Nos vamos al festival de Mar del Plata. Para nosotros es un evento importantísimo ya que, al estar ubicado a fin de año y recolectar lo mejor de cada festival clase A, es la oportunidad para ver muchas películas de las que leímos o escuchamos hablar, pero no pudimos ver más que un tráiler.
Una de las primeras imágenes que vimos de esta edición del festival mostraba lo adelgazado que estaba el nuevo catálogo en comparación al del año anterior: el ajuste es una evidencia y el cambio de autoridades, tanto dentro del festival como dentro del INCAA, también. Son noticias que nos hacen temer por el rumbo que puede tomar el festival (aquí se explican muy bien cuáles son esos temores ). Ante todo es importante que el festival pueda seguir contando con las condiciones económicas y estructurales para que los programadores (que, junto con las películas, son los verdaderos héroes en todo esto) puedan seguir haciendo su trabajo.
Digamos que en Argentina, en función del calendario y del prestigio, BAFICI sería el festival de los descubrimientos y Mar del Plata el de los compilados. En los últimos años esto ha ido cambiando, para mal, en el caso de BAFICI, y para bien en el caso de Mar del Plata: a la vez que conservó su función de compilador de éxitos, empezó a realizar una serie de descubrimientos, orientados hacia la construcción de una secreta subtrama de la modernidad (Roger Koza dixit), con excelentes retrospectivas a figuras laterales de la historia del cine como Pierre Léon, Kidlat Tahimik, Marlen Khutsiev, y este año Adolfo Arrieta y Želimir Žilnik; y también desarrolló un creciente interés en descubrir talentos desconocidos dentro del cine de géneros populares, con especial atención en aquellos que vienen de Asia. Además de esta doble tendencia, Mar del Plata fue intensificando el interés en revisar películas importantes del cine clásico (gracias a lo cual, el año pasado, pudimos ver The Iron Horse de John Ford en copia restaurada en 35mm, musicalizada en vivo por la orquesta sinfónica de Mar del Plata, en lo que fue, para muchos de los que estuvimos ahí, la función de cine más emocionante de nuestras vidas) y también la zona más pop de la cultura cinéfila de los 70, 80 y 90 (con hitos épicos como las proyecciones de Gremlins 1 y 2, donde el público se volvió completamente loco cuando el gran Joe Dante apareció en el Auditórium para presentar sus pequeñas bestias). La mezcla de todas estas variables, en una gran cantidad de películas programadas, han dado como resultado una exuberante y variadísima dieta en donde el placer y el conocimiento se funden en la misma experiencia.
En definitiva, en los últimos años (¿los últimos 5 años?), Mar del Plata se consolidó como la fiesta cinéfila para aquellos que pueden y quieren pasarse diez días dedicados por completo a ver todas las películas que sean posibles. El viaje de estudios del cinéfilos.
Hay algo de bulimia en la forma en que uno consume películas en estos eventos, que produce un efecto notorio en la percepción: a medida que van pasando los días y el número de funciones crece, las películas se empiezan a mezclar en nuestra cabeza, las fronteras de una y otra se tornan borrosas y uno empieza a recorrer el territorio de la programación como si fuera una sola gran cosa. Y va mezclando elementos de unas con elementos de otras, y armando collages y asociaciones ilícitas (para el sentido común o el buen gusto), y en ese juego de re-montar empieza a cobrar mucha importancia la experiencia de estar en el cine y frente al cine, que se materializa como un todo. Esto es lo extraordinario de los festivales: que habilitan la posibilidad de enfrentarse a una experiencia del cine como un todo. Son diez días en los que uno virtualmente se va a vivir a un país imaginario que está hecho de pedazos de territorios muy disímiles (las películas) que se funden entre sí por la contigüidad de las pantallas y de los horarios de proyección.
Pensando en escribir, esta particularidad implica pensar y escribir de una forma particular. Hay que escribir pensando en esa alteración que tiene que ver con la forma de desarrollar ideas a través de las películas y no dentro de ellas. Por eso, las críticas que salen antes de que empiece el festival, como parte de la cobertura del evento, no están embebidas de las particularidades del contexto; son, en el mejor de los casos, un exhaustivo ejercicio de periodismo y difusión cultural (y las notas que salen por fuera de esta lógica suelen ser notas escritas en otro contexto, en otro festival, y refritadas para la ocasión). A una semana del comienzo del festival, otroscines.com tiene publicadas 40 notas de películas de competencia, panorama, apertura y clausura, y entrevistas a la mayoría de los directores argentinos (entrevistas que se llaman “conociendo a los directores” y cuyas preguntas son exactamente iguales para todos, lo cual no parece ser la mejor forma de “conocer” a alguien), y el conjunto de esos textos terminan funcionando como una “cobertura” pero en un sentido culinario: le otorga al todo un sabor y un aspecto suave y homogéneo, pero dificulta la posibilidad de discernir las particularidades de cada ingrediente. De esta forma no importa lo que el texto dice sino que el texto esté y que diga algo, cualquier cosa; que cubra, literalmente, como si las críticas fueran lonas que se tiran arriba de las películas para protegerlas. De esta forma la escritura pierde sus cualidades artesanales en pos de la sistematicidad y el apuro que exige ser exhaustivo y tener la primicia.
