Hacer el balance de un año, de este o de cualquiera, tiene un componente caprichoso. ¿Quién es uno para hacer esa división del tiempo que implica decir hasta acá, a partir de allá? Esas líneas que trazamos en el aire se parecen a las que hace un niño cuando imagina, jugando a ser monarca, todos sus reinos. Mientras la naturaleza insiste en hacernos pensar el tiempo (viene el día, después la noche, viene el verano, después el otoño, el invierno y la primavera, y así), pensamos en el orden natural y en el social que nos ubica y nos desafía. No es que el primero de enero de 2026 seamos otros, o que el país vaya a cambiar radicalmente. En todo caso cada año el caos se acumula, y la sensación de tener un plan se escurre entre los dedos. En esta revista no tenemos ningún plan de acción, ni logramos ordenar prácticamente nada pero, aún así, parados frente al año que termina vemos para atrás, vemos que pasaron muchas cosas por nuestras manos y cabezas. El año en el que más sentimos que no podíamos controlar nada fue el año en el que más cosas hicimos juntos.

Enero empezó con Más allá del olvido (que en pocas semanas tendrá su segunda edición), la muestra de cine recuperado del Museo del Cine en la que Lucas Granero es parte del equipo de programación. Entre el MALBA y La Boca, con el 130 como conector, nos encontramos con muchas sorpresas no solo argentinas sino de varios puntos de Sudamérica. Hicimos una cobertura a mil manos en la que uno de nuestros colaboradores descubrió un pase de magia: la primera película de la muestra, El monumento a Cristóbal Colón (1921), estaba escondida en la primera escena de la última, Lucía (1966), como una idea sobre un año que termina y vuelve a empezar.
Durante todo el año hicimos funciones en el Cineclub Florida, uno de los secretos peor guardados de la Capital Federal. Una sala en el segundo piso de un edificio de oficinas en el microcentro donde la programación se anuncia sotto voce y el que llega, llega. Es una pequeña universidad, la universidad de la calle Florida, y en nuestro rol de integrantes más viejos (e incluso sin tener toda la constancia que nos hubiera gustado) creemos que pudimos darle un poco de espesor histórico a las noches del microcentro porteño. Les dejamos la lista de películas que pasamos.
El corazón de nuestro proyecto siempre es la revista en papel, y este año logramos completar el segundo número del dossier dedicado al cine argentino, esta vez dedicado al cine moderno. Una vez más, el acercamiento a las películas de la época fue diagonal, poco canónico, de manera que la historia se refracta en las páginas como en un prisma, disperso, contradictorio, difícil de encasillar. Lo que más nos gusta de hacer la revista es conocer gente nueva, entender su pensamiento y su escritura. Hicimos la presentación con una mesa de lujo: David Oubiña, Julia Rosenberg y Paula Wolkowicz. Quedó filmada y tuvo unos debates bastante interesantes.
También comenzamos el newsletter, un espacio en la web donde escribir de una manera más cercana en el tiempo y el espacio, así como también rescatar algunos textos de la revista en el pasado. Quisimos acompañarlos domingo de por medio pensando en un espacio donde invitar gente nueva y hacer algunos experimentos de escritura, incluídas algunas disputas gremiales. Esperamos que el año que viene podamos seguir pensando el presente a su propia velocidad. Acá pueden suscribirse.
Este año también anduvimos de viaje, organizando ciclos de Cine Argentino Clásico y Moderno en España. Ramiro estuvo con los amigos de la cooperativa Numax (que cumplen el sueño de tener un cine y una librería), la Filmoteca de Galicia, de Navarra y el Círculo de Bellas Artes. Lucía y Fernando Martín Peña viajaron a la Filmoteca de Catalunya con algunas copias en 16 mm bajo el brazo (y en la valija) y rescataron otras que tenían en las bóvedas para pensar el cine clásico.
También coeditamos con los amigos de Revista Taipei un libro que nos enorgullece de sobremanera, El lugar sin límites, de José Miccio. José nos acompaña desde nuestros primeros tiempos y para nosotros es una especie de guía en su manera de ver el cine pero principalmente por su escritura libre y rigurosa, cinéfila, melómana, ensayística, que siempre trata de perseguir lo esencial: el momento estético.


