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Animal – ¿Un país en serio?

Por Lautaro García Candela

Advertencia: recomiendo no leer nada de lo que empieza acá abajo y ver el capítulo de Los Simpsons en el que hay una situación muy similar a la que narra la película sobre la que aquí se habla. Quizás es algo generacional pero cada vez que vuelvo a mirarlos por la televisión siento algo parecido a una revelación, por su grado de sofisticación, alegría y cinefilia.

La nueva película de Armandito Bo, Animal, empieza con un largo plano secuencia que muestra el despertar de la casa en la que vive la familia Decoud. Antonio es el protagonista: clase media, gerente, tres hijos, dejó de fumar, sale a correr, ya no tiene más sexo con su mujer. Hay, en la manera en que está filmada, una atmósfera ominosa, como si hubiera algo latente a punto de ser revelado. Mediante elipsis previsiblemente informativas nos enteramos que el padre de familia tiene una enfermedad en los riñones que está tratando con diálisis pero no alcanzan para asegurar su supervivencia. La solución parece lógica: el hijo tiene el mayor grado de compatibilidad y puede darle uno. Pero sin ninguna razón aparente, y luego de una patética cena familiar, se va corriendo antes de entrar al hospital. Antonio queda pedaleando en el aire ya que se mantiene vivo pero su esperanza de vida se va acortando. Hay cien personas antes que él en la lista para recibir un riñón.

¿Por qué Bo no le presta atención a esa posible subtrama de Antonio con su hijo? Porque quizás sea el único vínculo que era pasible de ser tratado amorosamente. E incluso podría tener algo de humor. La familia de Antonio es una sombra, una carga que hay que mantener, un peso sobre la conciencia. Pero esa carga se deja ver en los diálogos y no en las escenas, que funcionan más como un contenedor de sentencias sobre la situación que como parte del desarrollo dramático. Se comenta la acción más de lo que se acciona. Una cosa es la tensión -personajes, intereses contrapuestos, narración, contradicción- y otra es la intensidad -apilar situaciones límite en función de conseguir reacciones desmedidas-. La primera necesita una construcción sostenida en el tiempo, a la segunda se acude cuando esa misma construcción empieza a fallar. Nada puede levantar vuelo: la gravedad se impone, en ambos sentidos de la palabra. Hay un momento en el que Antonio se queja de que el sistema no le permite conseguir un riñón y trata a las personas como simples sacos de huesos mientras se queda fijo mirando algo. Dos enfermeras se están sacando una selfie arriba de un cadáver enfundado en una bolsa roja.

El protagonista encuentra a un par de lúmpenes en internet que están ofreciendo un riñón a cambio de una casa. Ellos ya tienen una elegida, en las afueras de la ciudad. Pero Lucy y Elías se ponen pedigüeños y la situación se tensa. Empiezan a pasear por la casa de los Decoud, a interactuar con la familia, a pelearse entre ellos. Hay una escalada de violencia y Antonio decide secuestrar a Elías, quien tiene su riñón y, con la ayuda de un cirujano amigo, hacer el trasplante. Cada uno recibe lo que quiere. Tiene algunos detalles más la historia pero en realidad ninguno es muy relevante.

¿Y la puesta en escena? ¿Qué se puede ver de Armandito Bo allí? La forma de la película no sugiere mucho: tiene una idea de realismo laxo, que se puede diluir según las necesidades de la escena. A veces vemos momentos casi oníricos -hacia el final el protagonista va a la una pensión donde viven Elías y Lucy y hay una rave (!)- y a veces los actores ocupan el centro del escenario con la complicidad del plano secuencia para su lucimiento. Guillermo Francella en Animal se acerca al terreno que tenía alquilado Ricardo Darín: la del hombre común enfrentado a circunstancias extraordinarias. Pareciera que un protagonista sin atributos aparentes es la condición para las películas argentinas de grandes pretensiones de público. Todos los personajes están abstraídos de cualquier carácter disonante para que sean tan modélicos como se pueda. Más sociología que dramaturgia. Hay una excepción: un libro de Bukowski dando vueltas por la casa de Elías y Lucy como un elemento extraño, particular, como una referencia que abre el mundo posible de la película. Pero nada más.

¿Hay un entramado social narrado? Hay lugares: el frigorífico, donde la carne recuerda justamente que… de carne somos; el hospital privado especializado en cirugía plástica (la casa donde sucede toda la acción de Desearás al hombre de tu hermana, película que se agiganta en el recuerdo); la casa de clase media-alta donde viven los Decoud; la casa de clase media-baja que originalmente quieren Lucy y Elías; la pensión donde viven efectivamente, un lugar tomado, endemoniado, donde todos se odian y se gritan. Tomado el argumento de manera literal, el problema es que los pobres hayan querido la casa de los ricos en vez de la que les correspondería por su módico ascenso social. Todo termina con Antonio con su riñón pero sin casa, y Elías sin su riñón pero con la casa de los ricos. Podemos ver en un televisor pantalla plana que están desalojando violentamente a los de la pensión, lo que podría ser algo terrible pero como ya todos los personajes están salvados, y nosotros con ellos, no es más que un chiste que se mira con una sonrisa irónica.

La película, creo entender, surge de una imaginación afiebrada que no necesariamente es anti-sistema. Es un Hobbes de salón, no propone la omisión de la regla social sino todo lo contrario: su endurecimiento. La posibilidad de la animalidad del título se queda en un reclamo de clase media. Lo que en realidad anhela Antonio Decoud es un sistema de salud en serio, como el que tienen los países normales de los que tanto hablan en las mesas de Alejandro Fantino. Sin huelgas, con una frecuencia decente del subte. Así filma Armando Bo, que se ocupa de que todo se luzca, sea lustroso, conveniente, que no aburra. Que hiera alguna sensibilidad pacata pero que despierte pasiones ocultas. Él hace su trabajo coreografiando planos secuencias, haciendo una película como las que hace su compinche Iñárritu. Trata de traernos cinematográficamente algo de primer nivel. Un mérito que es sólo del capital invertido y de nadie más. Al protagonista no le molesta su lugar en la lista de espera para recibir su preciado riñón, sino la imposibilidad de comprar uno. ¿Mi dinero no sirve? En el mundo en serio, casi todo se puede comprar con dinero. En este contexto político, dejémosle la última palabra al otro periodista estrella que tiene nuestro país, Jorge Lanata, que dijo que Animal es “un canto a la vida”. A qué vida, habría que preguntarse.

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