Esta semana hay dos festivales al mismo tiempo: el FIDMarseille y el Cinema Ritrovato. Uno en Francia, el otro en Italia. Uno dedicado al cine del presente y otro al cine del pasado. Para hacerlos dialogar, Mireia Montane y Matias Fajn plantean una correspondencia entre ellos. En esta entrega Matías escribe sobre dos películas latinoamericanas: Todo documento de civilización y Una sombra oscilante.
Por Matías Fajn
Querida Mire,
Qué alegría comenzar esta correspondencia que acorta distancias entre Bolonia y Marsella. Desde que arrancó el FID, estoy tratando de cumplir el cronograma que armé previamente. Por ahora, vengo siguiendo el mapa punto por punto. Veremos cómo sigue, porque también es lindo perderse. Pero siento importante empezar de forma ordenada. ¿Cuándo se da por iniciado el viaje? ¿Mientras la espera al embarque en el aeropuerto? ¿En el momento en que ya se abandonó el lugar anterior? ¿Al llegar a la ciudad de destino? En el avión que me traía a Marsella, una mujer argentina hablaba orgullosa de su hija con un hombre brasileño. “Llegó ayer. Ya estuvo antes ahí. Ella hace cine y está estrenando una película. Pero un cine distinto, uno que no es comercial. Uno independiente. Ganó un premio hace unos años. Es un festival muy importante. FID Marseille se llama. Si te gusta el cine tenés que seguirlo. Es muy importante de verdad.” Aterrizamos, y el bus desde el aeropuerto al centro de la ciudad me dejó cerca del hospedaje. Eran las doce y media de la noche de un martes. Atravesé, entonces, una larga calle peatonal: las paredes de colores en el frente de las librerías y los ateliers, las macetas gigantes con plantas a los costados, una multitud tomando y conversando. Felicidad. Primero llegué al festival, después a la ciudad.
Antes de venir, alguien me definió Marsella como la urbe menos europea de Europa, la Nápoles de Francia. Ahora puedo confirmarlo. Tiene el caos que uno disfruta, ese que no existe en San Sebastián, aquel que recuerda un poco a Buenos Aires. Pienso la relación entre la ciudad y el festival. La primera impresión con el FID es la de un certamen comprometido. Ese compromiso se percibe desde la programación, en la cantidad de películas y el valor que otorga a cada una, en la identidad generada a través de la articulación de los distintos filmes. Y se reafirma, y esto me parece tan necesario y especial, en el trabajo que lleva adelante el equipo del festival, cuidando cada proyección con un interés atento que se expone en las presentaciones y en los coloquios, dejando en claro por qué cada una de las películas participa en el certamen. En el FID, cada gesto construye una mirada política. La primera proyección de la mañana marca ese principio.
En el centro de la imagen, en medio de la noche, un poste de luz con un cartel que prohíbe arrojar basura en el espacio público. La avenida se sitúa en el fondo con poca nitidez. Las luces rojas de los locales y de los semáforos iluminan. Se escucha el ruido de los autos en el tránsito nocturno mientras la gente espera en silencio la llegada del próximo bus. Y en el margen izquierdo del cuadro, en la penumbra, una pintada sobre una pared: 6 años sin Luciano. ¿De qué manera recuerda un barrio? ¿De qué forma puede el cine hacer manifiesta la memoria?
Todo documento de civilización recupera la historia de Luciano Arruga, un adolescente de 16 años del barrio de Lomas del Mirador que fue torturado y desaparecido por la policía de la Provincia de Buenos Aires en el año 2009 tras negarse a robar con la complicidad de esa fuerza de seguridad. La muerte de Luciano ocurrió en la intersección de las calles General Paz y Mosconi, en el límite exacto entre la Ciudad de Buenos Aires y el llamado Conurbano Bonaerense. La película de Tatiana Mazú piensa desde ese lugar, desconfiando de su neutralidad, de su normalidad, a través de cada documento: los planos de construcción de la avenida en 1937, el mapeo virtual que permite ver una evolución fotográfica a lo largo de los años, el registro audiovisual que mira cierta actualidad del espacio. ¿Qué escuchó, que vio, que imaginó esa carretera?
“Dicen, y digo, que lo mató la policía”. La voz de Mónica Alegre, la madre de Luciano, emerge en la pantalla oscura. Su relato de dolor y de bronca, que atraviesa toda la película, se detiene de pronto en un recuerdo: la fascinación de su hijo por las novelas de Julio Verne. Los dibujos en las páginas del libro Viaje hacia el centro de la tierra son, ahora, otro documento. Las palabras de Mónica resignifican esas imágenes, las interrogan, y repiensan en ellas la búsqueda y el riesgo y el miedo y el camino. Todo documento de civilización pone en el centro lo que siempre estuvo al margen. Una gorra entre los árboles. Una vendedora de flores. Un pozo. Una canción de Cristian Castro. Un cruce de avenidas. Un cartel que pide justicia. La voz de esa madre carga la mirada frente a cada imagen. Y entonces, esa colección de documentos se desborda. La movilización irrumpe. En medio de un discurso, una cámara de video se pierde en un movimiento inestable, hasta que la encuentra: Mónica en el escenario, su rostro, su discurso, un nuevo documento.
