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Jumanji: Welcome to the jungle – Doble de cuerpo

Por Ramiro Sonzini

La recauchutada versión modelo 2017 de Jumanji sigue siendo una pavada inocentonta de moraleja bienpensante (“Utilicen el tiempo de la detención para pensar en quiénes son y en quiénes quieren ser”, les dice el asqueroso del director de la escuela), una prolija aventura (digitalmente animada) que cumple con todos los requisitos del manual de género vigente (autoconciencia del avance tecnológico incluida), obediente con todas las reglas que el mercado, la moda, la taquilla y quien quiera imponer le imponga. Sólo una cosa destaca, un truco de guion, que pone en el tablero un desafío interpretativo para los cinco actores adultos, y gracias al cual la película logra hacer reír. El truco es el siguiente: los adolescentes, antes de ser chupados por el arcade de Nintendo en el que se convirtió Jumanji, eligen un avatar (un personaje dentro de la ficción del juego), del cual no pueden ver su aspecto sino sólo una breve descripción escrita. Cuando caen en el medio de la selva, lo hacen transformados en el avatar que cada uno eligió, que son los actores adultos. La película, antes de meterse de lleno en la selva, desarrolla brevemente el estereotipo de cada uno de los adolescentes: el nerd fanático de los videojuegos, el deportista negro musculoso y popular, la súper egocéntrica prom queen que obviamente es una bomba, y la nerd callada y seriota. La inteligencia está en que el estereotipo del adolescente es aberrantemente distinto al del avatar que encarna en el juego. El trabajo de los actores adultos es virtuoso porque componen dos papeles al mismo tiempo, especialmente Dwayne Johnson y Jack Black. Uno que no encaja con sus cuerpos, Dwayne Johnson tiene que hacer del nerd miedoso y Jack Black de la piba popular, y otro que es de ellos mismos, de lo que ellos representan para Hollywood. Y balancean bien y a tiempo la entrada de uno y otro, y de ese timing surge la gracia. Una especie de Jekyll y Hyde de la comedia familiar.

“La Roca” vive una historia de amor con su nuevo cuerpo, cada vez que tiene un segundo se mira los brazos con una mezcla de pavor y deleite. Al mismo tiempo exagera la entonación aguda y temblorosa de la voz para hacer surgir al flacucho lleno de inseguridades que lleva adentro de ese cuerpo de mastodonte. Logra convencernos de que hay dos seres emanando de su actuación, y no sólo eso sino que entre ellos surge una relación (al final, cuando están por salir de la selva, el joven Spencer se despide del Dr. Smolder Bravestone, que es el cuerpo de Dwayne Johnson). Jack Black le saca filo a todos los trucos amanerados que lo hicieron brillar en Tenacious D, Escuela de rock, Nacho libre, y le agrega una cuota de mesura y refinamiento femenino. En su caso, además de la voz, lo que construye al personaje incorpóreo es la mirada. La variedad de gestos que es capaz de poner en escena con esos ojos gordos y saltones es prodigiosa. La escena en que les pide a Kevin Hart y Dwayne Johnson que le enseñen a hacer pis con la novedosa herramienta es su mejor momento. Los tres aparecen en un clarito de la selva dispuestos a orinar, en un plano general. Jack Black frente a cámara, apenas tapado por una piedra, se hace dueño de la escena y tira todos los chistes de pito posibles en el minuto y medio que dura la meada. Le causa tanta sorpresa “tener, literalmente, un pito pegado al cuerpo” que llama a los gritos a Martha (la ex nerd actual sex bomb) para que venga a verlo.

Antes de ir al cine vi la Jumanji original, restaurada y editada en Blu-ray. Además de resultar terriblemente plana y poco emocionante, me sorprendió lo “falso” que son sus efectos especiales, sobre todo esos monos salidos del Sega Saturn. Unos meses atrás volví a ver  King Kong, la original, y me impresionó cómo el tiempo había embellecido los rudimentarios efectos especiales de aquella época, y cómo vistos en la actualidad dejan en evidencia la línea que separa la realidad (los actores caminando por los sets, las imágenes de la ciudad) de la fantasía (los muñecos animados en stop-motion, las maquetas a escala, los fondos pintados) y a su vez son el elemento que posibilita su conjunción. Su evidente falsedad le otorga un aire de honestidad a la construcción de ese mundo de fantasía y, de alguna manera extraña, hace que se vuelva más real. Algo de todo esto, supongo, tiene que ver con lo analógico y lo digital, porque si bien los efectos de Jumanji vistos hoy también resultan “evidentemente” falsos, no salen beneficiados por la distancia del paso del tiempo, se ven más feos y hacen que todo parezca mentira. Como si a partir del surgimiento de lo digital ya no se tratara de poner algo irreal en el mundo real mediante trucos, artilugios e ilusiones que crean una ficción que siempre se asume como tal; sino de reponer una realidad imposible como posible, no de recrear algo sino de crear algo, ya no una operación de montaje entre lo real y la fantasía sino un reemplazo.

En cambio en Jumanji: Welcome to the Jungle, aunque sabemos que es todo un invento digital, parece de verdad, no vemos las costuras. Ya no existen las costuras. Pero todo resulta demasiado estandarizado, demasiado previsible. La selva de Jumanji es una selva que podemos conseguir en cualquier Carrefour. Les llevó un montón de años desarrollar una tecnología que les permita “materializar” el mundo que su imaginación proyectara, y cuando la consiguieron, su imaginación se pone perezosa y obediente de algún tipo de regla que corta a muchas selvas, desiertos, islas del tesoro, mundos submarinos, con la misma tijera. Cuando las cosas se hacían con cartón corrugado y goma eva, los monstruos daban menos miedo pero tenían mucha personalidad. Se notaban las manos de los artesanos, que eran el principal catalizador de lo inesperado, del error de cálculo, de la línea mal trazada (la personalidad proviene de ese conjunto de asimetrías imprevisibles, tanto en los decorados como en los disfraces, en los gestos de un actor o en los movimientos de cámara). Esto no quiere decir que no haya artesanos de la era digital (que los hay). Pero no suelen ser los tipos que contratan para los grandes tanques en donde pareciera que la consigna es tratar de borrar las huellas de lo humano en la composición (binaria) de mundos imaginarios.

1 Comment

  1. Querido amigo, no he visto Jumanji, ni ésta ni la vieja, pero sus palabras son tan claras, elocuentes e inspiradoras que sólo resta festejar semejante artículo. ¡Siga así!

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