Sigue la correspondencia entre el FIDMarseille y el Cinema Ritrovato. Mireia Montane le contesta a Matias Fajn y escribe sobre Nicolás Guillén Landrián, cineasta cubano.
Por Mireia Montane
Querido Mati,
Me preguntas casi de forma retórica en la posdata de tu carta si Il Cinema Ritrovato es el cine reencontrado. Hay una idea de insistencia y de resistencia que le da la palabra ritrovare a las imágenes que creo que comprende fielmente las intenciones del festival. No se trata de cine restaurado, desconocido o antiguo, se trata de cine reencontrado, con toda la elasticidad que ofrece el concepto. Yo, por mi parte, me reencuentro con el festival y con la ciudad de Bolonia por segundo año consecutivo.
Volver a Bolonia, la Bologna la rossa. ¿Sabías que la llamaban “la roja”? El epíteto quedó por el color de los ladrillos con los que se construyó la ciudad a partir de la Edad Media, también por su pasado político como pilar indiscutible de la Italia socialista y comunista de la posguerra. Pier Paolo Pasolini era boloñés. Te lo digo, no por querer lanzar datos enciclopédicos aleatorios de panfleto turístico sobre la ciudad, sino porque su nombre también encabeza la plaza que concentra el centro del festival: Piazzetta Pier Paolo Pasolini. A lo que quiero llegar es que toda la belleza que reúne la ciudad bajo sus porches y sus infinitas tonalidades de ocre que alternan los edificios, está también atravesada por un entramado político que parece estar muy presente en la ciudad. De la misma manera, todo el valor mágico, cinéfilo y romántico que carga el festival y las proyecciones analógicas, tampoco se escapa, ni quiere escaparse, de todo el peso político y ético que sostiene la práctica de la restauración, su economía y sus formas de difusión.
Ayer fui a ver unos cortos de Nicolás Guillén Landrián, un documentalista experimental cubano que trabajó para el ICAIC sobre todo durante la década de los sesenta y principios de los setenta. Fue acusado de desviación ideológica, diagnosticado con esquizofrenia, encarcelado, internado en un hospital psiquiátrico militar y censurado. Condenado al ostracismo, finalmente partió al exilio con su mujer Gretel Alfonso y vivió en Miami los últimos años de su vida.
En tributo a los sesenta y cinco años de la existencia del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, la sesión estaba programada a las 14.30 h en el auditorio que queda entrando a la derecha en la piazzetta, donde también se encuentran la sala Mastroiani y la Scorsese. Había muy poca gente. No tenía entrada, pero pude entrar por la cola de última hora. La presentación la llevó a cabo Luis Tejera, de Altahabana Films, la cual encargó restaurar las películas de Landrián y es la productora del documental sobre el cineasta que encabezaba el programa, dirigido por Ernesto Daranas Serrano. Seguían cuatro cortos de Landrián: En un barrio viejo (1963), 9’; Ociel del Toa (1965), 16’; Los del baile (1965), 6’ y Coffea Arábiga (1968), 18’.
Creo que lo que más sorprende del cine de Landrián es su capacidad de driblar las imposiciones por parte del ICAIC de limitarse a un formato informativo para deslizarse de forma sutil, pero firme, y con una enorme carga poética, entre los silencios que guarda la sociedad cubana después de la revolución y los primeros años del mandato de Castro. En este sentido, el corto que más me llamó la atención fue el de Ociel del Toa.
Ociel es un joven miliciano de dieciséis años que desde los diez trabaja conduciendo un cayuco por el río Toa.
«Son horas con los pies en el agua.»
Son horas empujando el cuerpo contra las corrientes del río.
¿De qué manera el cine puede hacer manifiesta la memoria?, me preguntas. Landrián recoge recortes de la vida en la provincia de Guantánamo, los rostros de sus habitantes, recoge sus costumbres sostenidas en la cotidianidad de los gestos y lo hace sin instrumentalizarlas. Las miradas, que se levantan impunes ante la cámara, que se prestan sin pretender ofrecer nada, ni pedir nada tampoco, logran conjugar en un mismo plano la historia personal de cada uno con la historia de una comunidad y de un contexto político. El río Toa no es metáfora de nada, pero baja por la película como conductor de los encuentros y las señales silenciosas de estos estratos que se manifiestan en la intimidad del gesto, que se abren en la imagen y que el espectador, a su vez, las recibe con la misma quietud.
«El sábado hay fiesta en casa de Hilda, la mujer de Tomás.»
El rostro de Hilda, que se percata de la presencia de la cámara y la mira.
«A Tomás no le gusta que le bailen la mujer.»
Hilda y Tomás.
«La muchacha que vende refrescos en el kiosko de la plenaria quiere ser joven comunista, pero va a la iglesia con la tía, pero va a la iglesia protestante del río Toa.»
Ociel dice que la muerte no se puede ver. Los intertítulos, más que ilustrar y encajonar el valor de las imágenes, se ponen enfrente de ellas, las interrogan, las sacuden, las agrietan. La repetición y la ironía de las palabras escritas comparecen en la pantalla en calidad de gestos, un gesto más que pone en cuestión las intenciones didácticas que le encarga el estado, una imagen más ante las otras, en busca de una tercera que no está, que no puede aparecer porque responde a lo que no puede ser dicho, pero que en esa tensión se hace presente.
«¿Ustedes han visto la muerte? Yo nunca he visto la muerte. La muerte no se puede tocar, ni oír ni sentir.»
Ociel y Filín reman el cayuco río abajo. Fin. Solo queda el rastro de un pequeño oleaje que provoca el paso de la embarcación y el reflejo del sol en el agua que platea toda la imagen.
Lo que sí se puede ver, oír y sentir son las películas de Landrián, que componen una de las sesiones más bellas a la que he asistido por ahora en el festival, a pesar de que haya sido en una sala secundaria en la que apenas había gente. Si no era el único, me atrevería a decir que era prácticamente el único programa de películas latinoamericanas que había en el festival, lo cual no deja de visibilizar, por un lado, la urgencia de impulsar e invertir en la creación de más espacios que reúnan y velen por la memoria y el patrimonio fílmico nacional. La urgencia, también, de no acabar con los que ya existen. Me refiero, por ejemplo, a lo que tú mismo has mencionado acerca del ataque sistemático del gobierno argentino hacia el cine del país, el reciente comunicado sobre los recortes en el INCAA y el próximo abandono del edificio donde la entidad almacena sus copias en fílmico. Por otro lado, la necesidad de que los festivales como Il Cinema Ritrovato sigan abriendo su mirada hacia proyectos independientes y comunitarios que no tienen tan fácil acceso a los circuitos institucionales.
Querido amigo, Bolonia no tiene un mar al que escapar cuando se te presentan un par de horas libres entre películas, pero siempre tiene alguna sala que queda cerca y que proyecta algo que ni sospechabas que podría interesarte, pero que se abre, de pronto, como un gran descubrimiento. Y pocas cosas hay mejores que el placer de descubrir casi accidentalmente algo que te conmueve. En el peor de los casos puedes descansar un rato, dormir unos minutos, que es la segunda cosa más grata que se puede hacer en un cine.
Te mando un fuerte abrazo,
Mireia
2 Comments
…a mi que me encanta dormir en el cine (dios mediante) que entretenida respuesta. A ver que le responden a esta simpatica muchacha. Quedo atenta…
He leído la carta tres veces y tengo un pregunta: Porque a Tomas no le gusta que le bailen la mujer?