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BAFICI 2024 – Al final de la escapada (02)

Por Lautaro Garcia Candela (desde la City Porteña), Diego Trerotola (desde la Luna) y Ramiro Sonzini (desde San Telmo pero mudándose) 

Primer día completo del festival y parecía que podíamos tener algo de paz pero no es necesario que les explique cómo funciona este tiempo-espacio que es la Argentina de Javier Milei. Entre películas nos enteramos que se publicó en el boletín oficial un nuevo organigrama de funcionamiento del INCAA que no contempla la Gerencia de Fomento tal como la conocíamos: diferentes asociaciones llamaron a concentrarse hoy en este mismísimo momento en Gaumont y mantener el estado de alerta y movilización. Como siempre, las acciones de este gobierno desprecian la idea de consenso y el diálogo con el sector y tratan de hacer todo entre gallos y medianoche. Como parece que está sucediendo con la lucha de las Universidades, este va a ser un camino largo, no exento de esfuerzos. En ese sentido, ayer tuvimos algunas conversaciones con compañerxs a partir del anterior newsletter que, por lo que me dicen, había tenido algunas inexactitudes con respecto a la composición de las distintas asociaciones que están llevando a cabo la resistencia a las diferentes medidas de este gobierno, así que para el domingo habrá una entrevista/charla que será esclarecedora (al menos para nosotros).

Una parte de nuestro grupo tuvo varias funciones en el flamante Cinépolis Houssay. Más allá de la cantidad de negociados que esconden los patios de comidas en lugares públicos y la concepción de “lo público” que tiene el Gobierno de la Ciudad, puede ser un lugar muy amable para la experiencia de Festival. Al aire libre, mesas para sentarse y fumar, un poco de pasto. Es como un shopping al aire libre y la verdad es que a este tipo de eventos les viene bien los espacios comunes, liminales y que al mismo tiempo te devuelvan a la realidad de la manera más rápida posible. Otro día hablamos de cómo está la Avenida Corrientes. 

La película argentina que pudimos ver de la Competencia ídem se llama Ciclón Fantasma y está dirigida por Diana Cardini. Es de ese tipo de documentales que sigue a sus personajes casi como si el mundo se terminara en ellos. Hay fascinación, hay amor y ternura, y por suerte le escapa a cierto ánimo burlón que podría tranquilamente amenazar una película así, porque sus personajes están al borde del lumpenaje (está más cerca de Maxi Schonfeld que de Néstor Frenkel, digamos). En una primera parte, seguimos a Fabián, que es el encargado de una atracción tipo Casa del Terror en las inmediaciones de la Basílica de Luján: vemos cómo de manera sumamente artesanal y con tecnología de otras épocas va creando los distintos rincones que componen el juego. También escuchamos como le cuenta, mientras trabaja, a algún ayudante más joven, sus concepciones sobre los diferentes tipos de terror y sus historias de juventud. Después están Alejandro y Rosa, una ¿naciente? pareja de mediana edad: él es una especie de arqueólogo ciruja, que va a pescar a las orillas del Río Luján con un imán cualquier tipo de chatarra y ella lo acompaña fascinada. Las dos partes de la película (que al final se intercalan de manera más libre) están basadas en la transmisión de un conocimiento plebeyo, muy específico, probablemente de otra época. Pero las semejanzas entre las dos partes de la película no son tan claras: la película no tiene una base antropológica o conceptual que la ordene y eso la hace respirar y alejarse de la tesis. 

En Ciclón Fantasma definitivamente hay un aire decadente y no tiene problema con eso. La Ciudad de Luján aparece como después de un huracán, arrasada, post-apocalíptica. ¿Cuál fue el huracán?, uno podría preguntarse. Simplemente la pauperización de todos los estilos de vida que no están atravesados por el capitalismo ultra-acelerado que propone Milei, pero que definitivamente empezó mucho antes. Estos personajes están al margen, parecen felices, parecen tranquilos, parecen amables. 

En el medio, fuimos al CCSM a ver la última de Alexander Kluge, una rareza total que expulsó a varias personas de la sala y confundió al resto. De coté se podía ver que en la primera fila estaba el amigo de la casa Diego Trerotola que no parecía estar confundido sino todo lo contrario, sintiendo el feeling como nadie. Y no era errada esa percepción porque a la salida charlamos y se ofreció a enviarnos unas palabras sobre la película. Aquí pueden leerlas: 

Astronomía kitsch, una space opera inerte, cine extraterrestre, postales de la historia zoológica de la carrera espacial, Cosmic Miniatures es una aventura visual donde Alexandre Kluge, a sus 92 años, hace otra obra que desafía lo que puede ser considerado cine. Tal vez cumple el deseo de hacer posible que el cineasta ciego, protagonista de su película El ataque del presente al resto del tiempo (1985), realmente pueda filmar una película dictando imágenes a un programa de Inteligencia Artificial. Sí, uno de los cineastas más jovatos en actividad se pone a explorar el cosmos de la Inteligencia Artificial. Un cine sin cámara, casi sin movimiento, principalmente con gráficos creados por una computadora, fotos y algún que otro clip vintage. Una inquietante pesadilla digital de nuestro tiempo, con una banda sonora tan experimental como sus imágenes, donde mezcla músicas y canciones con sonidos registrados por la NASA en distintos lugares de la galaxia como el nanoplaneta Plutón (y acá sobrevuela un poco The Wild Blue Yonder, donde Werner Herzog reutiliza filmaciones de experiencias de astronautas y agradece a la dimensión poética de la NASA).

