Twin Peaks Recap es una columna semanal de Keith Uhlich para The Notebook que cubre la nueva temporada de la serie de David Lynch y Mark Frost, Twin Peaks. Agradecemos a Keith Uhlich, Daniel Kasman and Kurt Walker de Mubi por permitirnos traducir este material para seguir esta tradición semanal en castellano desde Las Pistas. Aquí el link original del artículo en inglés.
Por Keith Uhlich
“¿Te gusta esa canción?” le pregunta el chico a la chica. Sus palabras son dudosas y tentativas–teñidas de ingenuidad y por ello mismo algo abiertas y serias al mismo tiempo. “Si”, responde la chica, siguiéndole el juego del coqueteo. “Si me gusta esa canción”. Y aún así, hay una sensación en esa delicada pausa entre la pregunta y la respuesta de que ella podría decir cualquier cosa. Ese incómodo espacio muerto está lleno de posibilidades–positivas, negativas y todas las que están en el medio. Y cuánto entusiasmo hay en eso. Esta conversación se da casi al final de la Parte 8 de la revivida Twin Peaks, de Mark Frost y David Lynch, aunque la serena belleza del momento es alterada por los muchos horrores (y maravillas) que la preceden…y que, seguramente, seguirán viniendo después.
Es fácil decir que no hubo nunca en el cine y en la televisión algo parecido a lo que vimos en este episodio. Es sencillo, también, decir cualquier cosa acerca de las supuestas referencias e influencias del mismo: desde obras un tanto más mainstream, quizás, como 2001: A Space Odyssey y The Tree of Life a las icónicas películas avant-garde de Stan Brakhage como Mothlight, Dog Star Man e incluso, durante ese momento particularmente gore que incluye un primer plano de una cabeza abriéndose, a su asombroso documental acerca de una autopsia, The act of seeing with one’s own eyes–entre muchos, muchísimos, otros artistas de vanguardia (Blake Williams y Michael Sicinski, los estudiosos del tema, pueden dar mucha más información y análisis de las deudas, si es que existen, que las películas de Lynch le deben al cine experimental).
Y aún así me acuerdo de lo que el fallecido autor David Foster Wallace dijo una vez acerca del trabajo de Lynch (sobre Blue Velvet, para ser más específicos) en una entrevista de 1997: “Lo que los grandes artistas hacen es ser completamente ellos mismo…Tienen su visión personal, su propias maneras de fracturar la realidad. Y si eso es auténtico y verdadero lo vas a sentir en tus terminaciones nerviosas. Wallace luego continúa en aclarar que su propia experiencia con Blue Velvet es única (“No estoy sugiriendo que a otro espectador le pase lo mismo”), lo que demuestra que, en lo que respecta a una opinión (así como también al acto de crear y lo que de ello deviene), cada cual está solo. El potencial que hay en ese espacio misterioso que hay entre nuestra exposición a una obra de arte y cómo reaccionamos a ella es el mismo que hay entre el planteo de una pregunta y su respuesta.
“¿Cómo lo hiciste?” le pregunta Ray Monroe (George Griffith) a Mr. C (Kyle MacLachlan)—el lado-oscuro-hecho-de-carne del agente especial del FBI Dale Cooper—en la primera escena de la Parte 8, mientras se alejan de la prisión de la que acaba de escaparse. “Tenías que salir, Ray”, le responde en un escalofriante tono. Aunque algo de la narración despega (una sombría referencia a Dayra, la mujer que Mr. C asesinó en la parte 2, así como tambien un código numérico que Ray ha memorizado y le oculta a Mr. C), el clima primordial es el opresivo. Es obvio que uno de estos dos hombres no saldrá vivo, y Lynch estira la tensión de una manera brillante, haciéndonos creer que es Mr. C quien lleva las de ganar. Asi que cuando es Ray el que dispara, aparentemente matando a Mr. C, el shock es palpable. Pero antes de que tengamos una chance para poder digerir la acción, el infierno se desata.
Tiene sentido que todo intento de derribar a Mr. C termine por fracturar la fabrica narrativa de Twin Peaks; no se puede desechar al fantasma sin que haya consecuencias. Antes de que Ray pueda dispararle a la cabeza, un ejército de aquellos a los que previamente llame tenebrosos hombres de ceniza aparecen desde el bosque para realizar una resurrección. Es obvio ahora, tanto por sus ropas de lana y por los créditos finales, que estos polvorientos, translúcidos espíritus están conectados con el Woodsman (Jürgen Prochnow), a quien vimos brevemente junto al resto de los habitantes del Black Lodge en Twin Peaks: Fire Walks With Me. Ellos bailan nerviosamente alrededor del cuerpo de Mr. C, frotando su cara con barro y sangre mientras extraen un apéndice redondeado (algunas sombras de la película de David Cronenberg, The Brood) que contiene la aterradora cara sonriente de BOB (el fallecido Frank Silva).
