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Mar del Plata 2017 (10) – Barrefondo / Los vagos

Por Lautaro García Candela

Buenos días. Nuestro monoambiente está cada vez más sucio y desordenado, se rompió la ducha, me estoy quedando sin plata. Por suerte La Nieve sigue abierta y le ganó a la inflación. Estamos viendo muchas películas de Zelimir Zilnik, a quien desde estas páginas virtuales le dimos mucho espacio pero por ahora nos deja perplejos todas las funciones. Todas esas condiciones no hacen que cambie el promedio de horas de sueño, ya sea en la cama o en la butaca. Quería hablar de una película a la que un ensueño intermitente le hizo muy bien. Es Barbara, la biopic de las biopics, que logra meter adentro suyo también toda la parafernalia de la transformación física y psicológica de Jeanne Balibar en una famosa autora de la chanson francesa, y que tiene también a Mathieu Amalric con cara de loco rondando por ahí.

Hay un entrecruzamiento entre la filmación de la película, el material de archivo y la película ya filmada que se revela insoportablemente qualité con toda la mitología del artista incomprendido y la fascinación popular. Por momentos funciona porque hace literal el juego de ficción e intercala filmaciones de Barbara con otras de Balibar en una misma escena. Toda la película es una construcción que se pretende fina pero se vuelve banal después de un tiempo. Por suerte la evidencia física y sonora de Balibar/Bárbara es innegable: las canciones están interpretadas al dedillo y con emoción. Alcanzó con despertarme cuando sonaba un piano para que fuera un highlight de mi festival, un momento de puro disfrute.

Pero el deber llama y entonces camino las quince cuadras que me separan del palacio del lavado de dinero, el Paseo Aldrey (¿para cuándo los Aldrey Papers?).

Barrefondo, de Jorge Colás, empieza con una imagen inquietante: la del caño de un limpiafondo que atraviesa el agua y se refracta, cambiando levemente de dirección frente a nuestros ojos por el fenómeno lumínico. Pensé que podría ser una buena figura de análisis para pensar la película considerando que es una adaptación de la novela homónima de Félix Bruzzone. Pero si el cine argentino se desvinculó de la literatura para buscar un lenguaje más radical que dejara atrás los años ochenta, Barrefondo desanda ese camino. Va a buscar en la novela sólo su anécdota, su línea argumental. Hace el camino más fácil de la adaptación al intentar ser lo más fiel posible. Cada frase elíptica de Bruzzone es una pregunta sobre la representación -¿esto es verdad?- y una promesa de otro mundo posible -donde las ranas te pueden responder y las liebres viven como humanos-, mientras que Barrefondo sólo machaca sobre el sentido común de las injusticias sociales con la excusa del realismo.

Gustavo es un limpia piletas taciturno. Lo vemos trabajando, manejando su chata, con su amigo el Bolita, discutiendo con su mujer embarazada. Hay cotidianidad pero también la clásica fragilidad del humilde, como si la falta de dinero contaminara cada plano y cada ambiente. La cámara desprolija acentúa esa sensación y los diálogos terminan de subrayarlo. El aire acondicionado en cuotas, Crónica TV, detalles en los que el director se confía para describir y delimitar un mundo pero que se revelan estériles. En cambio cuando hay referencias un poco arbitrarias, la película respira: la obsesión por la quiniela de él y por Patricia Sosa del policía.

Y después, lo alegórico de las piletas, que funcionan como un tacho de basura suplente. Gustavo asiste, con paciencia, a una erosión constante de su autoestima por parte de los ricos en los countries. Creando personajes irritantes, desagradables hasta el inverosímil, la película prepara el terreno para la conversión al delito del protagonista. Pero en realidad el supuesto contenido clasista surge del trazo grueso de Barrefondo, que deja pasar la dignidad de otorgarle a cada personaje su razón de ser y su oportunidad de defenderse. Sólo asistimos a la aniquilación de cualquier posibilidad de empatía.

Si Barrefondo se presenta con una imagen deformada y luego no se hace cargo, el primer plano de Los vagos no miente: la película es de una fluidez notable y posee algunos planos secuencia coreografiados y naturales, lo que parece lógico considerando que el director es Gustavo Biazzi, director de fotografía destacado del cine argentino (es el responsable, por ejemplo, de los movimientos prodigiosos de cámara de Castro). El protagonista es Ernesto, un pibe de Misiones que vive en Capital y vuelve a su pueblo. Está un poco perdido y canaliza su líbido con sus amigos en encontrar pibas para coger. El problema es que su novia vuelve con él y no está muy de acuerdo con esas actitudes. Es curioso, al menos, cómo las coming of age van aumentando la edad de sus personajes paulatinamente y ahora los personajes perdidos que no saben qué hacer con su vida son gente que ya terminó la facultad.

La dinámica del grupo de los vagos es fácilmente reconocible para quien haya vivido en un pueblo o alejado mínimamente del centro de la ciudad. Represión homosexual y una perversa, constante, atención a las posibilidades sexuales con las chicas que se cruzan en el camino. Los ritos del asado, la cerveza, la previa, el boliche: el resentimiento y la violencia que se mantienen latentes. El mérito es la naturalidad con la que se lo presenta, aún con el riesgo de encarcelarlos en su situación. No los pone a prueba, no se pregunta sobre sus modos de vivir. Los mantiene estancados no como denuncia sino como miopía. Cuando hablan de su posición, lo hacen con un rodeo que suena demasiado a dramaturgia: citar a Oscar Wilde en una conversación es desubicado como bocina en un avión. Hay una gran película reciente en esa línea que se llama Everybody Wants Some!!, de Richard Linklater. La diferencia, radical, es cómo ver a ese grupo en sus dinámicas y en su horizonte.

Voy a decir algo que quizás sea polémico, o que al menos constituye una paradoja del cine: cuando lo lascivo de los personajes se traduce en una apuesta formal y no en un tema que ayude a la dramaturgia, la película encuentra cierto tipo de verdad. Hay veces que se le dedican planos innecesarios o inútiles a chicas lindas que simplemente están en el mismo espacio de los personajes y no hay consecuencia aparente. Ese es el camino para poner en escena un modo de vivir, o al menos un interés específico. Que es machista ya lo sabemos, el desafío es extraer cine de esa condición.

Felicitaciones a quien se haya ocupado de la música de la película. Las cumbias están perfectamente elegidas y si en las fiestas los planos vibran es gracias a ellas. Y cuando suenan Los Fabulosos Cadillacs uno puede intuir que allí hay una preocupación sincera. Si bien le esquiva a los chistes (por una supuesta ecuanimidad o distancia con su protagonista nos perdemos una gran comedia), tiende la mano a la empatía considerar que al menos todo tiene un origen en las experiencias de juventud del propio Biazzi. No todo el mundo se enorgullece de lo que escuchaba cuando era joven. El problema es quedarse como los vagos, añorando un pasado idílico, mientras la vida avanza en piloto automático y las cosas importantes pasan por al lado.

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