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Rockumentales 1

Nuestro querido amigo Alejandro Cozza, cineasta, cinéfilo y fundador del mejor videoclub de la Argentina (y por qué no del mundo), resiste desde el encierro combinando dos de sus grandes pasiones en una serie de notas sobre algunos rockumentales recientes. El disco de Primal Scream lo pueden escuchar acá.

Por Alejandro Cozza

Primal Scream: The Lost Memphis Tapes

Primal Scream: The Lost Memphis Tapes es antes que nada un documental para la BBC, lo que explica su duración de menos de una hora, ajustada al formato televisivo y no para salas de cine. Que sea televisivo también quiere decir que su factura puede ser sosa, que no interese un cuerno quién lo dirige y que formalmente veamos una serie de lugares comunes típicos de los rockumentales: mucha cabeza parlante, alguna voz en off neutra, mucha imagen de archivo y alguna que otra escena recreada para la ocasión. Muy expositivo todo. No hay mucho más que eso. Incluso los momentos en que se recrea algo de la actualidad de la banda, como la típica entrada a estudios de grabación o a salas para reunirse con jefes de discográficas, están resueltos de forma básica y hasta estúpida: saludos forzados y actings exagerados para hacernos creer que eso está ocurriendo in situ. Las viejas mañas del falso cine en directo resueltas sin onda. 
 

Pero también es cierto que pasan otras cosas y que no necesariamente este subgénero se basa en la pericia de un autor, sino también en la mística que puede rodear a una banda o intérprete. Acá, al tratarse de Primal Scream, su exótico e inquieto cantante Bobby Gillespie, que siempre desestructuró algunas formalidades de la industria musical, en menos de una hora nos ilumina con su simpatía y personalidad haciendo que todo mantenga un interés adicional. Su gran amigo y cumpa generacional Noel Gallagher lo bolacea tratándolo de hipster y bromeando sobre los permanentes saltos de estilo que hacían de un disco a otro: “A Morning Glory lo tendríamos que haber encarado como un disco de reggae albano”. El tercer gran invitado es obviamente Alan McGee, fundador de Creation, el sello factótum de Primal Scream, Oasis y otras tantas luminarias británicas de la década del 90 (para revisar esta otra historia existe un extraordinario y meticuloso documental llamado Upside Down: The Creation Records Story, de 2010).

Pero al margen de la buena onda de los personajes ocurren cosas muy interesantes que, junto a una narración bien dosificada (mérito del montaje), llevan al documental a terrenos dignos de una reflexión mayor. Gillespie y el guitarrista Andrew Innes encuentran las cintas originales de la grabación en Memphis del álbum Give Out But Don’t Give Up (1994), cuarto opus del grupo. Escapándole al exitazo de Screamadelica (1991), que no solo les dejó una confusión permanente sino también kilos de drogas en el cerebro, los Primal terminan en la mítica ciudad cuna del rock’n’roll grabando con el histórico productor Tom Dowd (quien había grabado con Aretha Franklin y demás próceres norteamericanos del rock’n’blues’n’soul) buscando un sonido nuevo —paradójicamente— en la influencia del pasado, acercándose a fuentes musicales que Gillespie y el resto de la banda admiraban con fervor desde sus adolescentes cuartos británicos. Los técnicos norteamericanos en el estudio resaltaban precisamente la erudición de los británicos sobre su propia música, el eterno ida y vuelta de las raíces yanquis y británicas, ese puente en permanente construcción. 

