Por Lautaro García Candela
Un actor malo es rico, único, idiosincrásico, revelador.
Jack Smith
¿Para qué hacer una película como The Disaster Artist cuando en realidad todo lo que queremos saber sobre Tommy Wiseau, sus ideas, sus miedos, su secreta lascividad, sus celos con su Greg Sestero, todo eso está contenido en la película que él mismo dirigió? Se me ocurre un sólo adjetivo para calificar lo que hizo James Franco: redundante. Al final de la película podemos ver en una pantalla dividida las imágenes originales de Wiseau y las que Franco copia exactamente igual. ¿Qué es eso además de la demostración de que puede dirigir, actuar y producir como el otro? The Disaster Artist va del egotrip fumón (la interpretación de Franco es muy Actor’s Studio aunque haga chistes sobre Stanislavsky) a la reflexión concienzuda sobre el éxito y fracaso en Hollywood.
Todo el subconsciente de Tommy Wiseau está a flor de piel: es un mal actor que no puede actuar de otra cosa que no sea de sí mismo. Verlo así es descarnado, casi doloroso. Es una forma de intimidad poco corriente en el cine. “You are tearing me apart”, dice en uno de los clásicos momentos de The Room: nosotros al verla con distancia y con una sonrisa irónica ¿no estamos también destrozando a quien nos abre su corazón? Las películas no deberían burlarse de sus personajes ni deberían situarse por arriba, remarcando su estupidez, decimos todos. Esa es una visión moral que por momentos se vuelve restrictiva. ¿Y si James Franco en realidad, con su extraña biopic, trata de reponer la distancia entre nuestra mirada posmoderna y The Room tratando de darle un contexto emocional?
Su obsesión por la caracterización y por el respeto a la historia verdadera terminan yendo en contra de su propósito empático. Es contradictorio lucirse en la interpretación de, justamente, un mal actor. El referente se presenta muy cercano y se lo incluye muy respetuosamente (plano por plano). Como siempre en este tipo de películas “basadas en hechos reales”, los mejores momentos son en los que se olvida la verdad histórica para dejarle paso a la ficción. Greg Sestero intenta una poco inspirada escena de Esperando a Godot. La profesora se cansa y pregunta quién más quiere pasar. Y ahí viene el show de James Franco, que presenta una escena casi surrealista, gritando, tirándose al piso, desangrándose frente a su compañera que no parece comprender lo que está sucediendo. Ese pequeño momento, que probablemente le falle a lo verídico, logra una comunión entre los implicados en este juego (Franco y Wiseau), ecléctico y agrio, que todas las otras escenas no lo logran por su responsabilidad frente a la historia.
Una hora y media después, habiendo escuchado varias frases de autoayuda sobre el éxito que se desarmarán en los próximos minutos, Greg y Tommy finalmente estrenan su película. Van en limousine, la sala está llena. Empiezan las risas en ambos cines, el de la pantalla y el de más acá, hasta que James Franco se dedica un plano en el que está llorando. ¿Ahí deberíamos parar todos? Todas las risas que escuché en la sala sobre ese plano ya no son inocentes. El director que hizo la película que nos parece un desastre pensaba que había hecho una obra maestra. Plot twist: The Disaster Artist toma la forma de un drama. En Los Ángeles la fama y el éxito son la medida justa de realización de cualquier vida. La amargura por los objetivos que no se cumplen no tiene lugar en estas celebraciones ambiguas. Vemos el abismo de una vida sin sentido (sin un final que le dé sentido, mejor dicho), pero la fábula termina volcándose a la admiración más que a la incomprensión. Sí, nos enfrentamos al dolor, ¿pero qué clase de dolor? Wiseau cuando después de la proyección reniega sobre el carácter de su película y dice que es “una comedia” se olvida de todo lo que quiso ser en un acto de cinismo para re-elaborar su discurso en función de lo aceptable.
Porque ahora el capitalismo post-industrial puede haber incorporado el consumo irónico (lo camp ya no se contrapone al arte supuestamente elevado, da lo mismo) a su mochila de “cosas-que-no-ofenden”, pero nunca va a poder incorporar algo que esté por fuera de la lógica del éxito y la efectividad. El verdadero desplazado queda siempre fuera de campo, sirviéndole el café a James Franco en algún bar perdido de Hollywood. A Tommy Wiseau, por más fracasado e inasible que se lo quiera presentar, probablemente lo veamos ovacionado en la próxima edición de los Oscar.
3 Comments
Lautaro, ganas de contestar.
Es difícil para mí separar la experiencia de ver “The Disaster Artist” en el cine en orden de poder opinar sobre ella. La vi en MDP y hacía mucho que una película no me emocionaba tanto. Es así: el cine atraviesa y se instala.
Aclaro también que no vi “The Room”, aunque conozco, claro, sus escenas principales.
