En la segunda ronda del acalorado debate en torno a las películas de los Oscars, los participantes Salas-Granero se enfrentan por primera vez y dan sus argumentos a favor y en contra de la única película de ciencia ficción nominada, Arrival, que tiene a Amy Adams hablando con unos bichos.
Por Lucía Salas, a favor:
Arrival es una película de ciencia ficción en la cual el problema con los aliens es que no causan ningún problema. Aterrizan en la tierra y después del comprensible pánico, no pasa nada. Los bichos están ahí, con varias naves dispuestas en puntos aparentemente al azar del mundo, dejan ingresar a las autoridades pertinentes a unas especie de cabinas presurizadas para humanos, se aparecen ellos detrás de un cristal en su propia atmósfera y emiten sonidos. Del otro lado los humanos los miden y después de un tiempo considerable en el que nadie ataca, cada país va a buscar a sus mejores lingüistas.
Por Estados Unidos la elegida es Louise Banks (maravillosa Amy Adams), una heroína serena e hiper talentosa que será la encargada de hacer la menuda pregunta ¿cuál es su propósito?. El momento en que la heroína se ganará el amor de todos nosotros es aquel en el que explica todas las aptitudes de conocimiento de un idioma y lenguaje que hay que tener para poder entender una pregunta como esa, sobre todo cuando se empieza desde la mismísima nada. A partir de ahí la película va a tener la nobleza del trabajo bien filmado: Banks y un físico (Jeremy Renner con anteojos) que no tiene demasiado que hacer ahí más que esperar a que puedan entenderse con los bichos (una linda mezcla entre pulpos y manos gigantescas) van a entrar a la nave cada 18 horas para encontrar una forma de conversar. La primera idea que tiene Banks es central: es imposible distinguir palabras y frases de sonidos, hay que intentar descifrar la versión gráfica de todo eso. Así que gran parte de la película trascurrirá en esas dos cabinas, de un lado Adams y Renner con pizarrones de marcador, digitales y lenguaje de señas y del otro Abott y Costello con sus tintas que toman la forma de las ideas que quieren transmitir. Una película de ciencia ficción que está basada en necesidad y el gusto por conversar. En un cuarto, en silencio, con las herramientas que hay. Sin conflicto bélico ni explosiones, durante meses. Banks es lingüista y está ahí porque le gusta entenderse con otros, el personaje de Jeremy Renner está ahí porque le gusta entenderse con Banks.
Más tarde aparecerá una segunda idea: cuando se aprende un idioma se aprende también una nueva forma de pensar. Voluntaria o involuntariamente se altera la estructura del cerebro. La heroína se va a jugar hasta la cordura por acercarse lo más posible a los aliens, las alteraciones en su cerebro si van a ir viendo en la película, van a ir alterando también su aspecto. Es una nueva forma de focalización: ¿temporalización interna cerebral? El orden de los acontecimientos de la película (y de sus secuencias, escenas y planos) se van a dar como se dan en el cerebro de su protagonista. Por primera vez quizás en la historia de algo las alteraciones temporales con vuelta de tuerca tienen una razón física de ser.
El lenguaje aparece también como una forma de pensar el tiempo: nuestra palabra hablada y escrita suponen una duración, así como se lee de izquierda a derecha el sentido de una frase se comprende cuando se logra acceder a todas sus partes. Pero no es igual con el lenguaje de los aliens, que no tienen una escritura lineal sino una especie de ideogramas más complejos, que plantean un cambio en la percepción del tiempo y por lo tanto la materialidad de los recuerdos: un recuerdo puede hacerse presente, igual el futuro. Todo lo contrario que en el final por multiverso: volver atrás una escena o cambiarla de lugar no altera el tiempo del film sino que transforma el tiempo en un material elástico que se puede habitar en toda su extensión. Así, un fotograma vale lo mismo que una escena entera. Hay un momento en que un personaje entiende que el final de algo no lo invalida y es ahí donde esta lo esencial: no hay una sola forma de ser en las cosas, ni siquiera en las películas. No es existencialismo berreta sino un materialismo del tiempo. No tiene que ver con que o estamos todos conectados o todos incomunicados sino con coexistir. Charlar es una forma de coexistir.