En un momento de la película, Mónica menciona una frase que alguna vez le dijo su hijo: “¿Te imaginás agarrar el mar con las manos?”. Al salir de la sala, camino hacia el puerto. Está apartado del circuito de sedes del festival, tampoco hay tanto tiempo antes de la próxima función, pero sé que hay un océano a pocas calles y quiero verlo. Es un capricho. ¿Tiene Bolonia algún lugar adonde ir después de una película que invita a moverse? ¿Es muy confuso esto que pregunto? Me alcanza con unos minutos de horizonte, barcos y niños divirtiéndose en el agua. Vuelvo al cine.
Padre e hija cuentan juntos. Un elefante. Dos elefantes. Tres elefantes. Las fotografías se suceden como si se tratara de un proyector de diapositivas. Una carretera, unas montañas, un hombre leyendo el diario, camionetas estacionadas, una mujer sosteniendo un retrato de Allende. ¿Cuánto sucede entre una foto y otra? Padre e hija dejan de contar. Unos árboles, una bandera del MIR, una niña golpeando una piñata. La colección de fotografías continúa más allá de las voces. El juego organiza las imágenes, que se articulan proyectando una historia que intenta revelarse paso por paso.
La primera película de Celeste Rojas Mugica, Una sombra oscilante, es un retrato de su padre construido a través de una pasión compartida: la fotografía. En la oscuridad del interior de un laboratorio fotográfico, juegan y repasan los pasos del revelado que alguna vez él le enseñó a ella. Y también, revisan el archivo de imágenes que él aún conserva, incluyendo registros de su militancia política en Chile y de su exilio en Ecuador. La hija pregunta al padre por esos viajes, por esos recuerdos que se dejan entrever en cada foto. Hay un límite en el camino hacia esa historia. Algunas cosas prefieren no ser dichas. Pero lo verdaderamente importante son las preguntas. La voz de Celeste vuelve una y otra vez a las fotografías. Especula. Imagina. Supone la escena, y al hombre detrás de la cámara, y al momento anterior, y al posterior. Piensa en decisiones técnicas y en ideas políticas. Confunde unas y otras. Las fotografías son, de alguna manera, la proyección de un futuro que no fue; y se vuelven, en el misterio, parte de un pasado inexacto.
Una sombra oscilante está hecha de fragmentos. Parece una obviedad decirlo. Pero en este caso, la fragmentación aparece como única forma posible de aproximación. Celeste se acerca a su padre, a su historia. Entonces, desarma esa colección de imágenes. Piensa cada una, y en ese pensamiento otorga un valor. Mira la captura de una movilización tomada desde el balcón de un departamento. Mira el registro del llanto de un niño en cuclillas. Mira la puesta de sol en la cordillera y la luna pequeña en el fondo. En esa mirada, en la voz que surge desde ella, hay una construcción sensible del relato. No es la verdadera historia, sino una posible. Su padre, la imagen de él en la película, también se fragmenta. El ojo derecho cerrado, mitad iluminado y mitad ensombrecido, mientras duerme. Las manos que entran en cuadro lentamente, para revelar material o para jugar con las manos de su hija. Un padre que se reconstruye de a partes.“Aprendí a moverme en la entera oscuridad” dirá él, y tal vez sea al mismo tiempo otra enseñanza.
Miro la noche desde el interior de un café. Vuelvo a pensar en Néstor Perlongher. ¿Hablamos alguna vez de él? Ese poeta argentino que nació en el Conurbano Bonaerense, en Avellaneda, y que escribió un conocido poema en el viaje hacia su exilio en Brasil en 1981: “Hay cadáveres”. Releo el texto. Busco una frase que se me apareció durante el día de manera difusa. El cine, y la oscuridad, y la palabra, me han hecho recordarla. Sigo buscando. ¿La habré inventado? No, está en otro poema, “El mal de sí”, uno que también piensa la muerte y la ausencia. Aparece: “No es lo que falta, es lo que sobra, lo que no duele”. Frente al café, en el umbral de una casa, un niño lee un libro.
Me gusta que esta sea la primera carta, que este sea un principio. La madre de Tatiana, aquella mujer del avión, se acercó a felicitar a Celeste después de la proyección. Ella también habrá visto quizás esta cercanía estética y política: fascinarse por las imágenes y desconfiar de su normalidad; pensar desde la palabra en la profundidad del material; interrogarse sobre las posibilidades cinematográficas de imaginar otro futuro. Pienso en los títulos. Juego. “Toda sombra de civilización es un documento oscilante”. ¿Tiene sentido? ¿Es demasiado? Las películas se proyectan en el FID en medio del ataque sistemático que el gobierno argentino lleva adelante contra el cine nacional. Esta semana comunicaron con cínico orgullo despidos y recortes en el INCAA, y anunciaron que dejarán sin uso el edificio donde la entidad almacena sus copias en fílmico. La mirada que no esté mediada únicamente por el capital se vuelve cada vez más urgente. En la oscuridad habrá que moverse.
Espero pronto tu carta desde Bolonia.
Con mucho cariño,
Mati.
P.D.: Cinema Ritrovato sería “cine reencontrado”, ¿verdad? Imaginaba un vínculo entre festivales en esa idea de reencuentro, de los propios materiales y también de ciertos valores. ¿O es mucha mi abstracción?
2 Comments
pues…. a mi nunca me han escrito una carta asi. A ver quien le responde a este humilde muchacho.
Es un maravilloso escritor que devela el testimonio de un momento terrible que vivimos junto con la esperanza de que por los mundos que habita es posible la historia, el arte, l memoria y la verdad