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Los ’80 #06 – Entrevista a Jorge García

Por Lautaro García Candela y Lucas Granero

Jorge Garcia es una  especie de celebridad a contrapelo. Siempre se lo podía ver en los ciclos de la Lugones (y aún se lo puede ver en su reemplazo mentiroso en el CCGSM), en los festivales, y los que van a privadas dicen que también allí se lo ve. Imposible no reconocerlo por su sombrero. Es legendaria su columna en El Amante sobre cine en televisión, e increíble la oferta de películas que había en los ’90, comparada a los canales actuales, de los que uno tiene la sensación de que pasan las mismas cinco películas todo el tiempo.

Lo primero que le preguntamos es sobre su participación en Cinéfilos a la interperie, película fundamental para entender qué es la cinefilia, y más específicamente, qué es ser cinéfilo en la Argentina. Nosotros suponíamos reuniones entre toda esa gente disímil, las imaginábamos extravagantes, imperdibles. Pero nos dice que no existían. Garcia cuenta que de toda esa gente sólo conocía a Rodrigo Taruella, Roberto Pagés, Gustavo Castagna y a Sergio Wolf, y que a los demás “sólo los tenía de vista”. Su parte, en la puerta del cine Premier, entrevista de Pascual Quinzano, duró dos horas. “Era un quilombo con los ómnibus que pasaban y al final el negro García me dijo que lo único que pudieron rescatar era lo que aparece en la película. El material original era de 30 horas”.   Después nos menciona a Tito Vega, que abre el documental: “era algo más obsesivo, que excede la cinefilia, es más coleccionista. Es una cosa maníaca. Es como si dijeran que hay que ver todo el cine, pocas cosas más insalubres que esa. Basta ver la cartelera actual”.

Dice que su participación preferida en el cine es en Tres D, por la que tuvo una nominación a revelación actoral juvenil en el Festival de Cosquín. Nosotros le aconsejamos que amplíe su abanico actoral, dudamos que lo haga.

“Por suerte esto no es una mesa redonda sobre la crítica”, dice, y que la crítica en los diarios se fue degradando paulatinamente… Hace una lista de nombres, de los que conocemos la mitad: Agustín Mahieu,  Coucelo, Jaime Potente, Jaime Gurone, Carlos Rossi. “Tenían una idea de cine. Recuerdo a Claudio España, que era un tipo serio, que hizo una crítica demolodera de Gatica, en La Nación, fundamentada, se notaba que había visto la película”.

Pero el que mejor escribió en un diario fue Rodrigo Tarruella, que “se cagaba en las reglas del periodismo. Escribió en un diario como no escribía nadie. Yo recuerdo leerlo y decir “¿Cómo le dejaron publicar esto?” Era la antítesis de lo que era un crítico en esa época”. Nos cuenta que hay una carpeta perdida de la época de El Amante, con esos escritos suyos e inéditos.

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“En una época haciamos unas reuniones en la casa de Eduardo Russo, que daban películas los sábados a la tarde, y Tarruella escribía unos dossiers que eran extraordinarios. Me acuerdo de que escribió sobre Bésame mortalmente de Aldrich. Se ponía a chupar en la casa y era único. En esas reuniones nos juntábamos algunos de El Amante, recuerdo cómo se peleaban Tarruella con Quintín. No coincidían en nada”. Cerrando el tema Tarruella, nos recomienda a un crítico español que según Garcia están emparentados, que se llama Manolo Marinero. También murió joven -se tiró de un noveno piso- y recomendaba películas insólitas. Dejamos su obituario, escrito por Victor Erice.

Su formación cinéfila fue en cines de Barrio, dice. “Daban tres westerns continuados, a diferencia del cine Lorraine, o la Lugones, que todo lo que se veía ahí era europeo, algo oriental, o de los países del este, vía Artkino Pictures. Pero estaba ignorado olímpicamente el cine clásico estadounidense. Eso never”. Y como siempre, un dardo a los críticos: “si al 90% de los críticos argentinos les nombras a Allan Dwan te preguntan si juega en la tercera de River”.

En los ochenta esos cines empezaron a cerrar. Y a Garcia no le molestó, porque “el VHS y los DVD’s fueron un alivio, la única posibilidad de ver algunas películas, ya que no se consiguen de otra manera”.

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Antes de hablar del cine de los ’80, Garcia nos habla de la revista de su amigo Isaac León Frías, Hablemos de cine, en la que todos los números se ocupaban de algo del cine peruano. Y a diferenca de ellos, en El Amante no se preocupaban tanto, al menos en la primera época. “Sí si aparecia, como con Agresti, pero no sacamos tapas para pelearle a Olivera. No era algo interesante”. La primera tapa fue para Subiela, le decimos. “Su primera película era promisoria, después…”

Mencionamos Camila. Nos suelta “sí, la película susurrada, que no se entendían qué carajo decían, ¡hablaban tan bajito!”. Toda ese cine, el de Bemberg, es para clase media alta, que eran muy específicos de un sector social, nos dice. Y pegado a eso, el cine alfonista, una clasificación en la que entran La historia oficial, La republica perdida 1 y 2, Hay unos tipos abajo. “Tienen una mirada sobre el tema que se puede compara con La larga noche de Francisco Sanctis. No sé, me predispone la presencia de Brandoni”. No terminamos de entender el concepto, pero prefiere contarnos una anécdota sobre Alfonsín, Cortazar y Brandoni: “Cuando Cortazar vino acá quería entrevistarse con Alfonsin, y el entonces Ministro de Cultura, Brandoni, le dijo que no lo reciba. Le llenó la cabeza. Cortazar, una figura reconocida, con una trayectoria internacional, que venga acá y no lo reciban… raro”.

¿Y Solanas? “Las películas de Pino, Tangos, El Exilio de Gardel, Sur, son las películas for export. Tienen su encanto. Yo le encontraba ciertas cosas seductoras. Habría que reverlas, pero Sur me gustaba más que la de Gardel”. El premio en Cannes para Pino es análogo al Oscar para La historia oficial: “la película sobre la burguesa con culpa”. Aunque dice que la escena con la Madre de Plaza de Mayo, Chela Ruiz, le gusta.

Las películas se nos acaban (no son tantas), y empezamos a hablar de las contemporáneas. Perrone, Campusano, Ortega. Algunas cosas no las podemos reproducir. Nos pregunta si nos vemos en Mar del Plata, y, pobre, se sorprende cuando le decimos que a nosotros no nos dan alojamiento en el Provincial.

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