Ray logra escaparse de allí y hace una frenética llamada a “Phillip” (indudablemente se refiere a Phillip Jeffries, el personaje que interpretó David Bowie) para informarle que Mr. C parecería estar muerto…pero quizás no. Es aquí donde toda convencionalidad cesa y Lynch se sumerge por completo en su inimitable estilo. Primero vemos el segmento musical volador de cabezas a cargo de Nine Inch Nails, tocando en el Roadhouse su canción “She’s Gone Away” de su EP Not the actual events, del 2016. Funciona como si se tratara de una invocación: cientos de kilómetros más allá, Mr. C se levanta—repleto de sangre pero vivo. Corte a negro.
Un lento fade-in hacia un expansivo paisaje en blanco y negro. Una placa aparece: “16 de Julio, 1945, White Sands New Mexico, 5:29 AM (MWT)”. Una cuenta regresiva comienza. Cuando llega a cero, una luz blanca estalla y la discordante composición del músico polaco Krzysztof Penderecki, “Threnody for the Victims of Hiroshima”, ensordece desde la banda sonora. Un nube de hongo (una muy similar a la que tiene Gordon Cole pegada en su oficina) se forma. Y Lynch nos hace volar, lenta pero seguramente, hacia el centro de la bestia ardiente.
El fuego camina conmigo: por una media hora sin diálogos, Lynch visualiza el nacimiento del Black Lodge y de Bob. Desde las llamas y el caos molecular se forma el “Convenience Store” al que Mike, el One-Armed Man (Al Strobel), se refería en la película, en una escena que quedó afuera del episodio piloto. (Sus palabras exactas: “Vivíamos con esas personas. Creo que ustedes lo llaman convenience store. Vivíamos ahí arriba”. Hay que notar, de todas maneras, que el edificio no tiene nada arriba, ni muchos menos una habitación). Una manada de los fantasmales Woodsmen se mueven en una particular manera, como si algunos cuadros de la película faltarán (aunque nada de la serie fue filmado en celuloide). Eventualmente, un cuerpo suspendido—una forma femenina llamada simplemente Experiment (Erica Eynon), que anteriormente devoró a Sam (Ben Rosenfield) y Tracey (Madeline Zima), la pareja voyeur sin suerte en la Parte 1—se materializa y vomita una continua línea de lo que parece ser la esencia originaria del Black Lodge, garmonbozia, dentro de la cual hay una célula que contiene a Bob.
A cada acción le corresponde una reacción igual y opuesta: dentro del inquieto universo que esta bomba atómica crea, hay una entrada al violáceo mundo oceánico que el buen Cooper descubrió en la parte 3. Ahí, en un castillo ubicado en la cima de una montaña (un diseño que no desentonaría en una película alemana muda producida por la UFA), viven Gigant, también conocido como ??????? (Carel Struycken), junto a una presencia femenina llamada Señorita Dido (Joy Nash), vistiendo ropa de gala de los años ‘20—muy posiblemente una referencia a la reina fundadora de Carthage, aunque es más que nada una pura creación de Lynch, parte Princess Irulan de Dune, la mujer del radiador de Eraserhead y la acomodadora del Club Silencio de Mulholland Drive. Una vitrola toca un canto fúnebre rayado (compuesto por Lynch y Dean Hurley), que hace que Dido se mueva lentamente hacia atrás y adelante. Entonces, una alarma conduce a Gigant a un cine vacío, casi en ruinas, donde observa los momentos más importantes de la creación de BOB. Se acerca hacia la pantalla y comienza a levitar. Dido llega al lugar, iluminada a la manera de las viejas estrellas de cine, moviéndose entre sus (inexistentes) fans. La luz dorada emerge desde la cabeza de Giant, formando una esfera que desciende hasta las manos de Dido. La acerca hacia su cara. Adentro se encuentra el radiante rostro de Laura Palmer en sus años de secundaria. Dido besa la esfera y la deja flotar a lo lejos, hacia lo alto de un mecanismo similar a un reloj que deposita la esfera hacia la pantalla de cine, sobre la proyección de una película institucional de los 1950’s que muestra la imagen de la tierra, donde termina yéndose hacia el pacífico del norte.
