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Downsizing – Un asunto de escalas

Por Lucas Granero

En 1957, Jack Arnold estrenó una de las películas de ciencia ficción más particulares que pueda recordar. The Incredible Shrinking Man es, en su más básica superficie, una película de clase B, en la que un hombre sufre las consecuencias de haberse expuesto accidentalmente a una extraña nube de radiación cuyo efecto es volverlo más y más pequeño, hasta quedar reducido a una partícula de polvo. Dentro del abanico de aventuras que el hombre se encuentra en su camino hacia lo minúsculo —que incluyen una extraordinaria batalla con un gato y una araña—, Arnold y su guionista Richard Matheson (también autor del libro original en el que la película se basa) fueron lo suficientemente audaces para dejar una subtrama filosófica que volvía a todo el asunto una cuestión puramente existencial. Hacia el final, el increíble hombre menguante, sabiendo que su fin sería seguir achicándose hasta la desaparición total, dice las siguientes palabras delante de una serie de imágenes del cosmos:

“…yo continuaba menguando, convirtiéndome… ¿En qué? ¿Lo infinitesimal? ¿Qué era yo? ¿Aún un ser humano? ¿O era yo el hombre del futuro? Si hubiera otros despliegues de radiación, otras nubes yendo a la deriva por mares y continentes, ¿podrían otros seres seguirme hacia este vasto Nuevo Mundo? Tan cerca lo infinitesimal y lo infinito. Mas repentinamente, yo sabía que había en realidad dos fines para el mismo concepto. Lo increíblemente pequeño y lo increíblemente vasto eventualmente se encuentran: como el cierre de un gigantesco círculo”.

La premisa de la nueva película de Alexander Payne se parece en algo a la de Arnold/Matheson. Sin embargo aquí los humanos no se achican por accidente, sino que lo eligen. Esto presenta una variación interesante dentro de su obra: la pequeñez, aquello de lo que todos sus personajes trataban de huir inevitablemente, siempre temerosos de ser menos que el resto, es ahora lo que los puede hacer felices e incluso servir como una potencial solución para todos los problemas de la humanidad, incluido el peligro de la extinción. ¿Se ha transformado Payne en un cineasta optimista? Su habitual misantropía sin duda se ha vuelto menos aguda, aunque es difícil que un director tan afín a la sátira social se muerda los labios en vez de actuar, sobre todo en el sombrío panorama que aqueja a su país (y al mundo en general por consecuencia); tal vez por eso es que Downsizing se siente inevitablemente como una película que convierte su pesimismo en la mejor arma para demostrar que, aún frente al abismo de las peores fatalidades, el mundo puede guardarse alguna que otra esperanza.

Tampoco hay lugar para la aparición de devaneos metafísicos como los que definen el destino del hombre menguante. Aquí lo que importa son más bien las implicancias de vivir en un mundo puramente materialista. Por eso, cuando el matrimonio Safranek (con acento en la segunda A) decide finalmente pasar por el proceso científico llamado Downsizing, no lo hace tanto por la gran cantidad de beneficios que trae a la sociedad, sino porque al achicarse, sus modestos ahorros los convierten en potenciales millonarios. Lo que persiguen es el auto, la casa, el dinero: no hay otros factores que se impongan en la construcción de la felicidad tan deseada.

Es tal la obstinación por conseguir un estilo de vida que cumpla con el deseado “american way of life” que ni siquiera son capaces de sorprenderse por las maravillas que la vida en escala les depara. Una rosa gigantesca yace sobre la mesa de Paul y causa tan solo un breve comentario antes de pasar a otra cosa (la fiesta lisérgica del vecino-traficante Dusan Mirkovic). Esta apatía por lo que antes era chico y ahora es inmenso será una tendencia en Downsizing y la película misma adoptará esa indiferencia hacia el nuevo mundo. Payne desaprovecha las oportunidades que tal premisa le permite en invenciones de la puesta en escena (pensar todo lo que pierde, teniendo en cuenta una película reciente como Antman). De hecho, la faceta sci-fi, que en un principio parece ser la base de Downsizing, es rápidamente neutralizada, dejando de lado la sorpresa inicial de convertir a sus personajes en liliputienses. Al menos nos permite disfrutar del proceso transformativo, acaso la secuencia más creativa y con mayor intensidad cómica de toda la película (¡el horno! ¡la espátula!).