Lo que nos lleva directamente a otro problema: las recomendaciones. Todos los medios especializados sacan recomendaciones ni bien sale la grilla de programación. Se supone que muchos de los responsables de esos sitios han visto en otros festivales un porcentaje importante de lo programado, y a partir de ese conocimiento previo hacen listas de sugerencias. Poniendo porcentajes a lo tonto y a lo bobo, podríamos decir que el 80% de las recomendaciones pre-festival recomiendan más o menos el mismo 25% de programación. Es decir, la mayoría de los recomendadores coinciden que tal 25% es lo más valioso. Además, el 80% de ese 25% está compuesto por películas que ya están canonizadas previamente (aun antes de ser filmadas), por pertenecer a un autor reconocido. Entonces, la mayoría de las recomendaciones apuntan a películas que ya todos sabemos que son las “más recomendables”, con lo cual la observación deja de tener sentido. Muchos de los asiduos lectores de recomendaciones queremos que nos manden a ver películas que no sabíamos ni que existían y que son geniales, es decir, queremos que nos guíen en el tortuoso camino de explorar el 75% más oscuro de la programación.
Ahora, ¿qué pasaría si empezaran a surgir numerosas listas “alternativas” que terminaran cubriendo de luz el oscuro 75%? Tendríamos un 100% de programación recomendada por alguien, con lo cual, nuevamente, el sentido de las recomendaciones se perdería (no sería otra cosa que el catálogo). Entonces, o no hay que leer más recomendaciones previas, y dejar todo en un virtual estado de igualdad hasta el momento de ver las películas (llegar al grado cero de no elegir qué ver, meterse a cualquier sala, por ningún motivo en particular, y ver lo que aparezca frente a nosotros), o empezar a armar nuestra grilla (que es nuestra programación dentro de la programación) dejando un poco de lado esa máxima, muchas veces inconsciente, de que es más importante ver las “imperdibles” que ver otras cosas. El problema es que si dejamos de seguir las listas de “imperdibles” pero no queremos andar metiéndonos a las salas cual dementes, tenemos que adoptar un nuevo criterio de selección. Unos optan por seguir algunas de las secciones que los programadores diseñan, que son pequeñas ficciones que nos sugieren un orden posible: las competencias, las retrospectivas, los panoramas. Otros arman sus propias “secciones” imaginarias, organizadas por lógicas más o menos excéntricas (mi favorita es la de Boris Nelepo decidiendo ver cualquier cosa que se proyectara en 35 mm, pues la inminencia de la desaparición del fílmico lo desesperaba: su método de armado de grilla se llama Certified Thirtyfive). Nosotros todavía estamos intentando definir el propio.
Lo que está dando vueltas por detrás del problema de las recomendaciones es una incomodidad con respecto al estatismo que conserva y reproduce el modo de relacionarse de la crítica con los festivales. Si siempre lo mejor de la programación es más o menos el mismo 25%, y por lo tanto la crítica va a recomendar a los espectadores que vean eso, y cubrirlo antes, durante y después del evento, y de la misma manera, es muy improbable que se pueda romper la inercia que domina los discursos sobre los festivales. Va a llegar un punto en el que, según la crítica, todos los festivales serán más o menos lo mismo. La experiencia se serializa, con lo que ya ni siquiera va a ser necesario volver a ir a un festival.
Entonces, quizá, el problema no es elegir qué películas ver (que no es lo mismo que que no importen las películas, ellas son la materia de todo este juego) sino prestarle más atención a las relaciones entre los elementos: las películas y el contexto, el montaje del todo, la experiencia de estar participando del festival. Y no pensar tanto “en qué me estoy perdiendo”, sino tener la certeza de que “cada experiencia pertenece absolutamente a quien la ha vivido. Esa experiencia puede ser trivial o apasionante, pero nadie nos la puede quitar, es inalienable. Aunque no hiciera nada interesante, ese sentimiento jamás me abandonó: no vivía las mismas experiencias que los otros en el mismo momento. Lo esencial es preservar la riqueza de esta experiencia, no desvalorizarla, pues es nuestro único bien”. No sabemos qué iremos a ver en estos días, pero antes de entrar a cada función vamos a recordar brevemente la enseñanza de Daney. Nos vemos en Mar del Plata.
Los editores (Lautaro García Candela, Lucas Granero y Ramiro Sonzini)