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La linterna de Pinto – E Agora? Lembra-me

Por Martín Alvarez

Joaquim Pinto nació en 1957 en Oporto. Miembro de la honorable tradición de los sonidistas portugueses, es menos conocido como productor y cineasta. Como técnico, tiene una larguísima carrera que empieza a principios de los 80 y lo llevó a trabajar con personalidades como Raúl Ruiz, João César Monteiro y Werner Schroeter. Hoy en día, cuenta que sólo sigue trabajando con Rita Azevedo Gomes, directora todavía por descubrir en estas latitudes. Como director, filmó más de una decena de películas que aun esperan por sus desenterradores. E agora? Lembra-me comparte el año en que Pinto, que vive hace décadas con hepatitis C, sida y cirrosis, se somete a un tratamiento con drogas no aprobadas, un año de descanso forzado que se propone aprovechar para abrir cajas, tirar papeles, regalar libros, y filmar esta película. Los efectos del tratamiento son temibles: lo dejan postrado en la cama, lo hacen frágil ante la luz, le generan una incómoda sensación de disociación con su propio cuerpo. Mientras las drogas le impiden dormir, Pinto enciende la cámara y habla de sus malestares. Gran parte de su lucha contra la enfermedad y la toxicidad de los medicamentos se sostiene en esa obsesión por constatar hechos.

Ese punto de partida rápidamente da un salto, y lo maravilloso de este diario es que su horizonte no parece ser otro que el infinito. En algún momento de la película, Pinto cuenta que estuvo tratando de encontrar algo así como un orden a través de un método consistente en llenar mapas con anotaciones, nombres, datos, fechas, memorias y rutas. E agora? Lembra-me es como si ese tesoro escondido en un mapa fuera abierto y ofreciera sus riquezas al mundo. Así, mientras sigue registrando su evolución durante el tratamiento, Pinto recuerda a los amigos y al mismo tiempo indaga la biología, la química, la religión, lee citas de libros y reflexiona en voz alta sobre ellas. Ver su pensamiento en acción me recordó a otro personaje conocido en este festival de Mar del Plata, el Giacomo Casanova de Albert Serra, que en un momento se para al lado de la biblioteca, saca un libro, lo hojea aleatoriamente y de pronto lee un fragmento y se pone a discutirlo. Saliendo de la película de Serra les dije a mis amigos que podría ver una película entera de Casanova haciendo eso mismo hasta agotar su biblioteca. Con Pinto pasa lo mismo. Uno podría acompañarlo por siempre mientras estudia organismos microcelulares y descubre que hay células que son demasiado pequeñas para tener color, o mientras se pregunta por nuestras futuras evoluciones luego de constatar que el tomate tiene mayor cantidad de células que el cuerpo humano.

Hay una vieja disputa que reencarna en E agora? Lembra-me y es la que sostienen desde tiempos inmemoriales la religión y la ciencia. En el caso de Pinto sería mejor describirla como una meditación sobre dónde depositar la fe, si en Dios o en la naturaleza, o también mediante el juego de palabras que Pinto varía como “ver para creer”, “querer para creer”, “creer para creer”. La tercera opción es la gran frase de un escéptico que reduce por una vía absurda el acto mismo de “creer”, sea en lo que sea. Pero no se deja de intuir en Pinto un motivo más secreto, más abstracto, por momentos incontrolable, un motor que lo lleva a buscar conexiones, a rastrear un sentido trascendente a los hechos. En determinado momento, con su pareja Nuno Leones, invitan a otro amigo, el actor portugués Luis Miguel Cintra, para grabar una lectura completa del Nuevo Testamento según Juan —película que acaba de estrenarse en el Festival de Roma—. Pinto cuenta esa experiencia como un episodio sublime, en el que sintió que la voz de Cristo se expresaba cristalina. En otro orden, dudar de Dios le da además una muy buena excusa para burlarse un poco de Nuno, un cristiano que asiste a misa (aunque después desiste) y le lee citas de la Biblia en voz alta.

Pero esa relación con Dios es siempre más ambigua, más reacia, más incierta, mientras que el vínculo que Pinto entabla con la naturaleza es verdaderamente poderoso. Esa película de Cintra leyendo las sagradas escrituras se hizo en un campo de las Azores, un par de hectáreas que Nuno y Pinto compraron para dedicarse a plantar árboles, pequeño paraíso al que vuelven cada vez que la enfermedad y los efectos de los remedios lo permiten. Si bien también pasan allí por dos experiencias dramáticas de incendios, cada retorno al lugar se siente como una reinyección de vida, y el mismo Pinto lo dice: “Nos sentimos mejor cuando estamos en el campo y con los perros”. Uno de los interludios más vigorosos, más emocionantes de E agora? Lembra-me es uno en que Nuno se revuelca en el pasto a jugar con los cuatro perros, y que Pinto celebra con un fragmento de música clásica (otra de sus grandes pasiones). También se reserva tiempo para observar las plantas y las montañas, hacer un largo plano de una libélula, ver cómo cuelga una araña, o sorprenderse por una abeja tratando de masticar una hamburguesa. Y explora la ciencia como nadie, cruzando el estudio de las epidemias con la historia social y política del hombre. En determinado momento, lee una cita que define a la historia del hombre como una larga observación de la naturaleza, y que resuena sobre cómo él mismo nos cuenta su historia.

Mientras miraba la película me preguntaba qué será lo que logra el director con el cine para convertirlo en un medio tan exquisito, tan maleable para que el pensamiento discurra con esa libertad plena, incluso con sus propios lapsus y sus momentos de alteración, atravesando casi todas las disciplinas, viajando de un extremo a otro del tiempo. Se me ocurre una imagen, y una explicación simple. La imagen es la de Pinto entrando a unas grutas, acompañado del fiel ladero Rufus. La explicación, seamos sinceros, no se me ocurre a mí (como casi nada en esta nota) sino que es algo que Pinto dice en voz alta cuando E agora? Lembra-me ya empezó hace un rato. Al principio, cuenta que Nuno no quiere participar de la película; su ocupación es otra, “mantener la vida”, según entiende Pinto. Pero más tarde Nuno decide ayudarlo y entonces Pinto reconoce algo casi al pasar: que filmar es algo que se ha integrado a sus vidas. Es mucho más difícil de lo que parece —y particularmente sorprendente en la situación de este cineasta— llevar el cine a ese lugar, porque es mucho más difícil de lo que parece convencerse de que el cine puede ser despertarse y filmar lo que se encuentre cada día, como un mundo que se revela al azar mientras se ilumina una cueva con una linterna. Pinto vuelve a ese grado cero —puede que no sólo del cine— y el aspecto más memorable de su película es compartir esa estadía con él, verlo filmar al tipo que ama, ver cómo su enamorado le devuelve el gesto, verlo levantarse un día con ganas de hacer chistes sobre Zorra (perra apasionada por los fenómenos naturales), ver el ataque de los remedios y ver también que el paciente nunca se rinde. Pero también verlo parado al lado de la ventana sin hacer nada, o mirarlo a la cara, o ver a Nuno atarse los cordones. En esa zona que Pinto lleva a un punto asombroso de acercamiento no hay tanto una biografía (la hay, sí, pero no se reduce a eso), una filosofía cerrada, hay incluso más que una película. E agora? Lembra-me tiene la nitidez de ser lo que está siendo la vida de Pinto. Es eso lo que la hace eterna.

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