Por Lucas Granero, en contra:
Teniendo como ejemplos a películas como The Right Stuff (1983), E.T (1982), Apollo 13 (1995) y por supuesto a Stars Wars (1977), se vuelve evidente que, de vez en cuando, a la academia le gusta la ciencia ficción. Pero claro que en este caso nunca se trata de un tipo de ciencia ficción viscoso, con músculos y destrucción, sino más bien de uno pasivo que opta por el diálogo antes que por la acción y por la razón antes que por la fuerza. Si con The martian el año pasado descubrimos lo bien que viene tener conocimientos matemáticos para salir de los apuros que puede ocasionarnos la vida en Marte, con Arrival lo que se pone en práctica es el poder de la palabra como medio para la paz y el entendimiento con otras formas de vida (que en este caso son unos pulpos marcianos, que podrían ser una clara referencia a los hermosos bichos que suelen visitar Springfield, pero nada en esta película es amarillo sino que todo lo es gris, opaco, nublado, como un día de eterno invierno). La genia en cuestión es Louise Banks, que llega un día a dar su clase de lenguas sin notar que algo raro sobrevolaba el cielo suyo de cada día y que eso raro se ubicó, también, en distintos puntos del planeta tierra, como amenazando a la humanidad toda con una pasividad que al ejército, claro, le parece rara. Ante esa particular forma de ataque que ostentan estas figuras oblicuas, ella es llamada al campo de acción desde el cual intentará entender cuáles son los planes de los pulpos haciendo uso de sus notables conocimientos en comprensión de lenguas vivas, muertas o marcianas. Debo admitir que la idea de que una lingüista salve a la tierra de una nueva amenaza es una muy bella, que esconde en sus mil posibilidades la configuración de un nuevo tipo de heroína que se sabe genuino y vacío de superpoderes, confiada únicamente en sus capacidades humanas.
“No les queremos enseñar a leer” le dirá en un momento su superior, poniendo en problemas las ideas de Louise que no sabe bien qué cosa hacer con los aullidos y otros gestos guturales que los marcianos le escupen. Pero ahí justamente, en una escupida negra y viscosa, radica la clave para establecer el contacto ya que los marcianos darán sus primeros pasos en la comunicación humana a través de unos extraños semicírculos que expulsan de sus tentáculos y mediante los cuales forman un complejo sistema de relaciones de ideas que, nos dirá luego nuestra genia profesora, no se parece en nada al lenguaje humano porque donde el nuestro es lineal el de ellos rompe cualquier tipo de barrera temporal de comunicación, configurando en una sola escupida una compleja red de ideas y conceptos que mezclan el pasado con el futuro, lo que parece suceder con lo que aún no acontece. Al igual que sucede con los tonos que Truffaut descubre en Encuentros cercanos del tercer tipo o las ondas electromagnéticas en Poltergeist, estas manchas significan una vía de contacto con un orden superior que no solo terminará afectando las tácticas del ejército frente al objeto no identificado sino que hará trastabillar el ya algo derrumbado sistema emocional de Louise.
Es en este aspecto frágil del personaje donde Villeneuve más cómodo se siente y para ello construye una estructura que se asume compleja pero no hace más que disfrazar su falencia en el manejo del género. La marea de flashbacks y flashforwards que inunda buena parte de la película pone de manifiesto cuál es el verdadero valor de Arrival: no la acción, ni tampoco la emoción verdadera sino el más funesto y mentiroso psicologismo. Su trauma en relación a su hija, a la que perdió o bien perderá, deja en claro ya desde ese comienzo que parece una publicidad de algún banco cuáles serán las intenciones que persigue la película, intenciones que muy lejos están de esos seres que sobrevuelan el mundo, cuyos motivos o acciones poco importan (¿les tenemos que devolver el favor en 3000 años?) dado que todo lo que suceda será tan solo una excusa para que el personaje encuentre algún sentido a su paso sobre este tierra. Al igual que sucede con el existencialismo berreta de Christopher Nolan, cuya Interstellar parece ser una clara referencia, o con el relato de libro de autoayuda de Gravity, aquí el peligro colectivo de la humanidad sólo existe para acomodar el desequilibrio de tan solo una persona. Su heroísmo se define únicamente por vivir o no esa serie de circunstancias que la llevará, indefectiblemente, a la tragedia de la pérdida. A esa película, Villeneuve le puso unos ovnis en el cielo cuya única ciencia ficción es la de hacernos creer que China ataque antes que Estados Unidos.