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Bienvenidos – Primer editorial

Nuestra historia, mirando hacia atrás, se ramifica. Quienes formamos parte de La vida útil pertenecíamos antes a dos revistas, una en Córdoba, otra en Buenos Aires, una en papel, otra en la web. Unos eran Cinéfilo, y otros Las Pistas. Éramos amigos, aunque ahora estamos aprendiendo a convivir. Tenemos más o menos la misma edad y somos la misma generación que no viene del periodismo sino de las escuelas o universidades de cine, con otro conocimiento, y todavía estamos tratando de mensurar eso: podemos escribir a partir de poner una película en la línea de tiempo de un programa de edición. Como también intentamos entender qué implica que tengamos toda la historia del cine a la distancia de un click: ¿cómo programamos nuestra cinefilia cuando no hay nada vedado? ¿Qué responsabilidad tenemos como generación nativa en todos estos cambios? Es algo demasiado vasto para determinar aquí, pero es una pregunta que atravesará nuestros textos.

En el último año pudimos ver, casi al mismo tiempo, el mismo panorama: la crítica de cine en Argentina, desprejuiciada, informada, y original, no está pasando por su mejor momento. Y no es que nos pongamos mesiánicos, pero queremos finalmente hacernos cargo de ser esa nueva voz que consideramos ausente y necesaria ante el cierre y la recomposición de algunos agentes del cine nacional.

Primer paso para construir una identidad en común: un enemigo simbólico. Es una buena forma de definirnos. Elegir una vereda. ¿Qué no somos? ¿Qué es lo que consideramos que es parte del problema y cuál es la solución? Podemos esbozar un diagnóstico de la situación, sin pretender exhaustividad.

Aparecieron internet y las cámaras digitales, es decir, se agrandó el cine argentino. Esto hizo que todo se atomizara paulatinamente, después del tándem Nuevo Cine Argentino/El Amante. La crítica dejó de ser un país y se transformó en un archipiélago: se fueron conformando nichos que no logran asumir una mirada transversal (están de un lado o del otro de la grieta). La política nos dividió -puso claras las posiciones-, y eso hace que cada uno le hable a los convencidos propios, en un diálogo de sordos. Estos tiempos de cambio necesitan una mirada fuerte, precisa, que pueda recomponer relaciones -políticas, sociales, estéticas- que se nos escapan o que se quieren ocultar, por conveniencia o por ignorancia. Nosotros, que no tenemos responsabilidades más que con nosotros mismos, ni amigos en la cúpula del poder, podemos hacerlo.

Si la crítica tuvo una intervención política y polémica en algún momento, fue en ese pasado que parece idílico, a fines de los noventa. Ahora es todo más pantanoso, más confuso. Estamos asentados, al borde de la estandarización. En la superficie pareciera que estamos todos del mismo lado. Pareciera que la mayoría de los cineastas -más precisamente, los que estrenan sus películas en el circuito de festivales- filman bien (técnicamente impecables, y teniendo en cuenta el cine que circula en el mundo) e intentan ser consecuentes y responsables. Pero nosotros notamos cada vez más que en la supuesta diversidad del cine argentino empieza a haber rasgos demasiado anquilosados, viejas seguridades sobre las cuales algunos cineastas ya tienen la carrera hecha. Sobre este supuesto consenso decidimos machacar: ya no vemos el panorama como una sucesión o una constelación de autores sino que decidimos volver a las películas, a cómo se comporta la puesta en escena en relación al mundo que retrata y no en relación a la obra interior de los cineastas. Película a película.

