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Mar del Plata 2018 (03) – Belmonte / Chuva é Cantoria na Aldeia Dos Mortos

Por Lautaro Garcia Candela

Todas las mañanas de este fin de semana me senté con entusiasmo en bares de Mar del Plata para agarrar el diario Clarín y leer una entrevista a Cecilia Barrionuevo, flamante directora de este festival que está empezando. Pero esa nota, a diferencia de lo que sucedió el año pasado con el estadounidense Peter Scarlet, nunca apareció. Revisé todas las páginas, hice los sudokus, leí mi horóscopo, pero nada. Quizás fueron problemas de agenda de Barrionuevo aunque… ¿por qué negarse a la difusión que implica un diario de tirada nacional? Las razones habría que buscarlas, más bien, a que esta directora tiene todo el apoyo y la confianza de la comunidad cinéfila, por lo que no es necesario tratar de legitimarla mediante notas y elegías. Esta vez todas las miradas estuvieron dirigidas al pequeño “escándalo” que hubo en la ceremonia de apertura cuando subió a hablar el Secretario de Cultura, Pablo Avelluto. Ante abucheos que interrumpían su discurso, dijo: “¿Se acuerdan cuando vivíamos en una sociedad democrática y nos escuchábamos los unos a los otros?”. Habría que aconsejarle que empiece a escuchar los reclamos de casi todos los sectores del cine, con el agua al cuello por los recortes estatales.

Es sabido que el festival tuvo un gran recorte en su presupuesto, producto de la devaluación de casi un 50% del peso frente al dólar. Ante esta situación, la dirección artística del festival tuvo decisiones inteligentes: si hay menos películas y menos funciones, que haya más rigor en la elección. Al dejar de lado la exigencia del estreno mundial, nos encontramos con películas a priori interesantes en todas las competencias. Hubo otros años que no se podía pisar el Auditorium del humo que salía de allí pero en cambio este lunes me pasé todo el día clavado a sus butacas.

Belmonte, de nuestro padre adoptivo Federico Veiroj, tiene como protagonista a Javier Belmonte, un pintor en la mitad de sus 40s que parece tener un buen presente profesional (sus cuadros se venden), una negada vida sexual (se le presentan situaciones para estar con mujeres pero reniega de ellas), una paternidad amorosa (los momentos con su hija son los más simples y tiernos), y, de fondo, un amor insistente por su ex mujer. Belmonte mastica los momentos sin saber todavía que gusto tienen: es como si no tuviera la capacidad de interpretar la sucesión de hechos inconexos de los que se compone la vida (es lo que nos pasa a todos pero las películas, en pos de su avance narrativo, suelen negarlo).

Belmonte es todo lo portuguesa que puede ser una película uruguaya. Con esto quiero decir que hay un humor y un amor seco en las situaciones que no llegan a ser surrealistas pero tampoco del todo naturalistas. También hay un gusto por los planos cerrados de objetos, que ganan con su colorido (recordemos que el protagonista es pintor) y por el accionar de las manos de los personajes sobre ellos. En la línea de Manuel Mozos o Joao Nicolau, por decir los portugueses más recientes.

Todo el tiempo Belmonte está molesto porque la gente le pregunta cómo anda su vida. Ante esas interrogaciones, contesta con un gesto parco y murmura unas palabras que no convencen a nadie. Lo que se nos presenta como inexpugnable en la psicología del protagonista se nos muestra en pequeños momentos que toman la forma del ensueño: personajes que aparecen por la magia del corte directo o cuadros que se ríen del propio pintor que los creó. Pero sobre todo, los momentos musicales son los que funcionan como catarsis emocional de la película más que del protagonista. Cuando Belmonte juega con su hija, empieza a sonar Imaginate m’hijo de Leo Masliah: en toda su letra está cifrado el sentimiento general de Belmonte. Dejo un extracto chiquito, pero escuchen toda la canción:

Cuando el aguinaldo hayas cobrado / cuando estés embalado /cuando hagas horas extras de noche / para comprarte un coche / Cuando de luchar estés cansado / cuando te hayas gastado / cuando tus sueños se hagan pedazos / y te duelan los brazos / imaginate m’hijo, imaginate…

Y después pude ver Chuva é Cantoria na Aldeia dos Mortos, a partir de ahora Chuva. Premiada en Cannes (!), no encuentra esa distancia justa de la que Veiroj es un maestro. El argumento es casi una cuestión de burocracia sobrenatural: el padre del protagonista muere y no lo pueden velar por el influjo de unos chamanes que lanzan malos augurios. Ante el riesgo de que él mismo se vuelva un chamán, se va a la ciudad hasta que las cosas se pongan más tranquilas. Todo esto con el agregado de que tiene una una mujer y un hijo bebé, que sufren las consecuencias de sus acciones. Así, la película tiene tres partes: la situación inicial en la selva, la travesía por la ciudad del protagonista, y la vuelta triunfal para poder finalmente velar a su padre.

En su veta más etnográfica, Chuva casi no tiene planos medios. Va del plano general en el que los personajes se ven rodeados -casi definidos- en su ambiente (super estetizados, con distintos focos y temperaturas de luz) a los primeros planos en los que se percibe el movimiento en sí mismo, como estímulo visual. En ninguno de los dos casos se les permite una acción por sí mismos, es decir, la película no permite que veamos las acciones de los personajes en su dimensión narrativa o emocional. Más bien sólo llegamos a ver su exotismo, su potencia visual.

Las imágenes de la película tienen esa indeterminación tan característica de los documentales contemporáneos. Un escenario indudablemente documental y una narración que depende de que los no-actores interpreten a personajes muy cercanos a su vida. En ese juego, las mejores películas terminan siendo un registro de un acto performático en el que se confrontan algunas prerrogativas de(l) director(es) con una realidad palpable. Y las peores sólo entran en ese juego por la desidia y la confianza en que el paisaje va a ser suficientemente potente como para atontarnos. Quizás Chuva tenga ideas sobre esos personajes y su posible inserción en el “mundo de los hombres blancos” de Brasil, pero a las ideas si no las veo no las creo. Mañana seguimos.

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