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La era está pariendo un corazón – Sobre Te quiero tanto que no sé

Esta mismísima noche se estrenará en el Malba la opera prima de nuestro Lautaro Garcia Candela. La felicidad que nos produce esta película es infinita y para acompañarla le pedimos a un gran amigo de la casa que se escribiera algunas palabras. Nos mandó esta pequeña gran nota. Que las disfruten.

Por Santiago Gonzalez Cragnolino

La ópera prima de Lautaro García Candela es uno de los mejores debuts del cine argentino reciente, porque es a la vez el mejor exponente de/una alternativa a una tendencia en la filmografía local. ¿Otra película sobre los desencuentros de jóvenes apáticos de clase media? Sí, y todo lo contrario.

Francisco cortó hace poco con su novia y quiere encontrarse con Paula, la chica que le gusta. Aunque nadie se anime a decirlo, para él, para sus amigos y amigas, estar involucrado románticamente con alguien es trascendental. Hay varias escenas que son viñetas generacionales: navegar obsesivamente por internet en ropa interior, seguir los movimientos de la persona que te gusta en las redes sociales, dejar pasar una posibilidad concreta por un amor de fantasía virtual, deambular un boliche sin encontrar a nadie y volver caminando a tu casa durante el amanecer para, aunque sea, demorar el hecho de que vas a dormir sin compañía.

El tono es casi siempre naturalista, aunque más bien seco, pausado, marcado por el particular encanto y (anti) carisma de intérpretes en su mayoría amateurs o semi-profesionales. Todo transcurre en una sola noche, en la que el protagonista recorre Buenos Aires, en auto, a pie y en colectivo. Pero ahí es donde la cosa se pone interesante, porque la película enmarca el paseo del protagonista en un contexto más amplio, de soledad urbana. Las multitudes, en bares, a la salida de un shopping, en una flota de autos tratando de sortear una avenida, son filmadas con desapego, como experimentando un ligero sinsabor. Es común ver que la experiencia paradójica de encontrarse solo en una ciudad superpoblada se narra en metáforas visuales, pero en la película de García Candela se expresa aún mejor mediante el sonido. Las brechas entre cada encuentro, entre cada diálogo, son colmadas por el silencio de la ciudad, que es algo que no existe, porque en una ciudad siempre suena algo. Pero cuando el barullo es constante, el tumulto se transforma en ruido blanco, pura cortina de fondo para el aislamiento. En el cine, ese vacío es ensordecedor. Ese tipo particular de silencio ruidoso inunda por momentos la película, que se mantiene a flote por el cariño a sus personajes y las irrupciones musicales.

En Te quiero tanto que no sé los personajes comienzan a cantar de la nada, con total naturalidad, pero, a diferencia de los musicales tradicionales, no hay música de orquesta, la interpretación es siempre a capella. En ese sentido, es fundamental el misterioso trovador que acompaña a Francisco por su travesía e interviene con canciones setentosas (de Silvio Rodríguez, Sui Generis, Alberto Favero) en pasajes fundamentales para la película. El trovador protagoniza dos secuencias notables: una donde canta, al pie del obelisco, el tema romántico/político de Favero Te quiero, un melancólico contrapunto con el frío paisaje neoliberal de los gigantes carteles luminosos de multinacionales que se alzan sobre la avenida Corrientes. Ver el desangelado brillo de los carteles en la cara de los transeúntes es ver un tipo de tristeza en tiempo presente. La otra secuencia que estelariza el trovador lo encuentra cantando Confesiones de invierno a la salida de un bar, mientras lentamente se va formando un cerco de gente a su alrededor, que acompaña su canto lastimosamente.

Llamativamente, el cancionero de Te quiero tanto…, que consiste casi enteramente de temas de amor y de protesta, no es un cancionero millenial. Son canciones de otra época, que pertenecen a la generación de los padres del director y al vapuleado imaginario idealista del siglo pasado. Es que la película, a diferencia de tantas otras películas de adolescentes/jóvenes, no se asienta en el sentido de pertenencia, sino que lo lamenta. Pareciera que los solitarios personajes de Te quiero tanto… no solo anhelan el encuentro romántico, sino también otro tipo de encuentro: el encuentro colectivo, el de una comunidad, quizás hasta el de una utopía (la canción de Rodríguez invoca al porvenir, Favero al pueblo). ¿Qué es estar solo? La banda sonora siempre aparece para apuntar que hay algo más que los desencuentros amorosos 2.0. Lo que sufren calladamente los personajes de Te quiero tanto… no es apatía, sino nostalgia del presente y su aparente falta de alternativas, que solo parecen existir en viejas canciones. En sus pasajes más brillantes, Te quiero tanto que no sé inventa imágenes para una generación que desearía que esas imágenes fueran otras.

 

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