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SSIFF 2023 (02) – Día dos: El realismo socialista, de Valeria Sarmiento y Raúl Ruiz / Orlando: mi biografía política, de Paul Preciado

Nuestro segundo cronista piensa dos películas contemporáneas: la nueva de Valeria Sarmiento y Raúl Ruiz y la primera película de Paul Preciado vía Virginia Woolf.

Por Marc Torres Vallverdú

Uno de los productos de los festivales de cine, especialmente de aquellos que, como el Zinemaldi, proponen muchas y variadas secciones, es la colisión fortuita y el hermanamiento de películas aparentemente distantes. En Tabakalera, una de las sedes que el Festival tiene distribuidas por la ciudad de Donosti, se produjo exactamente esa operación con la proyección consecutiva de las películas El realismo socialista de Raúl Ruiz y Valeria Sarmiento y Orlando: mi biografía política de Paul B. Preciado. 

El realismo socialista se estrena mundialmente en San Sebastián unos días después de la celebración del cincuenta aniversario del golpe de Pinochet y trece años después de la muerte de su “primer” director. La película está integrada dentro de la programación de Klasikoak, sección destinada a la proyección de clásicos restaurados, una decisión un tanto paradójica ya que ni es un clásico ni se ha restaurado. Se trata, más bien, de una película de 2023 montada con un material rodado en 1973. Un obra que inició Raúl Ruiz y que ha terminado su compañera y colaboradora habitual Valeria Sarmiento (como ya hiciera con La telenovela errante). Se trata de una paradoja de la que la misma película parece hacerse cargo desde los títulos de crédito, señalando en todo momento la doble temporalidad de la obra y, por tanto, su doble autoría. El realismo socialista funciona como una suerte de retrato del estado de la izquierda durante el gobierno de Unidad Popular a partir de dos polos: los esfuerzos obreros para desplegar una praxis socialista creando comunas y ocupando centros de trabajo y las disquisiciones de los intelectuales y artistas orgánicos sobre cómo el trabajo cultural debería ser puesto al servicio de la revolución. Tal y como comentó Sarmiento durante el coloquio posterior, el filme fue rodado de forma casi documental, cámara en mano, luz y escenarios naturales, intérpretes no profesionales improvisando según sus propias experiencias. La película está atravesada por una sensibilidad muy irónica, fruto del contraste entre las necesidades y luchas existenciales de los obreros, la burocracia del partido muchas veces inoperante y las disquisiciones bizantinas de los intelectuales. También es, pero, una película marcada de alguna manera por una sensación generalizada de malestar, como si el mismo filme fuese consciente de su destino y el de la realidad que intenta representar. Puede que este malestar esté en los ojos del espectador contemporáneo, que se sitúa delante de las imágenes con la ironía dramática un tanto macabra que proporciona la Historia. También puede ser que fuese, justamente, el director de la fabulación, de lo onírico y de los mundos caleidoscópicos la persona capaz de detectar en esa realidad la semilla de lo que estaba por venir. En este sentido, no hay escena que capture mejor esta idea, con un precisión adivinatoria que hiela la sangre, que aquella en la que se propone que la mejor manera de solucionar el caos social y política sería “matar al Presidente”. 

Orlando: mi biografía política es el debut del escritor y pensador Paul B. Preciado en el mundo del cine. La película aterriza en la sección Zabaltegi-Tabakalera después de su éxito en el Encounters de la Berlinale. Preciado cuenta que el proyecto nace en el momento que se entera que ARTE (productora franco-alemana) está produciendo un documental sobre su vida. Entonces, plantea la posibilidad de hacer esta película según sus propios términos, adaptando la que él considera su autobiografía avant la lettre: el Orlando de Virginia Woolf. El Orlando de Preciado reúne a un casting de personas trans y no binarias que se turnan para interpretar escenas inspiradas por la novela original. El elemento vertebrador es la voz en off del escritor, que a modo de carta declarativa dirigida a Virginia Woolf, hilvana la narración de Orlando con elementos de su propia biografía. Quizás el elemento más destacable de la película es su tono, que bascula entre el didactismo, la celebración y el agit-prop. Preciado propone dejar a un lado la representación de la opresión en favor de la celebración de la emancipación, y lo hace reivindicando el gesto poético, la intervención creativa del lenguaje, la capacidad inventiva y performática del discurso ante la opresión de la ley y la clínica. Orlando: mi biografía política es muchas cosas: adaptación libre de la novela de Woolf, autobiografía de Paul B. Preciado, un documental sobre el casting de la película, un reconocimiento a la generación de activistas que le precedieron y una carta a las personas trans del futuro. Ante todo, pero, es una película interesada en el encuentro, en la capacidad del gesto cinematográfico para crear una comunidad de personas, les orlandos, porque el requisito previo para inventar el futuro es la solidaridad, reconocerse a uno mismo en los otros.

Quizás ambas películas, El realismo socialista y Orlando, compartan el gesto militante de cambiar la película “de” y “sobre” (la película de la Unidad Popular de Allende, la película sobre personas trans) por la película “con” (la película con los obreros de la Elmo Catalán, la película con la activista histórica Jenny Bel’Air). Las dos películas también apuntan hacia la idea de reparación. En El realismo socialista orientada hacia el pasado, la reparación literal de una película y con ella la memoria de aquellos que la hicieron posible, como el camarógrafo Jorge Müller, detenido y desaparecido durante el Golpe. En Orlando la reparación mira hacia el futuro, como en la escena ambientada en 2028 donde Virginie Despentes reparte pasaportes sin género para todes les Orlando. Y quizás, lo más elemental que comparten los obreros de Ruiz y los orlandos de Preciado es algo que dijo Sarmiento refiriéndose a los primeros: “sorprendía su lucidez, su capacidad de luchar por lo que consideraban suyo”.

Queda la duda de si la comparación entre estas dos películas es legítima o si estas similitudes serían producto del embrujo de la sala de cine, ese proceso gestáltico que se da al ver una película detrás de otra y que las vuelve inmediatamente afines, como si el espíritu de una pudiera pervivir en la otra por el simple hecho de haber habitado la misma pantalla. En todo caso, es uno de los riesgos o beneficios (según como se mire) de ver y pensar las películas juntas. El límite entre la colisión y el hermanamiento es delgado.

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