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Todo es comestible excepto los aullidos – Crónica de Okja

Por Lautaro Garcia Candela

Esquivemos todas las polémicas por fuera de la película y vayamos por la evidencia. Lo primero que vemos, luego del logo de Netflix, en Okja, de Bong Joon-Ho, no difiere mucho del menú que utilizamos para seleccionar la película. Tilda Swinton, nueva CEO de la empresa familiar, nos cuenta en collage de diseñador gráfico que encontraron un super-cerdo en Chile y que allí se encuentra el futuro alimenticio del mundo. Enviaron a 26 hijos del ¿animal? a granjeros de diferentes partes del mundo para que los cuiden y en diez años veremos los resultados. Una introducción didáctica, tan calculada que decimos que está filmada tan sólo por convención: ningún tipo de acontecimiento frente a la cámara.

Mija es una niña que juega con su chancho modificado genéticamente, Okja, diseñado digitalmente con ojos y piel humanas. Toda una parte de la película está dedicada a ganar puntos de empatía con nosotros en una anécdota sin palabras, una pequeña aventura que podríamos decir que sí, es spielbierguiana. También es un poco torpe. Se permite describir con tranquilidad la vida de los personajes como si fuera un oasis fuera del mundo: lo que viene a partir de ahí, es perverso, malicioso, enmascarado. El representante coreano de la compañía se llama Mundo.

Llega el mundo y llegan los problemas. En la película y en las actuaciones. Jake Gyllenhaal actualiza al idioma inglés todo lo que se presumía (y extrañaba) de las películas anteriores de Bong. Los detectives de Memories of Murder y el personaje al borde del retraso mental de The Host tenían un tono particular que no podíamos terminar de identificar por la distancia que supone otro continente. Entendíamos el lenguaje de la puesta en escena y del género -del que Bong se asumía como dominador total- pero algo en lo histriónico de las actuaciones quedaba inasible. Así que esto era: un remedo del actors studio, pero más potente. La escena en la que el personaje de Gyllenhaal se emborracha y maltrata al pobre Okja intenta darle una profundidad que no necesita. Encontrar una máscara detrás de la máscara es mucho más inquietante.

OKJA

Al chancho se lo van a llevar a USA, es el más ejemplar de su especie. Mija, siempre desconfiada, intenta impedirlo, sin éxito. Es por eso que para nivelar las fuerzas aparecen los del Frente de Liberación Animal pidiendo permiso -son tan educados-. Y la película adquiere su carácter circense: toda la persecución, casi un slapstick, de rescate de Okja está musicalizada con un tempo gitano, a muchos kilómetros de Seúl o Nueva York. Después al cambalache se le sumará el tango, crédito local, a otras escenas. Y algunas canciones pop que sintonizan con la liviandad de las peleas, algo que se vuelve irritante, o como mínimo, inconsecuente: brillan por su ausencia las armas de fuego o cualquier atisbo de violencia real. Los guerrilleros se resguardan con paraguas o silencian guardas con tomas de algún arte marcial que no hace ningún daño, ¡y lo dicen! Si la compañía de Tilda Swinton quiere ser políticamente correcta, los del Frente y Bong le ganan por goleada.

Okja aparece como tironeada entre posturas. Por un lado la mirada virgen y campechana del principio de la película, y por otro Paul Dano con sus secuaces que casi todo el tiempo son ridículos. Ya sabemos que Mirando son la otredad absoluta, otra encarnación del Mal, pero es palpable lo extranjero de la película: todos los problemas parecen dirimirse entre blancos de Nueva York y lo coreano es una excusa para cumplir la cuota de multiculturalismo.

En un momento que parecería de transición, están la CEO Tilda Swinton con su gabinete mensurando los daños que causó el FAL a su plan. Están en una habitación llena de hombres de camisa celeste, pulcros y dispuestos, ubicados e iluminados cuidadosamente para dar cuenta de su soledad, como en una pintura de Edward Hopper. Su vocación, dice Swinton, es la de transformar la empresa de agroquímicos más detestable del mundo en algo agradable. Y por eso los super-cerdos. En la traducción se pierde un detalle de sus palabras, que definen Mirando como the most likeable company. Al final, después de tanto coqueteo con valores y responsabilidades, eso era todo lo que importaba: los likes, sistema que Netflix empezó a utilizar en detrimento de las estrellitas para puntuar las películas.

Lo importante de Bong es que puede ser espectacular sin ser banal. Forma parte de cierta tradición del cine estadounidense, sí, pero probablemente por ser de otro continente pueda pertenecer a ella en la actualidad. Un espectáculo que siempre se mantiene a la búsqueda de lo nuevo, que va a donde vaya el capital, que desde Jurassic Park parece pertenecerle a la investigación científica. Si bien la presentación de Okja por parte de Gyllenhaal y Swinton está over the top, nos deja entrever todo lo intenso y atemorizante que puede ser este circo. Están los guerrilleros para arruinar la fiesta, pero no alcanzan esa fascinación que producen las pantallas y las elocuciones en segunda persona: es todo menos divertido cuando empiezan a quitar el velo sobre el engaño. El cine funciona mejor cuando observa embelesado.

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Todo se desmadra, y llegamos al matadero. “Tendríamos que ser monstruos -también nosotros- para no amarlo”, dice Serge Daney sobre ET. Considerando las circunstancias y el esmero de la película por describir cada uno de los pasos que sufren los super-cerdos cuando llegan, es casi nuestro deber apiadarnos de ellos. Podrían, para que terminemos de entender, ponernos unas animaciones como las del principio y un formulario de afiliación al FAL para el final. El matadero está descripto mecánicamente, con una pulcritud que sólo se compara a la escena inmediatamente anterior, en la presentación pública de nuestro Okja. Son los dos momentos más intensos de la película, los que parecieran proponerle los mayores desafíos al director. Un hecho -a los animales los matan en un entorno frío y gris- y la presentación pública del mismo -payasos en un número chillón y musical-. Esta diferencia le da un valor a las imágenes que películas menos inteligentes pasarían por alto: la mirada implica un aprendizaje. Por eso el personaje de Paul Dano hace hincapié en varios momentos sobre a dónde tiene Mija que dirigir la mirada: no mires atrás, cuando muestran las imágenes del apareamiento forzado de Okja; ojalá no tuvieras que ver esto, cuando están llegando al matadero.

Quizás el final esté más en el terreno de la lógica económica que del cine. La dilatación del tiempo y la intriga sobre el futuro de Okja no son tan apabullantes como el cinismo que destila la actitud de Mija, que responde como una negociadora nata, una capitalista que sabe todo acerca de los costos y los beneficios. Después de haber visto lo que vio, el matadero pero también el circo, ningún regreso es gratuito.

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