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Aire fresco – A puro tacazo con Tangerine

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Por Lucas Granero

Al aire fresco hay que saberlo reconocer cuando nos llega. La tarea requiere esfuerzo: el panorama cinematográfico actual despide un fuerte olor rancio que se impregna a toda costa, haciendo dificil el acceso de las nuevas fragancias. Por eso, cuando los nuevos vientos arriban los beneficios son extremadamente saludables. Hay que abrir bien los pulmones. En este caso, Tangerine no solo llena todo de fresco olor a mandarina, también lo llena de vigor cinematográfico puro, demostrando con una fuerza imparable lo que el cine independiente americano siempre promete pero nunca alcanza, por lo que el combo es doblemente saludable.

Buena parte de su vigor está dado por sus dos protagonistas, Kitana Kiki Rodriguez y Mya Taylor, quienes parecen secuestrar la película bajo su ritmo urbano, callejeras como son, llevándola (y llevándonos, claro) de paseo por las calles de una Los Angeles insolada, a puro tacazo duro en el asfalto. No es para menos: cuando Sin-Dee se entera de que su novio y proxeneta Chester la estuvo engañando con otra mientras ella cumplía una mínima condena en la cárcel se desata una tormenta de electricidad galopante, que la expulsa directamente hacia las calles en búsqueda de esa chica cuyo nombre empieza con D de drama (¿Desiree, Destiny, Dana?). Igual que esas tormentas bravísimas que suelen atacar California, el huracán Sin-Dee se hace sentir bien fuerte y arrastra hacia al arrebato de su furia a su amiga Alexandra, a su cliente habitual y taxista Razmik y a todo el que se le cruce en su camino. Volvió y volvió con toda le responde una chica a Razmik cuando éste pregunta sobre el paradero de su favorita. Asi están las cosas en este día previo a la Navidad.

Sean Baker conoció a Mya en un centro LGTB de Los Angeles. Por ella es que Kiki llegó a ser parte de la película. Cuenta Baker que cuando se encontró con ella supo enseguida que tenía que ser el personaje principal de Tangerine. El guión se trabajó a partir de las propias experiencias que Kiki y Mya tuvieron como chicas trans y trabajadoras sexuales en las calles que la película filma. Esto resulta un dato que bien puede obviarse pero si lo expongo es porque creo que buena parte de la fuerza de Tangerine viene de esa mezcla entre lo vívido y lo ficcionalizado. Hay una clara faceta documental que Baker no maquilla y que bien se puede observar en ese recorrido urbano por el que nos lleva el relato, una zona habitada por grupos de diverso sexo, raza y etnia a las que la película presenta como una heterogénea unidad de outsiders que conviven a través de variadas transacciones (sexo, viajes en taxi, venta de donas y otras formas no del todo claras). Allí las calles respiran una intensidad que hace rato se venía ausentando de buena parte de cierto cine indie que bien merece dormir en los laureles después del cachetazo que significa esta película. Urgente, veloz y sin respiro, el viaje de Tangerine es energético y cada taco es música que aturde como trompada. De hecho, su musicalidad responde a ese mismo criterio de poner todo patas para arriba: el soundtrack de la película acompaña cada uno de los temblores que origina Sin-Dee en su camino. Ensordecedora y estimulante, Tangerine es también el retrato de una ciudad en perpetua ebullición.

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No es para menos: al estar filmada completamente con un Iphone es coherente que esas vibraciones callejeras se hagan felizmente perceptibles. Y este tampoco es un dato menor. Si bien evita por completo cualquier exceso que evidencie su medio de registro, Baker tampoco intenta esconderlo. Tangerine parece hacer uso del Iphone para retratar una ciudad de Los Angeles siempre mediatizada por esa imagen de ciudad de ensueños, donde los deseos urgen por volverse manifiestos, que el propio cine se ha empeñado en idealizar. Por eso, la ciudad que vemos en Tangerine, y al igual que ya sucedía en Starlet, la anterior película de Baker, es una que esconde bajo una belleza digna de cualquier filtro de Instagram el verdadero paisaje de una ciudad siempre apabullante. En sus imágenes insoladas, repletas de luz natural, tanta claridad no hace más que definir los contornos de un mundo artificioso, que nunca se deja ver tal cual es, pero de la que sus personajes y el recorrido que estos emprenden son vivos testigos. Lo maravilloso de Tangerine es que construye su mundo jugando con esa misma idea de representación que el Iphone implica, la de una distancia insoportable, maquillada de belleza y disfrazada (atención a una de las pasajeras del taxi, que no para de sacarse selfies) para terminar logrando una cercanía que se siente familiar, amistosa e indudablemente humana como bien lo indica su escena final en el lavadero, donde las dos amigas quedan expuestas en su verdadera esencia, lejos de toda peluca y maquillaje, aplastadas una vez más por el extenuante paso de otro día, pero bien preparadas para enfrentar al que viene.

Y si esto se logra es porque Baker, aún creando una película que exuda más libertad que la media del cine que se estrena anualmente, jamás se aleja de esa mínima línea narrativa que le permite hacer que sus personajes choquen en una antológica secuencia final que es más redonda que las donas que sirven como motivo visual permanente del trayecto circular hecho por Sin-Dee. Hay algo extraño en esta unión de orden y desorden por la que Tangerine se balancea sin nunca caer del todo hacia una orilla o la otra. El control de Baker es lo suficientemente alto como para nunca perder el eje pero nunca lo suficientemente sofocante como para impedir que su película tome el vuelo que necesita.

Ubicándose en la legendaria herencia del relato americano contextualizado en la esperanzadora víspera de nochebuena (en una línea genética que va del Frank Capra de It’s A Wonderful Life, pasando por su versión anárquica hecha por Joe Dante en Gremlins hasta llegar a ésta, su remix queer), Tangerine asume orgullosamente su condición desviada y desordena la tradición demostrando que sentidos de comunidad y familia mucho más amplios siempre fueron posibles. Y como en todas ellas hay gritos, peleas, música y bailes. Era hora.

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