Más allá de los pases de comedia, de la actuación calibrada, de los gags ajustados y precisos, yo interpreto a “The Disaster Artist” como una película de amor. Seamos más precisos y contemporáneos: en su espacio más “meta” es una película de amor. Amor de Franco a Wiseau al calzarse su piel para, como un amante que repite los gestos del ser amado, estar un poco más cerca. Pero a su vez hay algo en Franco que se espeja en Wiseau: el personaje del realizador fracasado (oh ironía, que Franco sea reconocido como realizador justamente por “The Disaster Artist”), y en ese reconocimiento pienso que lo que Franco muestra es una especie de rendición al admirar la gesta de Wiseau de ir contra todo y todos solamente para hacer una película. Es ese amor elemental y sencillo el que no admite cinismo.
Las raíces del consumo irónico son propias de nuestra época. Responden al desajuste de una obra con los parámetros estéticos institucionalizados. Antes, asumo, algunas de estas obras se hundían en el desprecio. Hoy nos reímos. No sé si es mejor o peor. No, creo que es mejor. Que hay algo de luminosidad en eso, que es lo que rescata Franco, porque la obra nunca le corresponde al artista, sino al espectador, que es el que hace que esa obra signifique algo.
Creo que es justamente en este sentido que se borronea la idea de fracaso (es decir, no es ni triunfo ni fracaso, es otra cosa), o, en una lectura más benévola, se trueca por la condición que es realmente inasible: la humanidad.
Estoy de acuerdo con varias cosas que decís vos: prefiero que los bordes de la cultura alta y baja se borroneen en función de una experiencia colectiva cinéfila y muy cercana al amor y a la humanidad, sin más. Que probablemente varias personas hayan sentido en la sala de cine, no digo que no. El amor por The Room, así como el amor por Un buen día, es especial, único, y totalmente válido. Me fascina.
El problema es cuando hay otra película en el medio. Interviene la ficción, como un juego de distancias, de una manera mucho más delicada. Lo que antes hacía el espectador cuando veía The Room, una lectura activa y original, ahora lo hace Franco de una manera institucionalizada, un poco autoritaria incluso: si amar The Room era casi un acto de rebeldía ante los parámetros del buen gusto, ahora amar The Room es casi una obligación, un gesto que se licúa de sentido. Trae aparejado también una lección moral sobre las posibilidades, el esfuerzo y el talento, que ya hemos visto en otros lados. No va por ahí The disaster artist. La película de Franco se define en ese juego de espejos que vos definis como amor, pero para mí admite cinismo porque hay una diferencia: él actúa bien de mal actor. Wiseau es simplemente un mal actor. No hay homologación. Hay alguien que hace bien las cosas (Franco) y alguien que las hace mal (Wiseau). En ese sentido no es ninguna ironía que Franco sea reconocido por esta película. Es lo más lógico y perverso. ¿Viste lo que pasó ayer? (https://pmcvariety.files.wordpress.com/2018/01/james-franco-tommy-wiseau-the-room-golden-globe-win.jpg) o viste cómo se comportaron ambos acá? https://www.youtube.com/watch?v=aT1gOazMMm8
Ya sé que es algo extra-cinematográfico, pero me parece que da luz.
Sí, totalmente.
Es más, me hizo mucho ruido cuando lo vi a Franco corriéndolo a Wiseau en los Golden Globes. Había ahí una mezcla de ego propio (“no me vas a robar mi spotlight”) y de fraude (¿realmente no podía dejarlo decir una oración?). En este último caso para mí hay una diferencia entre cortar a alguien que se excede claramente, supongamos si Wiseau se hubiera zarpado en el micrófono, y entre inhabilitar a hablar a ese alguien, algo que es claramente una censura a priori y después un acto de mala leche. Porque Wiseau se moría por hablar (¿el momento de su vida quizás?) y Franco pudo haber estado menos gil.
En el show con Kimmel lo que queda evidenciado es que son dos personas de mundos totalmente distintos, y que Franco no puede remediar, ni sentirse cómodo, con eso. Al menos frente a las cámaras.
Al margen de esto, que es extra-cinematográfico como bien decís, una película es una película y el acto de amor de la película para mí se sostiene. Sí te doy la razón en esto de que se produce una especie de institucionalización, que también es extra-cinematográfica. De ahora en más, asumo, va a existir un filtro para esa experiencia de ver The Room, aunque igual depende cómo se vuelque esta nueva masividad, porque hasta donde sé es inédita esta experiencia donde se institucionaliza a esta magnitud una “mala película”.
No dejo de pensar que es una suerte de consagración para Wiseau, quizás no en sus términos, claro, y a la vez una especie de chance: va a depender enteramente de él cómo utilizar este momento donde tiene la atención del público y la industria.
Quizás esto último es lo que Franco se cobra en la disputa por el micrófono.