Payne siempre supo que el sueño americano es más que nada una cuestión de escalas: el auto, la casa, el dinero; todo debe ser más grande, mejor que lo del resto. Sus personajes siempre han sido las víctimas de esa lógica competitiva que los obliga a tratar de encontrarle un sentido (económico/productivo) a su existencia. Y al invertirlas, la lógica se vuelve levemente distinta pero llega siempre a la inevitable y absolutamente necesaria desigualdad: los que tenían poco ahora tendrán mucho, los que tenían mucho tendrán muchísimo más y los que no tenían nada, bueno, nada tendrán. En ese sentido, las sorpresas a las que se enfrenta Paul no tienen mucho que ver con el extrañamiento de vivir en un mundo en miniatura sino en comprobar que, aún cuando la variable del mundo haya cambiado a 0.003% de su tamaño, nada parece ser tan diferente. Como dicen los Talking Heads en Once in a Lifetime, otro relato de un hombre que se pregunta cómo llegó hasta ahí: “Same as it ever was”.

Es curioso, pero la película parece ir a contramano de sus personajes, sometida a un extraño proceso de agrandamiento. A medida que éstos se achican, Downsizing va haciéndose cada vez más grande, más obstinada por meterse en nuevos terrenos que llevan a los personajes a enfrentarse a situaciones que también los obligan a tomar decisiones XXL, como puede ser la de irse a vivir bajo la tierra con el fin de salvar a la humanidad de su inevitable extinción. Desde su llegada a Leisureland, que finalmente lo encontrará en soledad, hasta su viaje a la primera colonia de “convertidos” en una isla de Noruega, Paul va cambiando su manera de ver el mundo y las cosas que lo rodean. Se trata de un despertar de conciencia que la película aprovecha para ir cambiando de tono y hasta de tópicos genéricos (del sci-fi del comienzo al renacer new age del final). Así, la película va mutando al tiempo que lo hace el estado anímico de Paul. Aquí es donde comienza a importar la aparición de dos personajes secundarios que harán temblar la limitada visión del mundo de nuestro protagonista. El primero de ellos es el antes mencionado vecino Dusan, especie de pirata del mini-mundo, flaneur por decisión propia, que vive la buena vida dando a todo aquel que lo desee los irremplazables placeres del gigantezco viejo mundo. También está la vietnamita Ngoc Lan Tran, achicada en contra de su voluntad por haberse rebelado ante la tiranía de su país del que se terminó escapando metida en la caja de un televisor. De la vida en escala normal a la vida en escala pequeña, perdió una pierna, vive en un edificio de inmigrantes que no se diferencia demasiado de la caja en la que vino y se mantiene limpiando las casas de los ricos, pero sobre todas las cosas es una persona que vive casi exclusivamente para ayudar. Así, entre el hedonismo de uno y el altruismo de la otra, Paul obtendrá una nueva mirada ante lo que lo rodea que llevará a la película a un estadio humanista impensado. Pero Payne, pesimista irremediable, ni siquiera en los logros del futuro más próximo confía en que las cosas cambien. El humano siempre será humano. Su naturaleza es la de los eternos perdedores.

“Miré hacia las alturas”, continúa el hombre menguante en su viaje hacia la nada, “como si de algún modo pudiera aprehender los cielos. El universo, mundos más allá de su enumeración, el tapiz plateado de Dios se esparce por la noche. Y en ese instante, supe la respuesta al enigma del infinito. Yo había pensado en términos de la limitada dimensión del propio hombre. Yo había sido arrogante hacia la Naturaleza. Que la existencia comienza y finaliza es una concepción humana, no de la Naturaleza. Y sentí mi cuerpo menguando, fundiéndose, convirtiéndose en nada. Mis miedos me desbordaron. Y en su lugar llegó la aceptación. Toda esta vasta majestuosidad de creación debía significar algo.” Lejos de alcanzar un tipo de iluminación metafísica similar, y más cerca de una limitada dimensión del propio hombre, Paul Safranek terminará su odisea de vuelta en la (in)comodidad de Leisureland, sin haber adquirido los valores que otorga una conciencia expandida, ni haber revelado demasiado acerca de los grandes misterios del ser humano. Sus premios son más bien modestos, y con ellos está conforme. Acaso su aventura tan solo le da la satisfacción de encontrar el tamaño que mejor le queda: el de la escala humana con todas sus dudas, sus miedos y sus aciertos.

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