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Y la vida continúa… – Adios a Abbas Kiarostami

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Por Martín Farina

Como ya se ha dicho muchas veces, se puede establecer a La Odisea como el poema épico que da comienzo a la literatura moderna y también con ello al significado de toda la civilización occidental: un viaje errante de alguien que desea llegar a casa. Casi tres mil años después, y casi cien años después del comienzo del arte cinematográfico, el director Iraní Abbas Kiarostami emprendió su propio viaje a través del cine y configuró quizás el último giro de aquella afirmación universal.

Entre 1987 y 1997 Kiarostami filmó entre algunas otras películas notables ¿Dónde está la casa de mi amigo?Primer planoLa vida continúaA través de los olivos y El sabor de la cereza. Creo que desparramado entre estos títulos se esconde gran parte del corazón de la experiencia cinematográfica contemporánea. Cinco verdaderas proezas audiovisuales que restituyen en un sentido inédito el significado de dos preguntas fundamentales respecto de la afirmación anterior: ¿Qué significa emprender un viaje y qué significa llegar a casa?

Me atrevería a decir que el cine de Kiarostami es una respuesta a estas dos preguntas. Allí, en los espacios de tiempo que atraviesa cada uno de sus planos, Kiarostami describe un destino y una dificultad que los diversos personajes deberán recorrer en forma de distancias que los separan fundamentalmente de dos cosas: de la posibilidad de alcanzar al mundo y de alcanzarse a sí mismos. Creo que a partir de este doble movimiento se constituye la poética implacable de Kiarostami. El elemento clave es la distancia. Para que haya un viaje es necesario que haya al menos una distancia por suprimir. Quien supiere establecer esa distancia tendrá acceso a la complejidad del alma humana.

Kiarostami pone al espectador a una distancia precisa del peregrinar de sus personajes y también hace lo mismo con la distancia que separa al personaje de su objetivo por cumplir. El otro elemento clave que organiza la narración de Kiarostami es el fuera de campo, es decir, todo aquello que no se ve pero que sin duda determina lo que sí estamos viendo. Por ejemplo, el tiempo que tarda Ahmed en llegar hasta la casa de su compañero para devolverle el libro que olvido en el colegio, al que castigarán si no logra hacer los deberes a tiempo, nos permite ver una serie de aventuras que bien podrían pertenecer a un orden “cósmico” y que lejos de determinar la coyuntura de los impedimentos que hacen que Ahmed llegue rápido a casa, elevan la narración a un tiempo inmemorial/pretérito que nos permite comprender, entre otras cosas -creo yo- el problema del analfabetismo en cualquier rincón del mundo.

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Por eso, esta distancia en cuestión no es solo temporal, sino también y fundamentalmente inmemorial, es decir, una distancia que nos pone a los espectadores -y con nosotros a una idea de la humanidad en su conjunto- en una perspectiva horizontal, paralela respecto de las circunstancias del personaje. Por ejemplo, en Primer Plano, su obra maestra absoluta, un hombre llamado Sabzian va a prisión por hacerse pasar por un cineasta famoso y convencer a una familia que haría una película con ellos. Kiarostami filma el juicio a Sabzian, convoca al famoso director, y reconstruye todos los acontecimientos junto al preso y la familia damnificada. El movimiento temporal de esta película ofrece al espectador una experiencia cinematográfica de otro orden, pocas veces visto en el cine. Porque Kiarostami presenció y filmó el juicio a Sabzian, después se contactó con él y con la familia que lo enjuició, y por último localizó al gran director Makhmalmaf -de quién Sabzian había usurpado su identidad para simular ser él el director de cine- y con todos estos elementos, re-organizados nuevamente con una elegancia incomparable, Kiarostami despliega uno de los movimientos cinematográficos que llevaron las posibilidades del cine a un extremo de lo inimaginable.

Entonces, la distancia; aquella que nos conduce desde un tiempo de acción a otro inmemorial. Kiarostami ha sabido como nadie confundir, también, esa distancia que separa al espectador de sí mismo a la hora de mirar un film, ¿cuál es entonces el lugar a dónde lo conduce? El espectador que se entrega a ver un film reflexiona, vuelve sobre si, interpreta, reordena, se emociona y comprende (o no) el sentido que le depara aquello que ve. Kiarostami desarrolla sus personajes con plena consciencia de esa distancia y consecuentemente la expande. Y si uno de los dos movimientos de su poética es el que recorre la distancia interior del personaje respecto de si mismo, es justamente esa misma distancia: la imagen del espectador que se configura en el universo Kiarostami. Porque Kiarostami nos propone un acto de sensibilidad extrema, no supone la posibilidad de ningún conocimiento previo al hecho de ver, en el cine, y así el mundo se abre ante nuestros ojos por primera vez. En ese espacio suspendido de tiempo, sentado en una butaca, asistimos a la posibilidad de ser una vez más, por primera vez en la vida. Ese es el lugar al que hay que regresar. Y eso es un verdadero milagro.

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