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BAFICI 2016 (7) – Sobre algunos documentales argentinos

 

Un lugar común de la mayoría de los documentales contemporáneos es la imposibilidad de asumir la supuesta transparencia y positividad que en algún tiempo ostentaron -no lo recuerdo porque no había nacido-, asumiendo una especie de primera persona en cuanto a la manera de posicionarse frente al mundo. Todas las imágenes capturadas están filtradas por una subjetividad y la duda sobre ella: ¿quién mira? pero, más importante, ¿cómo mira? O algo que quizás damos por sentado: ¿Hay algo para mirar? La gran cantidad de documentales que pasan por uno en la Competencia Argentina del BAFICI tienen un rasgo en común: podemos ver las dudas de quien filma la cosa más que la propia cosa. El documental ha entrado en un laberinto de espejos que solo puede devolver su propia imagen, sus propios límites. La mayoría del tiempo se corre el foco, de la realidad a uno mismo, de las tensiones sociales al ombliguismo de una sesión de psicoanálisis. Y no hablo sólo de Las Lindas, lo más claro, sino también de Solar, que se pregunta todo el tiempo cómo se filma a otra persona, que en este caso es Fabio Cabobianco, personaje Otro si los hay. Incluso le da lugar a la auto-representación, pero después le quita la posibilidad. Hay un límite, que han llevado estas películas casi inconscientemente, en el cual ya no es posible hablar de nada que no sea de sí mismo. Esa remanida idea de volver a las dudas de puesta en escena y la meta-filmación, es decir, a la proliferación de sonidistas en plano, es regresiva en cuanto a representación del mundo filtrado por la propia subjetividad. ¿Qué podemos ver por afuera de nuestra clase, de nuestro barrio, incluso de nuestro sexo? ¿Y entonces, me pregunto, para qué sirve este tipo de registro sino es para mostrar las propias tensiones, el propio miedo al medio que puede resultar hostil y poco hospitalario? El verdadero salto político hubiera sido ver en los créditos que la película había sido dirigida por Manuel Abramovich y Flavio Cabobianco o finalmente conocer chicos y dejar de reflexionar sobre la feminidad con una base visual de Google que uno ya conoce de antemano. ¡Son sus amigas hace quince años! El documentalista tiene que ser valiente y ser incómodo, meterse en la selva o aunque más no sea, filmar como una selva su propia habitación. A veces sucede (y Wiseman no lo hubiera permitido). En un momento, Cecilia Kang en Mi último fracaso se va con sus amigas a un karaoke coreano a escabiar y a cantar. Se escuchan canciones típicas sin subtítulos, lo que aumenta el misterio, y la vemos a ella de refilón en un espejo con su 60D sostenida con las dos manos mientras también logra mantener un cigarrillo ahí, una buena imagen de cineasta –creo que a ella le gustaría que la recuerden así-, y la canción se mantiene cuando salimos del karaoke y se pueden ver cartoneros con el temblor de la cámara que proviene de las calles nunca arregladas como si estuviéramos en Corea. Ese es un momento emocionante y particular de estos documentales en primera persona. Son más bien pocos.

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Edgardo Castro como documentalista: se pone ahí para que sucedan las cosas y no para pensar que le sucede a él. Es pura exterioridad. Y sin embargo el registro es real, con ideas de puesta en escena, y el misterio de las imágenes que no puede ser sino la consecuencia de bajar al infierno (no quiero inocular moralina), encontrarse con lo que haya y confiar, sobre todo confiar, en las posibilidades de un montaje entrecortado y la oscuridad del encuadre.

Digo más, incluso Mauro Andrizzi en China juega como un niño que acaba de aprender After Effects con esos containers infinitos, dándoles una carga emocional o irónica, como uno quiera, pero allí hay algo que procede de una mirada personalísima chocando con ese ambiente irreal. Ante lo gris del mundo Andrizzi hace brillar un container que adentro tiene un cadáver (y la historia de un crimen que merece cadena perpetua) porque ¡eso es primera persona! Traicionar cualquier tipo de expectativa sobre historias y lugares. La palabra clave: traicionar. Lo que uno piensa, lo que uno es, traicionar el propio lenguaje. La propia percepción, tan bombardeada de inicios de Facebook y miradas rítmicas al celular. Eso le pediría a Las Lindas: que traicione silenciosamente ese concepto ideal de belleza del que se queja en voz alta. Así lo hace el protagonista de Panke, poniéndose esquivo a la mirada de la cámara, dándole levemente la espalda mientras habla por celular. Pero si en estos documentales, más adolescentes que infantiles o adultos, se pone en primer plano la propia figura es para evitar poner al mundo detrás. Quizás el criterio de selección del BAFICI apunte a poner todas estas películas juntas y descuidarlas, agotar al pobre espectador que quisiera tener un panorama de lo que sucede en el cine argentino pero se encuentra con las mismas ideas, las mismas preguntas, una y otra vez.

Lautaro Garcia Candela

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