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BAFICI 2016 (1) – Organizar el caos

Por Lucas Granero

Si se piensa en la enorme cantidad de sonidos y formas que se nos presentan a cada instante de nuestra existencia…un enjambre, una multitud, un torrente…entonces, no hay nada más sencillo que combinar. ¡Combinar!

-Witold Gombrowicz, Cosmos

Titilando aún o más bien temblando del vértigo al que acaban de ser expuestos, mis ojos todavía no me responden bien, poseídos por un poder ajeno, desorbitados, dando vueltas, tratando de resolver si creen o bien me dejan reventar. ¿Es que se trata de creer? La versión que Andrzej Zulawski realizó sobre Cosmos, el último libro de su compatriota polaco Witold Gombrowicz, pone en evidencia cuánto en común tenían ambos autores. La representación de ese mundo caótico que busca desesperadamente un orden encuentra, como bien podrán adivinar los fieles del director de Possesion (1981), cualquier otra cosa menos organización. Aquí se trata más bien de darle al universo de Gombrowicz su más fiel representación visual y sonora y por eso mismo el plan es llevarlo todo hacia su más exasperante nível. La aventura a la que se adentran los jóvenes Witold y Fuchs al terminar como huéspedes de la casa de Madame Woytis empieza con un pájaro ahorcado y termina con otros distintos modos de ahorcamientos siendo, quizás, el más poderoso de todos ellos (esto es el que mejor soga posee) el del mismo relato, que nos asfixia constantemente hasta que decide cortarnos la respiración en un clímax final del que mejor salir deslumbrado o mejor aún no salir directamente. Porque así quedé: titilando o gritando en silencio, como lo hace en dos momentos Lena, una de las mujeres que enloquecen Witold en ese hogar que en realidad es un micromundo repleto de objetos, acciones, gestos, señas y signos que lo estimulan hasta la demencia y que lo ayudan a terminar de escribir su libro, un thriller, como él mismo lo denomina, que se va poblando de todo eso que ve y que lo rodea, un bosque brumoso, de miles tonos de verdes y de ramificaciones multiplicadas que se replican en una trama siempre adicta a las bifurcaciones.

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La fidelidad de Zulawski hacia Gombrowicz no se nota tanto en la construcción de los planos como en la declamación de los diálogos, herramienta sumamente eficaz que funciona como un elemento vital para dar espacio a la palabra descontrolada, ese gesto tan característico a la literatura del autor de Ferdydurke. Utilizándolo prácticamente como una música ensordecedora, primitiva y gutural, los personajes gritan, cantan, susurran y hasta imitan la melodía de los pájaros en un sinfín oral que logra elevar aún más la extrañeza de unos cuerpos que se miran con un deseo que pasa de lo revulsivo a lo sexual o que acaso sea siempre la suma de ambas cosas, inseparables como los labios de Catherettte, la otra mujer, que empiezan normales pero terminan como la cola de un reptil. Hay algo decididamente buñueliano en esas mujeres que ya desde el propio libro se intuye, como esa primer encuentro de Witold y Lena, donde éste no mira sus ojos sino sus piernas recostadas sobre un colchón de hierro y alambre, una imagen a la que se volverá reiteradas veces, como un fantasma del anhelo que lo persigue y obsesiona. Retorcidos también son todos y cada uno de los planos de Zulawski, que amontonan a esos mismos cuerpos en escenas que desbordan de misterio, cuadros casi barrocos que repelen e hipnotizan al mismo tiempo, como ese momento en el que Fuchs juega un improvisado partido de rugby en la playa y la cámara lo filma con su lente siempre salpicado, transformándose así en pura abstracción hasta que directamente decide meterse en el agua y alejarse con las olas. O toda la brillante secuencia del paseo al aire libre, con todos los personajes dispersados en variadas postales que se contaminan de viento, lluvia, nieve pero de la que ellos parecen ni enterarse ya que actúan, siempre, como si un tremendo sol los abrigara. Todo tiende hacia el abismo, todo está a punto de caerse y sin embargo el vértigo es aquí el camino que conduce hacia la resolución, que para no ser menos se duplica (¿o triplica?) con alternativas.

En la película anterior que vi en este primer día de festival, Adán Buenosayres, la película de Juan Villegas, se cuenta también una adaptación. Una fallida en este caso y no porque se haya hecho sino porque su proyecto jamás se pudo llevar a cabo. Allí, quien hubiese sido el director de esa posible película, Manuel Antín, hace una declaración imponente: todo en la vida es literatura. La frase me cayó mal porque cualquier cinéfilo sabe que todo en la vida es cine. Pero viendo Cosmos entendí perfectamente a lo que se refería: todo es literatura, incluído hasta el cine, ese arte que puede hacer de la palabra otra palabra aún más inabarcable, misteriosa, bella.

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