El otro centro neurálgico de este proyecto es la Semana Mundial de la Cinefilia, siempre en el Cineclub Municipal Hugo del Carril. Como la revista, es un punto de encuentro entre cinéfilos de todas partes, quienes quieran acercarse están invitados. Poco a poco la familia de la semana fue creciendo, y ahora es un evento que pensamos en conjunto con el Museo del Cine, el Cineclub Municipal y Fernando Martín Peña. Este año tuvimos la presencia de invitados de lujo: Enrique Bellande, Florencia Romano, Matías Piñeiro, Juanjo Gorasurreta, retrospectivas de Luis Saslavsky y Frank Borzage, Peña sin Cadenas, funciones durante toda la madrugada, la presentación XL del libro de Miccio. Fue una fiesta en el palacio cordobés.
También estuvimos trabajando a sol y sombra en Fuera de Campo, pensando en el aterrador presente de la cultura nacional. Fue un evento que aún estamos procesando, que se gestó al calor del descuido por parte del Instituto al Festival Internacional de Mar del Plata. La producción y la programación son colectivas, sin dinero de ningún lado, que nos hizo pensar en cosas mucho más concretas de las que usualmente pensamos y nos dio, creemos, otra perspectiva de acción colectiva, menos cercana a la de amistades de años y años y más cercanas a pensar, desde distintas posturas, en un objetivo común. Creemos que los efectos de esta experiencia necesariamente se verán en la escritura de esta revista, y en nuestros eventos colectivos. O eso esperamos.


Y por último, pero no menos importante, al que llegamos con el tanque de reserva y nos revitalizó: Breve Cielo, el ciclo de cine argentino moderno (¡todo en fílmico!), organizado con Peña y el Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken. Un evento que nos dio una perspectiva distinta sobre la modernidad en el cine argentino a esa que habíamos pensado en el dossier, porque vino en primera instancia de un intercambio generacional (con la gente del museo y con Peña) y, por otro lado, un anclaje en las cuestiones más materiales del cine argentino: lo que hay, lo que se puede mostrar, lo que se ve.
Sin vanidad decimos: falta mucho. Sigue habiendo una dificultad esencial en el encuentro del cine argentino con su público. Hay que discutir hacia adentro si las películas hacen su parte, pero lo cierto es que mientras siga este gobierno el trabajo lo tenemos que hacer nosotros. La situación produce sentimientos contradictorios. Todo el esfuerzo que hacemos en actividades que en realidad le corresponden o le han correspondido a entes estatales nos pone en una situación incómoda. ¿Mitigamos el malestar y eso nos aleja de una protesta contundente por lo que nos corresponde? ¿Le damos la razón a las voces que proclaman que siempre la iniciativa privada es mejor, más eficaz, más desinteresada? Probablemente ni una cosa ni la otra. Tenemos una relación virtuosa con algunas instituciones como el Cineclub Municipal y el Museo del Cine, con ellas creamos una comunidad. Las comunidades que se arman alrededor del cine tienen algo que no es ni privado ni público: es algo que está en el medio, que junta lo mejor de ambos mundos. Esperamos (o prometemos) intentar seguir estando del lado virtuoso de ese vínculo, creando espacios seguros, inteligentes, de pensamiento colectivo frente a una realidad muy agresiva sin dejar la realidad en la puerta del cine. Tenemos suerte: todas estas cosas, una a una, con todas las personas que participaron en ellas, nos mantuvieron más cerca de la cordura y con un grado de felicidad estable poco común para la época. No sabemos si será más fácil o más tranquilo el año que viene (probablemente no) pero nuestro deseo es que estemos un poco más juntos. Si nos necesitan acá nos tienen.

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