Por Lucía Salas
Un infierno, Pennsylvania
Dice una de las leyendas (Wanda es toda leyendas) que la película se iba a filmar en el Sur, quizás en la Carolina del Norte natal de Barbara Loden, pero como quedaba demasiado lejos de los laboratorios de Nueva York, filmaron en Pennsylvania. El lugar donde empezó el país pero también de alguna manera donde termina. En 1962, ocho años antes de que Wanda viera la luz, hubo un incendio en una mina de carbón en Centralia que nunca se apagó. Las medidas tardaron años en llegar. Durante los primeros 20 años del incendio la gente de Centralia aspiro enormes cantidades de monóxido de carbono que ascendían desde el subsuelo, pero la actividad minera siguió en el área. No fue hasta casi 20 años después, cuando el suelo se abrió bajo los pies de un chico que se decretó la zona en emergencia y el estado asumió su responsabilidad un poco ridículamente, evacuando gente a los pueblos vecinos pero sin apagar el incendio. En 1992 el Estado expropió las últimas casas y obligó a los que quedaban a irse a otro lado. El incendio bajo tierra sigue hasta hoy.
Un poco más de una hora de auto hacia el norte, Wanda despierta en una casita de una mina de carbón. Sale de la casa que no es suya con ruleros cubiertos por un pañuelo, una cartera y un pantalón blanco, como para no perderse en la negrura que la rodea. Pilas y pilas de carbón en el suelo, camiones repletos de carbón, mineros cubiertos de carbón de la cabeza a los pies. Wanda resiste, casi íntegramente de blanco. Camina y camina buscando algo mientras la cámara hace un zoom infinito para finalmente tenerla cerca en medio de todo eso. En ese tiempo, miles de preguntas. ¿A dónde va? ¿Qué hace? ¿huye de ese bebé maldito que no para de llorar en la casa, que según ella llora porque la odia?.
Wanda en realidad busca a alguien, tiene un amigo, su único amigo. El hombre resulta familiar. Ese viejo que, también solo entre todas las máquinas y las humaredas, camina despacito juntando latitas de carbón, es muy parecido a Bepo, el linyera de ¡Qué vivan los crotos! En el medio de toda esa humareda, una chica que no quiere ser nada y un sereno anarquista. Wanda va a ver a su amigo y le pide ayuda. Necesita un poco de plata. El le dice que no tiene mucha pero que si tuviera más le daría, que haría cualquier cosa por ella. La plata entre ellos no es nada, y quizás tampoco signifique nada para cada uno por separado. ¿Qué sentido tiene algo que jamás tuviste ni quisiste? Hacia el final de la conversación él le dice que no cree que ese día vaya a hacer mucho más, que va a levantar una latita más y después se va a quedar tranquilo, va a ir a pescar. Que eso va a ocupar su tiempo y que la va a pasar bien un rato. ¡Ah!, si pudieran adoptarlos los amigos de A nosotros la libertad, pescando todo el día mientras las máquinas trabajan.
Las palabras parecen producir en Wanda un cortocircuito, en eso voy a ocupar mi tiempo y la voy a pasar bien un rato. El cortocircuito sucede en el contraplano, cuando Wanda escucha lo que su amigo tiene para decir y para hacer. El plano sigue y ella continúa congelada. Es como si la sola posibilidad de poder hacer que el tiempo pase de cierta manera, más aún la idea de disfrutar del tiempo, no estuviese en su vocabulario. ¿Qué quiere decir, pasarla bien un rato? Estar lejos de ese bebé, de ese marido insatisfecho, de esos camiones llenos de piedras negras, tomar un helado, qué es, cómo es. Los ojos de Wanda parecen vacíos, como siempre pero más. Ella no puede juntar una latita de carbón para juntar un poco para ir a pescar, puede ir a coser pero ahí no la quieren, es muy lenta. Los hombres con los que coge por un poco de comida y techo no le pagan. La casa es un infierno. Entonces qué es pasar el tiempo, ¿ver en las vidrieras lo que no puede comprar, lo que ni siquiera puede hacer trabajando?¿Comer un helado que sirvió de anzuelo para que un desagradable la abandone al lado de la ruta? ¿Cómo es? Su amigo plantea una pregunta, pero sus respuestas a ella no le sirven.
Tierra Santa, Connecticut
Horas más tarde, buscando un baño para arreglarse un poco, Wanda se encuentra con el Sr. Dennis, que no es como ella y su amigo. Dennis quiere plata y por eso es capaz de dejar la vida. Es un hombre de ciudad, Wanda y su amigo son de ningún lado. Cuando ella entra al bar a pedir un baño y comer lo que sea que esté en la barra, él está robando la caja. Ella no se da cuenta y se va con él. Ahí comienza un viaje, de Pensilvania a Connecticut en un auto robado. En el camino el paisaje cambia. Del abandono y las minas de carbón a un poquito de verde alrededor de la ruta. Entre un día de trabajo y el otro paran en un lugar que parece un sitio religioso. El Sr. Dennis le habla a un hombre que resulta ser su padre. Mientras ellos charlan Wanda se va a dar una vuelta. Está en Holy Land, Tierra Santa, una réplica de Belén y Jerusalén construida en Waterbury, Connecticut, que funcionó hasta 1984. Wanda sigue a la gente que está ahí de vacaciones. Pasea, realmente pasea por la ciudad miniatura y sus catacumbas. Adentro se pueden ver hombres de madera crucificados, cubiertos de sangre.
Una escena antes Wanda y el Sr. Dennis están en medio de un campo tomando whisky con cerveza y pasando el tiempo. Está atardeciendo y a unos metros de ellos una familia pilotea avioncitos a control remoto. El Sr. Dennis los trata como si fueran una especie de mosquitos gigantes, tratando de saltar y agarrarlos con la mano. También cubre a Wanda con la chaqueta de su saco, como si fueran una pareja, como si fueran una familia. De lejos parecen estar pasando el tiempo, pasandola bien un rato. Pero la conversación es otra. El le dice que se compre un sombrero y ella le dice que no tiene con qué. Nunca tuve nada y nunca voy a tener nada. El le contesta que es una estúpida, que si no quiere nada jamás va a tener nada, y que si no tiene nada no es nada, ni siquiera una ciudadana estadounidense. Ella le dice que quizás esté muerta. ¿Y si lo está? ¿Y si todo eso fue el infierno, ese infierno de Pensilvania en el que cayó por error y del que fue sacada, pero tuvo que conformarse con caer en una tierra prometida de mentira, con jesuses de madera? Quizás así sea, porque horas después ni siquiera el lujo de morir va a darse.