Search

BAFICI 2024 – Al final de la escapada (06)

Por Ramiro Sonzini

Buenos días. Ayer estuvimos en una de las mayores movilizaciones de las que se tenga memoria. Fue un encuentro bastante transversal, heterogéneo, que da un poco de esperanza y también un poco de orgullo. Esas sensaciones lamentablemente encuentran un freno en la últimas noticias: no hay unos dirigentes a la altura. ¿Hay un patrón en todo esto? Lo decíamos en entregas anteriores, evidentemente la respuesta vendrá desde abajo. En estos álgidos días vimos algunas películas argentinas más que nos quedaron en la memoria, y queríamos compartirles el entusiasmo. 

El placer es mío, opera prima de Sacha Amaral, cuenta algunos días en la vida de Antonio, un joven bello y misterioso que se la pasa deambulando por la ciudad de Buenos Aires en busca de dinero y sexo. Un pibe al que seguramente la vida le ofreció batalla suficiente como para dejarlo peor de lo que está; y que la conquista del precario bienestar que atraviesa se debe fundamentalmente a su tremenda capacidad de rebuscárselas y a un carisma que hace que todos sus clientes/amantes/víctimas caigan enamorados a sus pies. Es decir, un personaje fuerte. Los espectadores también somos inmediatamente víctimas de su encanto, pero por razones distintas: a nosotros, que lo vemos actuar con ellos y en soledad, se nos revela fascinante y despreciable al mismo tiempo. Esa combinación contradictoria explota al máximo el magnetismo de nuestro antihéroe. El éxito de esta apuesta es gracias a la manera en que Max Suen pone el cuerpo (sin previsibles estridencias ni excesos, un sólido caso de underplay naturalista) y al compromiso con que Amaral lo acompaña: vive y muere por la piel de su personaje.

Antonio es un estafador de poca monta que le roba dinero y objetos a sus enamorados, pero no es lo único que le interesa. También busca algo de afecto, de atención, de veneración. Es un estafador emocional. Tironeando demasiado de los hilos interpretativos podríamos imaginar que los audios de wasap que le mandan sus amantes, y que la película reproduce sobre pantalla en negro, son la divisa con la que podríamos contabilizar el daño que produce.   

La estructura narrativa en un principio pareciera ser una acumulación de viñetas, situaciones narradas elípticamente que no se vinculan entre sí por un orden causal, como si algo de la deriva de Antonio se contagiara en la forma del relato. Pero conforme la película avanza esto empieza a cambiar: se arman subtramas a medida que reaparecen varios secundarios, y sutilmente la película empieza a cargar las tintas sobre el “tema”.

Una de las primeras escenas en donde sucede esto es cuando su socio en la venta de marihuana le cuestiona que Antonio diga que no ama a nadie. Él responde que no lo necesita más en el negocio de la marihuana: ya conoce a los clientes y puede hacer todo el negocio él solo y quedarse con la plata. Su socio se enoja y le intenta explicar que hay un hilo fantasma une las dos cuestiones. En este diálogo empezamos a presentir una especie de desconfianza del director hacia su propia película, como si presintiera que, llegado a ese punto del relato, lo que logró no es suficiente y necesita una idea, un tema, en definitiva, una abstracción de la mente que, descubrimos, estuvo siempre en los planes. 

A partir de acá la narración se deja de sentir como una acumulación inintencionada de situaciones, sino como una serie de pruebas que el director le va poniendo en el camino a su protagonista para ver si este es capaz de sostener su propia moral, su propia visión del mundo y de él en ese mundo. Esta nueva perspectiva produce un efecto revulsivo en el espectador porque para sostener su coherencia Antonio debe cagar sistemáticamente a las personas que lo quieren y/o desean. Tiene que ser un traidor.

¿Cómo sostener este nivel de atracción revoltosa de la que hablamos al principio? Con dos escenas en las que vemos a Antonio primero como víctima de un ataque de su madre y luego teniendo un gesto de compasión con un extraño, otro ladrón sobre el cual la película propone una duplicación. Desgraciadamente este intento de contrapunto para mantener la ambigüedad pierde el magnetismo que había conseguido al comienzo porque el cálculo se vuelve un poco demasiado evidente. Vemos la convención y no el desvío, digamos.  

El terreno estaba preparado para caer en el desastre, traicionar al personaje martirizándolo o haciendo que se tenga que arrepentir, pero la película muere como nace, fiel a su protagonista y sus ideas, aún cuando este de sobradas señales de ser un mal tipo. Antonio no gana porque consiga dinero o amor, o una familia, sino porque no se quiebra.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Recomendados: