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El club de debate de Las Pistas (02) – Hidden Figures

En la tercera batalla del club de debate, nuestros dos participantes dan sus argumentos en torno a Hidden Figures. Esta vez los roles se invierten y Granero se posiciona a favor y Salas, en contra. Veamos qué tienen para decir sobre esta biopic de tres mujeres muy inteligentes, “computadoras humanas” de la Nasa, que no pueden aguantar sus ganas de ir al baño.

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Por Lucas Granero, a favor

Dentro del subgénero nominado “mujeres inteligentes que trabajan para mandar gente al espacio o para evitar que nos maten los marcianos”, Hidden Figures apuesta por una serie de procedimientos que al team Arrival, tan preocupado por disfrazarse de cualquier otra cosa, seguramente le deben resultar bastante vergonzosos. Y es que Hidden Figures abraza su condición sin hacerse ningún tipo de reclamos. Podríamos decir incluso que es un producto típico de esta época del año, como lo son las frutas de estación o los programas de tv veraniegos. Una película de los Oscars, fácilmente reconocible y nada culpable de asumirse como tal. Si existieran todavía videoclubs bien podríamos colocarla en un estante que llevaría ese mismo nombre, “películas de los Oscars”, compartiendo espacio con otros grandes especímenes de esta misma raza, como pueden ser The King’s Speech, The Help o la más reciente The Imitation Game. Todas ellas aluden a la empatía con el espectador, a quien emocionan con sus historias de sacrificios y fracasos, de obstáculos y luchas, de sueños que se cumplen contra todo pronóstico. Hidden Figures asume la que tal vez sea la forma más común entre este tipo de cosecha, la biopic sin disfraz, la que empieza con la frase based on a true story y finaliza con el devenir de sus protagonistas una vez terminado el marco temporal que narra, puntuado a veces con fotos que confrontan la realidad con la ficción: todo un emblema de estilo.

Así es como conocemos la historia de estas tres mujeres que en plena segregación terminan sobresaliendo como tres de las mentes más brillantes de la Nasa, cuyo trabajo fue fundamental para poner a los hombres a flotar en el espacio. Y aunque el guión se obstine en hacernos creer que una comunión entre blancos y negros era posible bajo el marco de la carrera espacial, sus hallazgos se encuentran en pequeños momentos de la cotidianeidad de estas tres mujeres, reveladoras escenas de vida donde la sombra amenazadora de “el gran tema” queda suspendida para tan solo dedicarse a observar las relaciones con sus hijos, sus madres, algún naciente amor que aparece y un pequeño baile en el que las preocupaciones se difuminan. Porque aquí el interés no es solamente lo que pasa cuando se tiene otro color de piel y se trabaja en la Nasa sino que a ese elemento se le suma la otra condición imposible de separar: la de ser mujer. En medio de un espacio que alcanza dimensiones hóstiles de machismo, donde hasta las propias mujeres blancas miran con cierto estupor que haya otras de su mismo género que quieran dedicarse a ser ingenieras, las decisiones de estos tres talentos hacen temblar lo terriblemente naturalizado de las posciones de poder que aquí se detentan. Porque a Sheldon no le importa que su contrincante en cuentas matemáticas sea negra sino que sea una mujer la que quiera firmar junto a su nombre las investigaciones.

En su delimitación tan marcada, en la que tan a gusto se siente, Hidden Figures apela incluso a un elemento más que la convierte inmediatamente en una favorita del oficialismo académico: su agenda política conscientemente actual pero para nada agresiva, lo suficientemente correcta como para ablandar los corazones y al mismo tiempo no ofender a nadie. En una ceremonia que se intuye como el lado b de la del año pasado, a la queja del oscars so white se la suaviza en esta edición con tres películas que abarcan diversos tiempos en la vida de los afroamericanos. De Fences y Moonlight hablaremos más adelante pero no hace falta mucha observación para que se haga evidente que ninguna de esas dos películas puede quitarle el privilegio a Hidden Figures, la fruta más linda, que no necesita transformarse en un show de declamación insufrible ni ser demasiado arty para decir lo que tiene que decir. Si, probablemente nos olvidemos de ella en uno meses (no tiene siquiera una buena canción para que se nos pegue) y nos burlaremos de algunos de sus pasajes más ridículos (Kevin Costner en un momento dice “en la Nasa todos meamos del mismo color” o algo así) pero ahora me permito celebrarla porque si vamos a entrar en este juego de los Oscars son éstas las películas que mejor bailan este ritmo y algún tipo de respeto debemos tenerles por saberse tan poco importantes para el resto del mundo que no sean esos pocos agraciados que el domingo aplaudirán a sus pares, se reirán de algún chiste, cerrarán algún contrato y nos volveremos a encontrar nuevamente en unos meses, cuando la nueva cosecha ya esté madura.

Hidden Figures Day 41

Por Lucía Salas, en contra

Salvo por la temporada de los Oscars, cruzarnos con una película completamente intrascendente suele ser una cuestión de mala suerte y no de costumbre. Pero acá estamos, otra vez en febrero con las altísimas dosis de falso progresismo obvio y convenido sin una gota de gracia, basado en una historia real(mente importante).

Bajo el ala de la simpatía suele pasar cualquier cosa, pero hay películas que son  realmente malas. J. Hoberman escribió alguna vez que hay un número de razones para tener en cuenta a las películas malas. Uno de los valores que encontraba era el desborde de una mala factura, algo que pasaba de girar en falso sobre una forma para inventarse una nueva. Películas malas con ganas.

Hidden Figures es una película mala sin ganas. La pátina brillosa de una versión de algo, que da la sensación de existir porque el conflicto racial combina con los muebles y el color marrón de la importancia. Es la vagancia del piloto automático. No hay nada, absolutamente nada vivo. Es una película-zombie, no a lo Train to Busan sino de esos zombies que caminan lento y continuado, que tienen forma de humanos pero sin que funcione el cerebro más que para moverse instintivamente hacia el lugar que tiene olor a comida. La cáscara de algo que no se rellena con nada interno de la película sino solamente con la carga de la certeza de que eso fue una historia real.

Todo en la película avanza recto hacia el desenlace porque hay una idea de utilitarismo de los procesos: la tiranía del resultado. El resultado mayor es el presente nuestro, un mundo que alegremente se liberó de toda esa barbarie de la segregación y en el que ahora la gente convive con respeto y sin violencia, sobre todo para los negros y las mujeres. Esta gente vive en un mundo tan imaginario que realmente parece que se creen que esos esbozos de humano genérico que hacen mover por decorados brillantes con luces tenues pueden pasar por un objeto animado. Todo funciona como un reloj, decorado y personajes, todos los ingredientes para tranquilizar una conciencia: algunos falsos chistes, algunos falsos obstáculos, algunos falsos vínculos, todo disfrazado de la discreción del pequeño gran cambio: la contradicción de afirmar que la Historia realmente avanza en pequeñas conquistas sin prestar atención a los detalles. Un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la estupidez general.

Es que si la excusa de ser de todo esto es inventar una anécdota en la cual una mujer negra pudo calcular la trayectoria de una nave espacial para que de una vuelta alrededor de la tierra rodeada de hombres racistas y misóginos como mosquitos hay en un pantano pero no podía ir al baño en el edificio porque no había uno reservado a las mujeres negras, ¿por qué eso no es absolutamente nada? Imaginen las cosas que podrían pasar en ese camino, dos o tres veces al día, durante semanas. La gente que podría cruzarse, las velocidades a las que podría avanzar, la cantidad cada vez mayor de carpetas que podría acarrear. Podría hasta mudarse a ese baño y combinar varias meadas. Hacer un club de lectura, un curso de geometría analítica usando el espejo del baño como pizarrón, una feria de artesanos, una pyme de perlas de imitación. Pero todo se resuelve con una corrida hacia ningún lado, una música de fondo y un estallido genérico de personaje por inclemencia climática, a lo que Kevin Costner responderá tirando abajo el cartel de baño para mujeres negras al grito de “en la NASA todos hacemos pis del mismo color”. Se les secó el órgano de hacer chistes, tienen el alma completamente marrón.

No hay un plano, una escena, no hay nada que pueda ser recordado más del tiempo que dura en venir otra escena. Esa es la mejor forma de sepultar la existencia de algo supuestamente importante: hacerle una película completamente intrascendente alrededor. Una máquina de propaganda que ni el star system entiende, metiendo a un personaje de The big bang theory muteado para la ocasión. Todo da exactamente lo mismo. En una verdadera película mala, la protagonista hubiera bajado ese cartel a mordiscos, aunque el papel de gorda negra matrona lo tenía otro personaje.

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