Por otro lado, las películas cambiaron su manera de construirse, se aggiornaron a los cambios tecnológicos: se filma y se piensa diferente. La crítica no acompañó ese cambio, no renovó sus herramientas. Ya no es una cuestión de lo nuevo contra lo malo, se trata de empezar a discutir una forma de pensar y escribir que no varió demasiado en 50 años.  Los textos que leemos, de los grandes medios y también de los blogs más pequeños, parecen partir de la constatación de una idea previa. Tienen la capacidad crítica de un texto de catálogo, al borde de la promoción encubierta. Parte de la culpa la tiene un cahierismo dietético (más autores que política) cuyo principal objetivo es demostrar que tal director sigue teniendo los mismos rasgos estilísticos. Implica ir al cine como un inspector de Kaurismaki, Almodóvar, etc. Otra culpa podemos echarle a los que al borde del academicismo utilizan al cine como prueba de un fenómeno mayor que sucede por fuera de la pantalla. Como si las películas fueran ejemplos de problemas de la historia -o la falta de ella-.

Así queda totalmente eliminada la posibilidad de aprendizaje, olvidada una faceta fundamental de la crítica: la del conocimiento. Poner a prueba las ideas, esbozar tesis y antítesis, forzar la interpretación y hacer dudar al propio lenguaje hace que podamos salir de ese enemigo totalizador que es el periodismo. Todos parecen tener ideas muy firmes sobre lo que está bien o lo que está mal en el cine (es decir, un aggiornado buen gusto). La inmediatez exige seguridades, sentencias.

La organización de La vida útil tratará de responder a lo anterior. Seguiremos de cerca al cine argentino, en sus películas y también en sus temas de agenda, sin renegar de que el presente es complejo y que sería imposible tener en cuenta sólo la pantalla con todas las cosas que pasan ahí afuera. Nuestro programa es recuperar la voluntad política de la crítica. Con respecto al cine de otros países, queremos poner atención en esas películas que no vienen precedidas de un gran nombre o un recorrido amplio en festivales, películas poco prestigiosas, que merecen una mirada más atenta. Y por último, queremos tener nuestro espacio cinéfilo, de memorabilia, que trate de mantener al día el pasado y en donde podamos descubrir secretos bien guardados y repensar los clásicos desde la nueva mirada que el presente nos permite construir.

Nos llamamos La vida útil pero podríamos haber elegido otra película que tenga en cuenta, que considere una manera de vivir cinéfila. No nos resignamos a que ver una película deje de ser algo compartido, que deje de implicar salir a la calle y tener una experiencia intransferible, imposible de intercambiar. Ahora algunas películas -desde Daney para acá, digamos- ya cuentan con que el visionado es algo estandarizado, que admite interrupciones, suspensiones, sin que eso signifique una integración real con las demás imágenes del mundo (lo que uno ve cuando gira la cabeza hacia otro lugar, hace zapping o minimiza el VLC Player).

En La vida útil el cine -la cinemateca- es algo crepuscular, casi con olor a naftalina, al borde de la extinción. Y sin embargo cuando nuestro protagonista Jorge, el que mantenía todo a flote, el más recluido de todos, sale a la calle por necesidad hay una manera particular de ver las cosas, siempre al borde de la revelación. Jorge camina con extrañeza en un mundo nuevo. Ve la ciudad después de mucho tiempo y ya no es lo mismo: todas esas películas que vió -y si bien nosotros no las vimos con él, podemos sentir lo mismo- se integran, de alguna manera retorcida, a cómo vemos la realidad. Nuestra idea es recuperar esos modos de ver,  sin dejar de tener en cuenta el exterior.

Pero no vamos a decir todo lo que queremos hacer en el primer texto, ¿no? El movimiento se demuestra andando.

Los editores (Lautaro García Candela, Lucas Granero y Ramiro Sonzini)

4 Comments

  1. Buenísimo, amigs!
    Creo que están enunciando un modo diferente de ver y valorar lo que se hace en cine. Y eso habla de un compromiso con todos los actores del hecho, en especial con el destinatario, el espectador, en mi manera de ver.
    Esperamos, no sin ansiedad, la publicación.
    ¡Abrazo cinéfilo!
    Cris

  2. Felicitaciones, chicos. Muy buena noticia.
    Ojo que editorial es siempre masculino salvo que designe una casa editora. Mucha suerte y ojalá estén a la altura.

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