Más que describirlo a esto hay que vivirlo, pero es gratificante meterse con la cabeza que soñó estas imágenes y sonidos. Lynch no es el único artista popular que ha sido tan rotundamente afectado por la bomba atómica y sus consecuencias culturales. Como Steven Spielberg (en películas como El imperio del sol y Puente de espías) o el artista japonés Hideaki Anno (cuyo fundamental anime, Neon Genesis Evangelion, deja tanta secuelas en su visionado como cualquier cosa de acá), Lynch observa al espectro omnipresente del holocausto nuclear como algo que transforma a la especie. Si no se trata de una aniquilación total de la inocencia, muy seguramente se trate de una perversión de la misma, como bien lo muestra el segmento final, ubicado en 1956, en el que un pueblo de Nuevo México es atacado por un Woodsman del Black Lodge (Robert Broski) que procede, vía radio, a asesinar y/o hipnotizar a los residentes (una herramienta de comunicación masiva esparciendo enfermedad y malestar—lo opuesto a lo que hace el Gigant y Dido en la sala de cine). El momento más desagradable de todos: un híbrido gigante de insecto/lagartija, nacido en el desierto el día después del onceavo aniversario de Hiroshima, hace su camino hacia la boca de la jovencita ya mencionada más arriba, que ahora yace en coma. Las implicancias es clara: la Humanidad cosecha lo que siembra. Y si vos no sufris, tus hijos lo harán.
Pero allí donde hay garmonbozia (dolor y sufrimiento), Lynch también ve esperanza. Y eso mismo llega en la forma de Laura Palmer, la bella reina del pueblito que es aquí elevada al nivel de mito—tanto una salvadora como una oveja sacrificada, su muerte funciona como un catalizador venido de Dios para que la humanidad exponga sus almas sucias y, quizás, para trascenderlas. Si la Twin Peaks original funcionaba como una vista en micro de este efecto (quedándose únicamente dentro de los límites de ese extraño pueblito del noroeste), el regreso amplia ambiciosamente su mirada a lo macro…y a lo meta. Porque esta historia no solo resuena en la ficción de la pantalla, sino que también lo hace en nuestro afuera—el reverberante resultado de una pregunta que una vez fue hecha con toda inocencia: “¿Quién mató a Laura Palmer?”
MÁS PEDAZOS DE TORTA
-No me sorprendería que las escenas del cortejo entre la chico/chica, tan extrañamente específicas y vívidas, hayan sido tomadas de la propia vida de Lynch—exceptuando lo del insecto/rana, claro (aunque, en realidad, ¿quién sabe con éste tipo?).
-Hasta que llega a la estación radial (KPJK es el nombre), el Woodman de Broski solo dice una única cosa, “¿Tenés fuego?”, refiriéndose al cigarrillo apagado que tiene entre sus dedos. La escena en la que una pareja de aspecto muy lyncheano (Leslie Berger and Tad Griffith) frena en la ruta—el tiempo deteniéndose de manera muy pesadillesca, un zumbido eléctrico en el soundtrack que te hiela hasta la espina—me hizo más no fumador de lo que ya soy.
-Cuando llega a la estación de radio (después de haber roto, enfermizamente, unas cuantas cabezas), el Woodsman recita/repite un poema que yo tomo como un comentario acerca del consumo en masa (principalmente sobre lo medios de comunicación, aunque bien podría tratarse de cualquiera de las indulgencias que nos llevan por caminos injustos): “Esta es el agua, y este es el pozo. Bebe todo y desciende. El caballo es lo blanco del ojo, y la oscuridad interna.” Completamente opuesto a esa temática, de fondo se escucha la canción “My Prayer” de los Plateros, que sonaba en la radio antes de que el Woodsman entrara en la cabina del DJ. Lo más importante de la letra: “Mi plegaria / es para permanecer contigo / hacia el final del día / en un sueño que es divino.” Un conjuro desesperanzado versus uno lleno de esperanza.
-Una nota extratextual sobre Broski: de lo que más hizo fue de Abraham Lincoln en muchos cortos y largos, tales como la seguramente no tan graciosa como su título lo indica, Linclone (2014) y Pee-Wee’s Big Holiday (2016) de Netflix. Esto arroja algo más de resonancia, supongo, al momento en que la chica adolescente encuentra una moneda con el lado de la cara descubierto—un signo de buena suerte al parecer, aunque claramente el honesto Abe no fue a salvarla.
Traducido por Lucas Granero.