El retiro en el midwest yanqui parece ser gratificante, y Primal Scream vuelve a las oficinas de Creation con un aparente gran disco entre manos, puro y clásico en su factura, de raíces rockeras y con elementos del soul originario con los que siempre coquetearon. Pero McGee no queda conforme con la mezcla final y empieza a re-armar un disco a la altura de la leyenda en que se había convertido Screamadelica. Convoca a George Drakoulias (productor de The Black Crowes) para darle pulso glam a los temas más valvulares (haciendo hitazos de alguno de ellos: “Rocks” y “Jailbird”) y al gran George Clinton de Funkadelic para darle el swing del funk y pista de baile que le faltaba a los tapes de Memphis. No es lo mismo hacerle mover la patita a los adolescentes de una disco de Manchester que a veteranos en un bar de Minnesota. El resultado fue un disco no tan mítico ni inmediato como su predecesor, más discutido por la prensa del momento, pero de indudable nivel, que funcionó como bisagra entre Screamadelica y el lisérgico Vanishing Point, otro disco emblemático en la carrera de la banda.

Un punto alto del documental ocurre cuando, en una cafetería “armada para la ocasión” (otra torpeza realizativa que paradójicamente nos lega un momento para la posterioridad), se sientan Alan McGee y Gillespie a revisar los detalles de lo ocurrido. Divertido, McGee le explica a su amigo que en ese momento no estaba en condiciones de tomar ninguna decisión por toda la droga que consumía, y que él sobrellevó las presiones por la iniciativa de convertir a Give Out en otra cosa. ¿Mejor? Bueno, ya discutiremos esto, pero lo cierto es que lo hizo acorde a lo que era la época y lo que él creía que podía ser el futuro de una de las bandas insignias de su sello (teniendo en cuenta que cuando salió el disco la prensa británica solo le daba bola a lo que ocurría entre Blur y Oasis). Un disco de Primal Scream a lo Tom Petty hubiese sido un rotundo fracaso. Nos estábamos poniendo tecnos, diría Luca Prodan. 

Pero un gustito amargo le quedó a Gillespie, y es ahora, cuando encuentran las cintas perdidas de Memphis en un cassette en el sótano de Andrew Innes, que deciden volver a EE.UU. y relanzar el disco con el sonido original. Escuchado hoy el resultado es exquisito y sobresaliente, un álbum de fina factura melódica. Un disco que podría haber sido de una anticipada madurez en el fervor de la adolescencia de la banda, como el propio Gillespie lo dice más de una vez, termina siendo el disco de su vejez. El gesto, muy marketinero, de rescate en las arcas del pasado, puede leerse como un síntoma de época en una banda que no tiene mucho que ofrecer en el presente, algo nada novedoso en la era de la retromanía reynoldsiana que parece nunca acabar. Es difícil refutar ese hecho y no tomarlo peyorativamente pero, por otro lado, este presente retro también viene a discutir las formas de la industria cultural del pasado, de buscar una esencia en el gesto creador de aquel presente, 1994, que nos fue negado a los oyentes del mundo. La lucha entre un creador y su contexto industrial que lleva a modificar su obra en pos del éxito comercial puede ser un debate ya obsoleto (¿lo es? José Fuentes Navarro me recuerda la muy reveladora escena entre el editor del libro de Jo en la reciente Little Women de Greta Gerwig). Algo que Gillespie tampoco rechaza, y con ese humor suyo tan british, rico en paradojas, dice al comienzo sin medias tintas: “Siempre quise tener un hit”.El punto de la discusión es: ¿qué disco es mejor? Puesto a escuchar ambos, cotejando canción a canción, mis oídos hoy podrían responder que el de Memphis es un discazo, algo que no fue Give Out But Don’t Give Up. Pero por otro lado no hay forma de contradecir a Alan McGee, que para nada es el malo de esta historia, en que ese era el disco que Primal Scream tenía que sacar en 1994. El clasicismo de las canciones no era propio para esos posmodernos 90, inquietos en búsquedas y mezcolanzas. Hoy, agotados ya de todo eso, no está mal que nuestra mente divague por un atardecer soleado bajo la galería de un rancho, mirando los campos de algodón a orillas del Mississippi, o que nos alejemos caminando taciturnos a la madrugada de los bares que nos acogieron, para volver a casa. ¿Será que nos estamos poniendo viejos?

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