creador de aquello que tanto alegría les genera. Hablando de su concepto de bad movies, el crítico J. Hoberman dijo: “Las películas, hasta cierto grado, tienen una vida por sí mismas. Mezclan lo documental con lo ficcional, y las peores cosas involuntarias de una pueden superar a las mejores intenciones de otra. Esto quiere decir que para una película es posible triunfar porque ha fallado”. Finalmente, Después de Un buen día se trata justamente de eso, de la unión en la que un creador encuentra su público, cualquiera sea, como sea y donde sea.

Eso es todo por hoy. Mañana hablamos. Un abrazo. Recuerden que cualquier respuesta, comentario, etc, etc, a nuestras redes o a revistalavidautil@gmail.com

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