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Los inspiradores de la Nouvelle Vague (02) – Los chicos del paraíso

Kino Palais se complace en recibir el nuevo año con una selección de películas francesas, cuyos realizadores han sido esos inspiradores de los por entonces jóvenes Godard, Truffaut, Rohmer, Chabrol o Rivette, por citar a algunos. Algunos de estos films han sido alabados, otros despreciados completamente. Lo que es innegable es que su influencia calaría muy hondo en la generación de los “Cahiers”. Acompañamos este ciclo con textos sobre algunas de las película que lo integran. Agradecemos a Tomás Dotta la gentil invitación.

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Por Lucía Salas

Primera época: El boulevard del crimen / Segunda época: El hombre blanco

Truffaut decía de Carné en Cierta tendencia del cine francés que tenían que agradecerle a Jacques Prèvert que el cine francés haya alcanzado lo mejor de su realismo poético con Quai des brumes (Carné, 1938). Después serían todos dramas de cornudos.

El Boulevard du crime que le da el título a la primera parte de Les enfants du paradis era una forma de llamar al Boulevard du temple, una serie de calles llenas de teatros en los que se solían representar melodramas con derramamiento de sangre. Es esa calle que se ve en la primera foto de un ser humano de la historia (dos, de hecho: un lustrabotas y el dueño de las botas), Boulevard du Temple de Louis Daguerre (1938), más o menos por la misma época en la que transcurre Les enfants…: romanticismo francés, reinado de Luis Felipe*. El daguerrotipo muestra la calle vacía por una condición lumínica, el tiempo de exposición era de 10 minutos y lo único que permanecía quieto tanto tiempo en el boulevard, además del decorado, eran esos dos actores. Varios de los integrantes del pentágono amoroso que gira alrededor de Garance, existieron por el boulevard: la estrella del teatro Frédérick Lemaître, el mítico mimo Baptiste Debureau, el poeta, criminal, justiciero social (y supuesta inspiración para el Raskolnikov de Crimen y Castigo) Pierre-François Lacenaire y su acompañante Pierre Victor Avril, y un conde desagradable familiar de Napoleón (Édouard comte de Montray).

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Les enfants… se filmó durante la ocupación en una serie de decorados en Niza y está dividida en dos partes porque Vichy no permitía que las películas duraran más de 90 minutos. El boulevard además de un espacio público es el terreno con mayor cantidad de eventos fortuitos por metro cuadrado de la región. Es como una niebla alegre que se extiende a los lugares que lo rodean: los bares que quedan ahí, las pensiones donde viven los artistas, las oficinas de escribas públicos, las casas de teatro, camarines, palcos, plateas, restaurantes, reservados de restaurantes y baños turcos (¡!). Es una especie de hechizo que se mantiene en sus extensiones, repletos de extras que dependiendo de cómo pegue el sol pueden ser una ola de posibilidades o hacer que todo sea imposible. Todo en el boulevard es espacio público, y así como sus calles están llenos de shows sobre tarimas en los que los personajes se cruzan, se conocen y se salvan entre ellos, en sus cuartos también hay peligro constante de espectáculo: sólo se toca la puerta una vez antes de entrar a ver algo que no se debía. De hecho entrar al propio camarín apurado puede ser una forma de transformar un robo en una borrachera con los maleantes. Carné transforma lo artificial del decorado en una forma de orquestar una fuente de vida y movimiento inagotable.

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Les enfants… empieza siendo una solemne y perfecta película de trajes y pelucas. Tragedia a la vista. El momento en que aparecen los rulos de Lacenaire, mechones curvos sobrenaturalmente pegados a la piel de la cara da la sensación de que va a ser imposible romper la distancia involuntaria con cualquier personaje: hay uno que es actor de teatro y se la pasa gritando, hay otro que es mimo. Pero los enfants du paradis son los chicos del gallinero: el actor se vuelve Frédérick, un hombre que tiene una batalla a muerte con el drama a favor de la comedia, el criminal en Lacenaire, un tipo de principios tan duros que sería incapaz de batirse a duelo con casi nadie porque jamás se jugaría el honor y la vida con gente de la calaña de un conde, Garance en una mujer buena que atrae hombres cuya única forma de amar es pedir que los quieran como ellos quieren y esas voluntades cruzadas se pisan y arman problemas y Nathalie, la chica brillante a la que nadie ama salvo ese hijito que no entiende nada. Ninguno de los personajes permanece en el lugar que le fue asignado al principio, esa función que cumplirían en el melodrama. No hay nada en Les enfants… que tenga que ver con el destino, todo es acciones e ideas puestas en práctica. De hecho hasta el final no habrá forma de saber si es una tragedia o una comedia. Es que si al que engañan es a un rey, es una tragedia. Pero si al que engañan a un pobre tipo, es una bufonería de cornudos.

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Los rulos de Lacenaire y el flequillo sin triángulo del conde

Lo que se arma en la viscosidad de ese boulevard es un cuarteto amoroso de funcionamiento perfecto: cada uno de esos amantes de Garance se comunican con otros dos por aristas y con esa fórmula se armas fusiones inesperadas (dos dúos cómicos distintos) y varias veces ajenas a ese centro que es la muchacha, con la cual cada uno se comunica directamente como por una línea que fuga hacia adentro. Hay una pericia en como se mueve todo en las tres horas de películas. Lo que se ve y lo que no depende de si es determinante para la trama o tiene más que ver con el destino privado de los personajes, que va silenciosamente construyendo mitos.

La pantomima como espectáculo también resulta enigmática de incomprensible: la prohibición del habla, reservada a los grandes teatros, era lo que reglaba ese tipo de espectáculo en el cual los gestos eran la única forma de comunicarse. Al principio de la película el espectáculo es caos de familias que se llevan mal peleándose arriba del escenario por cosas del mundo de abajo, chistes físicos malos hechos por gente con la cara pintada de blanco. Pero el protagonista de esta película es Baptiste y cuando logra subirse sin tanto barullo al escenario cambia todo. Desde el momento en que deja su papel de centinela del teatro para salvar a Garance de un gordo burgués que la acusaba de robarse un reloj de oro mientras él se reía de una estatua viviente, le cambia la forma al espectáculo de sus padres: funde el ritmo de sus gestos con la música, le suma delicadeza a los gestos de todos, inventa situaciones físicas que puedan mover una trama y sobre todo vuelva toda su tristeza en inventar cosas para el escenario, con una pausada suma de la violencia de tener toda una vida no vivida fuera del escenario. Ahora hay belleza en las pantomimas. Con Frédérick, habrá gracia en el teatro. La idea sería que no se puede dar nada por sentado: ni siquiera con los mimos.

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*Una incongruencia histórica que no logro resolver, dice en varios lados que la película transcurre en 1827 durante el reinado de Luis Felipe, imposible, y que la segunda parte en 1840, pero uno de los personajes le habla a otro de un período de 6 años de separación entre ambas.

1 Comment

  1. La pelicula transcurre efectivamente durante el siglo xlx, o eso dijeron en la proyeccion. La falta de autos es elocuente al respecto…

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