Por Lautaro Garcia Candela
Un doble programa portugués y endemoniado: primero Os verdes anos, de Paulo Rocha; segundo Diamantino, de Gabriel Abrantes y Daniel Schmidt. En el medio, más de medio siglo. Uno podría hacer algún tipo de recorrido por el cine portugués que los conecte, muy sinuoso y con muchas paradas intermedias, pero será para otra ocasión. Si hay que encontrarle algún tipo de tradición portuguesa a la película de Abrantes y Schmidt es la de Manoel de Oliveira, Joao Cesar Monteiro o, más para acá, Joao Nicolau, pero sólo en su capacidad de invención y gusto por el absurdo porque estos dos son mucho más maliciosos y muchísimo menos cultos.
Diamantino tiene esa extraña cualidad que hace difícil tomársela en serio, pero que, en el caso de hacerlo, hay que llevar ese estima hasta el final. La película, en su salto al absurdo y a la conspiración, hace cómplice a los espectadores de sus travesuras con la cultura popular. El protagonista es Cristiano Ronaldo pero sin la cesión de derechos: se llama Diamantino Matamouros, con peinado, arito, mansión, Lamborghini; el kit completo del futbolista. Lo vemos descansando en su yate, al lado de su padre, el día antes de la final de la Copa del Mundo. Se acerca lentamente un botecito, precario, de refugiados, pero Diamantino no entiende quienes son. Su voz en off nos cuenta que, más allá del fútbol, no tenía mucha información acerca de lo que pasaba en el mundo. El padre le explica de dónde vienen y los ayudan a subir, salvo a una mujer que se niega: perdió a su hijo en el mar y no quiere saber más nada. Diamantino la observa, extrañado y distraído. Tanto se distrae que cuando vuelve a encontrarse con la realidad faltan cinco minutos para que termine la final y Portugal está perdiendo 1-0. Le hacen un penal, pero la imagen de la refugiada lo persigue hasta el momento de patear.
La sensibilidad de la película respecto al espectáculo estético y social del fútbol es totalmente nulo. Los directores podrían decir sin ningún tipo de pudor que es un deporte que consiste en once millonarios corriendo detrás de una pelota. De hecho les aburre tanto que Diamantino, en la cancha, no ve lo que todos ven: se le aparecen perros super esponjosos y gigantes que lo abstraen del contexto y explican, de una manera muy extraña, su habilidad para jugar al fútbol. La parte deportiva es sólo una introducción para adentrarse en las intrigas de espionaje. Hay dos agentes que lo investigan por evasión de impuestos y una de ellas se hace pasar por niño refugiado que Diamantino adopta para poder entrar en su casa. Mientras, un partido político de ultra-derecha lo utiliza para publicitar la salida de Portugal de la Unión Europea y la construcción de un muro que rodee sus fronteras. Make Portugal again, dicen en un momento. Después las cosas se ponen más complicadas y produce mucho más placer verlas que describirlas.
No me pongo de acuerdo en si es una película cara o barata. Tiene una cantidad innumerable de fondos, pero eso ya es lo habitual en cineastas como el niño mimado Abrantes, cuyos cortos se proyectan en todos los festivales del mundo. Se ve mucho dinero y ostentación en Diamantino; hay muchos efectos especiales, pero todo tiene un carácter artesanal que no encaja con la idea de lujo que quiere representar. Si en las grandes producciones la intención es que todo se vea lo más real posible, aumentando la esfera de lo posible, la imagen manipulada acá va completamente en la otra dirección, la del ensueño.
También es una de las películas más cínicas y misántropas que vi alguna vez. Cuando pensábamos que Diamantino era un tonto que lo único que sabe es jugar al fútbol -un clásico prejuicio social-, se descubre que en realidad es mentalmente disminuido (al hacerle estudios, determinan que sólo funciona el 10% de su cerebro), y que todos los que lo rodean se aprovechan de él. La ternura y la ingenuidad que emanan de su actitudes está distanciada por su estupidez: todo el humor de la película está apoyado ahí, machacando, como en una especie de venganza contra las personas públicas que generan fanatismos pero no tienen la menor idea de todo lo que implica eso. Su protagonista es el protagonista del relato más grande de la cultura contemporánea, que es el fútbol internacional. En ese sentido es una película inabarcable, que se expande a todos los recovecos políticos imaginables y sobre ninguno ofrece algún tipo de claridad: siempre encuentra estupidez y corrupción pero no tiene la convicción suficiente como para señalarlo moralmente, sino que mira con una sonrisa irónica cómo se desenvuelven las cosas. La recomendaría para que la vean porque sigo bastante intrigado, pero ya tuvo sus tres pasadas. De todas maneras asumo que será un clásico de internet, recordada como la película en la que a Cristiano Ronaldo le crecen tetas.
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La oferta audiovisual del 21° Festival de Festival de Cine Independiente de Buenos Aires (Bafici) incluye titulos de todo tipo y formato, tanto nacionales como extranjeras. La programacion fue armada con el objetivo de dar cuenta del estado de situacion del cine contemporaneo.