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BAFICI 2019 (02)

por Lautaro Garcia Candela

Es una experiencia un tanto esquizofrénica: en la misma mirada encontramos una frase de Jonas Mekas en la pared, una persona disfrazada de Spiderman para que los niños se saquen fotos, y uno de los cocineros de MasterChef en una pantalla gigante que se recorta sobre la Inmaculada Concepción de Belgrano. El BAFICI cortó la avenida Juramento para que la gente pudiese recorrer un par de cuadras con atracciones más o menos relacionadas con el cine. El movimiento parecería ser el de aumentar la cantidad de personas que “asisten” al festival. Lo mismo sucedió con el FIBA, y supongo que ya es una plantilla aplicable a los eventos públicos y culturales organizados por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Ya no es necesario, para la lógica estatal, haber entrado a una sala de cine para haber vivido la experiencia del festival: con sacarse una foto imitando a los personajes de un póster de películas estadounidenses mainstream alcanza. Es una cuestión de sensibilidad, al GCBA lo que le importa es el número, lo cuantificable. No deja de tener su gracia la parte kermesse de la cuestión pero… ¿a qué precio? Hay un acercamiento a lo popular que es un poco degradante: para aumentar el número de personas que se acerquen se apela a lo ya conocido, a los superhéroes y al mainstream. De todas maneras, esto tiene sus matices: se organizan recitales, proyecciones y performances que sí son un poco más desafiantes y mantienen en tensión a esa letra “I” del BAFICI frente a las exigencias estatales.

Pero vayamos a las películas. Las facultades, de Eloisa Solaas, ex programadora del festival y profesora universitaria, es un documental que retrata a estudiantes al momento de dar un final. Aunque también abarca un poco antes, en la parte del estudio, y un poco después, en la espera de la libreta y la nota. Vemos las facultades de Agronomía, Derecho, Arquitectura y Diseño, Filosofía y Letras, etcétera. También vemos el camino hacia el examen de un estudiante de sociología en la cárcel dentro de un programa de la UNSAM: aplica categorías de Weber con un desparpajo asombroso, usando sus conocimientos para describir aspectos de su vida ahí adentro.

La mayoría del tiempo la película ostenta un humor incómodo que proviene de la inesperada intimidad que se produce entre los profesores y los alumnos. Hay nerviosismo, hay impunidad, una situación de fragilidad que los que no fuimos profesores no llegamos a mensurar: quien rinde está totalmente entregado incluso aunque esté seguro de las respuestas. Solaas es especialmente sensible a los detalles que dan cuenta de la situación. Las manos, siempre nerviosas, estrujan los lápices y bailan al compás de las palabras que a veces salen y a veces no. También hay miradas que son esquivas porque saben de lo endeble del argumento, y los tonos de voz oscilan entre el signo de pregunta y el signo de admiración. Todas son pequeñas puestas en escena con diferencias en su utilería. No es lo mismo ver los pedazos de cuerpos que manipulan con una indiferencia pasmosa en la Facultad de Medicina que el escenario ascéptico y un poco ridículo de un juicio simulado en la Facultad de Derecho. Quizás la excepción sea la directora y actriz María Alché, que está segura por partida doble: por sus conocimientos y por su experiencia frente a cámara.

A la salida de la función los más desconfiados veían un paternalismo determinista en la atención especial que se le presenta al estudiante de Sociología que está preso. Por cuestiones de pertenencia que él mismo analiza cuando estudia los actos del habla, se destaca de los demás alumnos, que parecen ser de clase media como la mayoría de los estudiantes de la UBA (y que merecería un análisis posterior pero no es el momento). La película lo acompaña en su salida de la cárcel en largos travellings que, pesados e importantes, son los únicos momentos que no hay diálogo. Quizás puedan parecer fuera de tono, pero por otro lado Las facultades tiene una sola regla: nunca volverse burocrática en su manera de filmar los finales. Su forma es elástica, atenta a cada historia, a cada particularidad del saber y la persona que lo encarna.

Y en ese sentido su tema es más una curiosidad que un recorte a priori ideológico o declamativo. Los finales son motivo intrigante que fuerza a la escucha atenta y que requiere un grado más de atención. La película es una anti-charla TEDx. En vez de escuchar conocimiento simplificado en función de su masividad, se adentra en los recovecos de la lengua particular de cada conocimiento específico. Incluso se permite mostrar algunos finales in media res, sobre la marcha. Los intercala y los saltea como para que una Facultad se responda a otra, articulando a los futuros profesionales en una red que no es otra que el entramado mismo de la sociedad.

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