Por Lucas Granero
“El mar” dice sorprendida Julieta al verlo en todo su esplendor desde la ventana de la casa de Xoan. No podemos saberlo con certeza pero su mirada encandilada ante ese abismo de oleadas nos permite pensar que tal vez estemos siendo testigos de un hecho de vital importancia en su vida: esta es la primera vez que Julieta ve el mar. Ahí, en esa primera mirada, el mar reposa tranquilo. Con su calma azul, servirá de fondo ideal para el romance entre Julieta y Xoan de la misma forma en la que lo fue para el desbalance emocional entre Camille y Paul, la pareja de El Desprecio (1963), otra historia marcada por el destino trágico que parece inherente a toda relación, el monstruo que permanece dormido hasta que sea la hora de atacar y destruirlo todo. No resulta, sin embargo, un componente extraño dentro de la obra de Almodóvar, quien desde siempre ha considerado que sí hay amor también hay desdicha y por eso cuando el mar vuelva a aparecer desde esa misma ventana, ya unos cuantos años después, no lo veremos calmo sino en pleno rugido: la tragedia se ha desatado.
Almodóvar toma de ese mar el tono justo para Julieta, acaso su película más contenida en años, transformando al relato en un sinfín de olas emocionales que van y vienen de la calma a la furia. Se trata de su película más misteriosa (como también lo es el mar) o la que mejor resguarda el enigma a los que se aferran sus personajes, especialmente el de la hija de Julieta, Antía, cuyas decisiones incomprensibles afectan por completo al relato y corroen desde adentro la integridad emocional de su madre, quien no puede dar con las razones que llevaron a que su hija se separe por completo de ella hasta el límite de la desaparición total.
“Pontos” dirá Julieta a sus alumnos en una de sus clases de literatura griega, explicando así el concepto del mar como aventura al que se aferra el Ulises de Homero. Cuando ella vea el mar en ese momento inicial su vida cambiará para siempre y cuando vuelva a verlo, en plena noche tormentosa, dará un nuevo giro: porque todo lo que posee (que es, ni más ni menos, amor) se perderá para siempre. Las dos veces el mar le refleja a Julieta su propio destino y, como el Ulises en su Pontos, deberá enfrentarlo hasta los límites de su cordura: primero soportando la muerte de Xoán y después el misterioso abandono de Antía.
Toda tragedia tiene su orígen y el de Julieta empieza arriba de un tren. Allí, en el lapso de lo que va de un vagón al otro, ve los ojos de la muerte y del amor. Su vida ya parece signada por esa dualidad que la perseguirá casi como una maldición a la que debe someterse. Los dos amantes conciben a Antía arriba de ese mismo tren y en el cuerpo de Julieta aún se sienten los confusos estremecimientos de ver muerto al hombre que ella podía haber ayudado y la sorpresa de enfrentarse luego a la fantasmal presencia de un ciervo (un espectral guiño a Sirk), estremecimientos que se entrecruzan y se complementan dando orígen a Antía, quien llevará sobre sí el peso de todo lo que su madre podría haber dicho y decidió callar y que, cuando el momento llegue, pagará con ese mismo silencio las culpas que se le adjudicaron.
Julieta es un relato que se enmarca en un curva narrativa que engloba más de 30 años en la vida de su protagonista que, pensados desde la propia lógica de la película, son 30 años de culpas. Este juego con la temporalidad abarcativa no es ajena al resto de la obra de Almodóvar pero resulta novedoso verlo aquí en un estado de contención total en el que su barroquismo habitual y su tendencia natural al kitsch irremediable se ausentan en favor de un estilo calmo. En una entrevista reciente en la revista española “Caimán”, Almodóvar define el estilo de Julieta como una oda al plano-contraplano y al trípode, un regreso a una zona elemental, donde todo se cuenta sin estridencias y en el que incluso hasta una de sus musas históricas, Rossy De Palma, aparece apagada, vestida casi de cenizas. Vista a la luz de esta nueva película, Los amantes pasajeros (2014) puede leerse como un film que deja testimonio de un cierre en la obra de Almodóvar, una sensación de fin de fiesta que da paso a esta nueva etapa de la que Julieta es la primer manifestación.
Ni siquiera la ya reconocida flexibilidad del melodrama hacia el exceso lo tienta a Almodóvar a llevar la historia de Julieta y sus heridas por los terrenos de la exageración. Así, puede resolver el atrevimiento más arriesgado de toda la película con una sutileza inesperada: solo una toalla sirve como medio para cambiar de una actriz a otra y para transformar el pasado en presente, haciendo de la depresión en la que está sumida el personaje la excusa perfecta para cambiar de cuerpo.
Pero aunque todo en ella tienda a la duplicación, partida en dos como está, Julieta afirma su existencia a través de la palabra. Es ella quien nos narra su película que no es otra cosa que su vida. Se la cuenta a Antía, como forma de expiación para subsanar tantos años de silencio y para intentar dar con ese momento en el que todo se echó a perder, y nos la cuenta a nosotros, testigos mudos de esta historia que se arma vía cartas que nunca se envían y otras que nunca llegan. Es que Julieta también es fiel heredera del melodrama epistolar (tendencia con la que aquí en Las Pistas nos gusta encapricharnos), que tiene sus máximos exponentes en Max Ophüls y Joseph L. Mankewicz, ambos presentes desde siempre en el panteón cinéfilo del cineasta manchego.
Queriendo encontrar motivos, Julieta se choca con puras incertidumbres. ¿Qué es lo que llevó a Antía a castigarla (y castigarse) con el silencio y la distancia? Nunca podremos saberlo. Hacia el final, sin embargo, una pequeña esperanza hace su aparición. Como un mensaje en una botella tirado al mar que finalmente vuelve a tocar la tierra, la tan esperada carta llega a destino. La letra indica que son noticias de Antía. No hace falta que Almodóvar nos muestre el reencuentro, la reunión, lo que se dicen…Hacerlo hubiera sido cancelar uno de los más hermosos pilares sobre lo que erige su película: el misterio, las decisiones que no se pueden explicar. Por eso, alcanza con que solo nos muestre un viaje en auto para que nos quede claro que Julieta se va a meter al mar (otra vez).