En su visión atrofiada de exploración galáctica, que explícitamente dice mezclar a Charles Darwin y François Rabelais, lo que hace Kluge es inventar la mejor película patafísica. En esa colisión de ciencia extraña con estética feísta, hay constelaciones de collages digitales donde expone la “belleza en las protogalaxias”, demuestra que las hormigas se mueven más rápido que la velocidad de la luz, encuentra una hada-títere que puede viajar produciendo paradojas temporales, entre otras postales de rigidez imperturbable de la deformidad visual de la IA. La película, en dos secuencias en el final, termina revelándose como el eslabón perdido entre la peor película de ciencia ficción de los 50, Mujeres Gato de la luna (Cat-Women of the Moon, 1953), dirigida Arthur Hilton, y el mejor documental extremo sobre las animales espaciales: Space Dogs (2019), codirigido por Elsa Kremser y Levin Peter.

Entre paisajes de otros planetas que parecen el Monument Valley de John Ford dibujado por un niño con Paint o descartes del storyboard de Star Wars, el ombligo de la película es un tratado teratológico de los animales de la Vía Láctea y de más allá, una suerte de catálogo galáctico de monstruos que es el uso más indicado para esas imágenes trash que parecen garabateadas en una mala noche de borrachera grupal de M. C. Escher, René Magritte y H. R. Giger. Y el corazón de Cosmic Miniatures está en la recuperación de una extraordinaria secuencia de la serie Heimat (1984), dirigida por Edgar Reitz, con quien Kluge co-dirigió una de las películas más originales del cine alemán de los 70: En peligro y máximo apuro el compromiso lleva a la muerte (1974). El cine irrumpe como sentimiento en ese luminoso homenaje a su colega y se diluye en una imagen coloreada que tiene algo del primitivismo de los fotogramas pintados de pioneros como Georges Méliès, un cineasta al que le divertiría mucho este otro viaje lunático.

La última película de la jornada fue Disco Boy, de Giacomo Abbruzzese. El italiano presentó la función junto a Porta Fouz y comentó que este largo y ambicioso proyecto le había llevado casi diez años, principalmente por la dificultad para conseguir dinero; que se filmó con tres millones y medio de euros (la última resolución del INCAA fijaba el costo medio de una película en aproximadamente 100.000 dólares; podrían hacerse 35 películas argentinas con esa plata) aunque muchos productores le decían que necesitaba como mínimo cuatro; y que el rodaje fue una tortura. Abbruzzese es un director joven, apenas 41 años, cuenta con un puñado de cortos y largos que, según el texto del catálogo, lo perfilan como un cineasta ecléctico, internacionalista y ambicioso. Estos dos últimos calificativos se presienten en la misma sinopsis de la película.

Por un lado, un joven bielorruso (Fran Rogowski) pierde a su mejor amigo intentando cruzar la frontera a Francia y desde el pozo de la tristeza y el desamparo de ser un inmigrante ilegal en París se alista en la Legión Francesa que le asegura, si logra sortear el desafío, un nuevo nombre y documentos. Por otro lado, en el delta del Níger, Jomo (Morr Ndiaye), un musculoso y erotizante guerrillero que tiene un ojo negro y el otro amarillo fuego, lucha contra las compañías petroleras que amenazan su aldea y la vida de su familia, sobre todo la de su hermana (Laëtitia Ky), con la que comparte una especie de ritual en el que bailan alrededor del fuego enfrente de su comunidad. Bueno, se imaginarán que ambos personajes se cruzan en un enfrentamiento, uno mata al otro, y comienzan los problemas. 

Nos preguntamos por qué le costó conseguir más dinero si la película es un compendio de lugares comunes, tanto del cine “artie” como del cine que tiene una intención de “denuncia social”. Inmigración, colonialismo, machismo, un componente sobrenatural. Y sobre eso, una tremenda vanidad del cineasta que todo el tiempo necesita sumar un recurso formal osado a la película: sistemáticamente enfatiza con frecuencias bajas en la banda sonora, planos demasiado cerrados, pegados a la piel de los personajes, escenas oníricas que entrecruzan tiempos y espacios, ¡también un momento de cámara térmica tipo Depredador!. Todo pareciera disimular un vacío previo que proviene del desconocimiento de la humanidad de los personajes. Esa inseguridad visible en el sistemático uso de alegorías como forma de statement político (el contagio del ojo amarillo en el personaje bielorruso cuando asume su lugar de migrante), y esa indisimulado deseo de ser sutil y terminar siendo explícito y tosco, como en una aparentemente intrascendente charla de bote entre Jomo y su mejor amigo en la que se preguntan qué sería de sus vidas si se hubieran ido a vivir del otro lado, con los blancos, y Jomo dice que sería un Disco Boy. Pero lo que nos pareció más imperdonable es la falta de volumen del personaje de la hermana: usada casi como modelo, el personaje publicitario, la hacen bailar pero no habla, no piensa. Hacen que su piel casi violeta brille y se espeje sobre todas las superficies pero es menos que un McGuffin.

Estamos recibiendo sus comentarios que enriquecen estas entregas a un nivel que no pueden imaginarse, así que por cualquier cosa nos escriben por los canales habituales (por nuestras redes sociales o a revistalavidautil@gmail.com). Nos vemos mañana.

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